Religiosas asesinadas por el Ejército Rojo. El Papa: nos ayuden a testimoniar el Evangelio
Vatican News
En la Solemnidad de la Santísima Trinidad, después de rezar la oración mariana del Ángelus, el Papa Francisco ha recordado que, ayer, en Wroclaw (Polonia), fueron beatificadas Sor Pasqualina Jahn y nueve hermanas mártires, de la Congregación de las Hermanas de Santa Isabel, asesinadas al final de la Segunda Guerra Mundial en un contexto hostil a la fe cristiana. “Estas diez religiosas – indicó el Pontífice – a pesar de ser conscientes del peligro que corrían, permanecieron cerca de los ancianos y enfermos a los que cuidaban. Que su ejemplo de fidelidad a Cristo nos ayude a todos, especialmente a los cristianos perseguidos en distintas partes del mundo, a dar testimonio del Evangelio con valentía”.
Las nuevas Beatas
Maria Paschalis Jahn, un corazón lleno de amor; Melusja Rybka, una mujer fuerte; Edelburgis Kubitzki, un ejemplo de pobreza evangélica; Adela Schramm, una virgen prudente; Acutina Goldberg, una amante de la justicia; Adelheidis Töpfer, un modelo de fe; Felicitas Ellmerer, obediente hasta el final; Sabina Thienel, una mirada llena de fe; Rosaria Schilling, fortalecida en la penitencia; Sapientia Heymann, una virgen sabia. El cardenal Marcello Semeraro pronunció sus nombres lentamente, uno tras otro, articulándolos bien, para rendirles la justa memoria que la locución "y compañeras" no dona, al final de su homilía en la misa de beatificación, en Wrocław, de estas diez hermanas de la Congregación de Santa Isabel, cuando invocó su intercesión por todos nosotros. Lo hizo pidiendo al Señor, a través de ellas, que el mundo no falte el respeto a la feminidad, a la igualdad entre el hombre y la mujer en la dignidad y a la protección de la maternidad: "¿Cómo no ver resplandecer en estas mártires la dignidad de la mujer, que en el plan de la Redención tiene en María Santísima el reconocimiento más grande?".
Como las 10 vírgenes sabias de San Mateo
El cardenal compara a estas diez monjas mártires con las diez vírgenes prudentes de la parábola del Evangelio de Mateo, que salieron al encuentro del Señor con lámparas encendidas. "A cambio de su fidelidad y perseverancia hasta el derramamiento de sangre -explicó- Dios les concedió una corona de gloria, por la que también nosotros, hoy, nos alegramos y celebramos". "Sus almas, de hecho, están en manos de Dios". En el relato evangélico, cinco de las vírgenes llevaban consigo la provisión necesaria de aceite; las otras cinco, sin embargo, fueron necias porque el aceite se les acabó. En la interpretación de San Basilio el Grande, el aceite representa el estar preparado cada día y cada hora para cumplir plenamente la voluntad de Dios. "A diferencia de las vírgenes de la parábola - continuó el prefecto - ellas, las diez, con el carácter y el rasgo propio de cada una, abrazaron las atrocidades del sufrimiento, la crueldad de la humillación y fueron a la muerte. Ahora que su santidad es reconocida por la Iglesia, se nos dan como instrumentos de intercesión ante Dios".
Amor fiel hasta el extremo
Al leer las historias de Paschalis y de las otras hermanas, uno se da cuenta inmediatamente de que el don de sí mismas para estas religiosas no consistía sólo en el sacrificio extremo en defensa de su consagración a Cristo, sino que empezaba mucho antes en el servicio: algunas en las cocinas, otras como enfermeras, otras en el cuidado de los niños, otras en el cuidado de las hermanas mayores. "Fue una caridad tan desinteresada y heroica que les retuvo incluso cuando la huida les habría evitado los mayores riesgos", dijo el cardenal Semeraro. "Cuando la entrada de los militares rusos en Wrocław era inminente, muchos civiles tuvieron que elegir entre huir o quedarse, entre salvarse huyendo o afrontar un grave peligro quedándose". Las hermanas isabelinas decidieron permanecer en los pueblos invadidos por los soviéticos. De las aproximadamente 4.500 hermanas que componían la Congregación después de la Segunda Guerra Mundial, un centenar murieron en diferentes circunstancias, algunas de ellas por martirio. La guerra terminó, pero poco a poco el Ejército Rojo avanzó, llevando consigo el odio hacia la religión: las capillas e iglesias católicas fueron profanadas, los sacerdotes torturados y brutalmente asesinados, las monjas violadas y atrozmente asesinadas también. La violación se había convertido en un arma de humillación, aún más cruel si la víctima era una monja consagrada al Señor.
"Unicamente de Jesús"
Las diez nuevas beatas fueron asesinadas por soldados rusos entre febrero y mayo de 1945 en la Baja Silesia, en los territorios situados entre los ríos Oder y Nysa. La historia de Paschalis Jahn es sólo una de las diez. Cuando el ejército avanzaba hacia Nysa, Paschalis y otra hermana, que eran las más jóvenes del convento, fueron enviadas fuera, mientras que las demás se quedaron con los enfermos y ancianos que no podían moverse. Tras mucho peregrinar, llegaron a Sobotin, en la República Checa, donde se pusieron valientemente al servicio de la parroquia. Aquí, el 11 de mayo de 1945, Paschalis fue sorprendida por un soldado ruso que, amenazándola con una pistola, le ordenó que fuera con él. La monja le contestó que no lo haría, que ella llevaba el santo hábito por lo que era sólo de Jesús, sólo suya. Entonces el soldado, en un intento de asustarla y hacerla ceder, disparó un tiro que atravesó el techo. En respuesta, la monja se arrodilló y comenzó a rezar: "Hágase tu voluntad". El segundo disparo alcanzó su corazón. "Su entrega con un corazón indiviso a Dios y al prójimo encontró su máxima expresión precisamente en estas circunstancias", señaló Semeraro.
Hoy como ayer, la guerra causa mártires
"La riqueza espiritual de las nuevas beatas nos provoca y edifica", continuó el cardenal. "Su martirio nos hace pensar en las circunstancias que vivimos hoy en la Europa del siglo XXI. Son circunstancias en las que, ante escenas de violencia perpetrada, de crueldad feroz, de odio injustificado, sentimos la necesidad de alimentar el deseo de paz y la construcción de la concordia con gestos de caridad, apertura, acogida y hospitalidad". No se puede dejar de pensar en Ucrania y en la necesidad de paz que tiene el mundo, una paz que "se construye con gestos concretos de caridad desinteresada, se sirve con dedicación y fidelidad cuando se nos pide que cuidemos de los demás". "Esta es la respuesta concreta que, junto a la oración, cada uno de nosotros puede ofrecer ante tanta crueldad, barbarie e injusticia de la que somos testigos", concluyó el prefecto, citando las palabras de agradecimiento del Papa Francisco al pueblo polaco que se ocupó primero de los refugiados ucranianos, imitando el ejemplo de las diez nuevas beatas que desde hoy hacen más orgullosa a la Iglesia en Polonia.
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