Una justicia que nace de la fe, la beatificación de los mártires de la UCA de El Salvador
Por Antonino Iorio
“La historia debe revertirse desde los pobres y oprimidos, porque son las verdaderas y únicas víctimas de la historia. Son los ninguneados, los invisibilizados, los marginados, los excluidos de la sociedad; y, sin embargo, son los que representan a Cristo". Así se expresó Monseñor José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, el día en que anunció el inicio del proceso de beatificación de los mártires de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (también conocida como UCA), parte de un nutrido grupo de víctimas inocentes de la última guerra civil que ensangrentó la República de El Salvador hasta 1992, cobrándose no menos de 70.000 vidas. La noche del 16 de noviembre de 1989, un grupo de soldados del batallón Atlácatl asaltó la Universidad Jesuita Centroamericana en la capital del país, asesinando al rector, el filósofo y teólogo español Ignacio Ellacuría, y a otros cinco de sus compañeros: Segundo Montes, Juan Ramón Moreno Pardo, Amado López, Joaquín López y López, el vicerrector Ignacio Martín-Baró, así como la cocinera del instituto, Elba Julia Ramos y su hija Celina, de sólo 16 años. El instigador de aquella atroz masacre fue el entonces viceministro de Seguridad Pública de El Salvador, Inocente Orlando Montano, condenado en 2020 a 113 años de cárcel por la Audiencia Nacional, el tribunal con sede en Madrid encargado de los casos de asesinatos de ciudadanos españoles en el extranjero. Masacrados por ser sospechosos por el gobierno de Alfredo Cristiani de amparar a sus opositores, los jesuitas promovieron en cambio un acercamiento entre el Estado y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln), cayendo víctimas de ese clima de persecución, implementado con la eliminación total de enemigos, reales o presuntos, para desalentar cualquier intento de resistencia. "Lucharon por la justicia que nace de la fe", hasta el martirio.
Grande es el sacrificio pagado por la Iglesia salvadoreña sólo en los últimos cincuenta años de historia, no por casualidad definida por el teólogo Jon Sobrino, que escapó de la masacre de la UCA, como "una Iglesia profética y mártir al servicio de Dios y de la liberación". Un ejemplo es el padre Rutilio Grande García, que, por denunciar los abusos de la oligarquía gobernante, fue acribillado a balazos en su coche el 12 de marzo de 1977 cuando se dirigía a San José, El Paisnal, para presidir una celebración eucarística preparatoria de la fiesta patronal de San José. El padre Grande García, beatificado en enero de 2022, fue el iniciador de aquella generación de jesuitas que supo difundir el Evangelio a pesar de un clima hostil y peligroso, pagando su compromiso con la vida. Así monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980 por un sicario de un escuadrón de la muerte mientras celebraba misa en la capilla de un hospital y canonizado posteriormente por el papa Francisco en 2018. Fueron estos hechos sangrientos, que conmocionaron a la opinión pública internacional, los que impulsaron a Ellacuría a comprometerse denodadamente con una Iglesia cercana a los pobres y a los últimos, hasta el punto de compartir su martirio con sus hermanos aquel 16 de noviembre.
Es un compromiso que la Iglesia de El Salvador -guiada por el ejemplo de los muchos hombres del pasado que han sabido iluminar la vida de la comunidad, poniéndose al servicio de los más débiles- continúa todavía hoy, como recordó monseñor Escobar Alas. El obispo abogó por un periodo de reformas inaplazables para el país, que permitan superar las disparidades sociales y económicas entre los ciudadanos. Justicia, salud, educación y, no menos importante, un mayor respeto por el medio ambiente, sometido aún a una explotación minera altamente contaminante, sin olvidar el compromiso "con un sistema de leyes que diga 'nunca más' a la corrupción y a la impunidad". Entre las urgencias señaladas por Escobar Alas, también erradicar la violencia, modernizar el sistema educativo, con atención a los pueblos originarios que tienen derecho a no perder su cultura e idioma, y mejorar el sistema de pensiones para que se garantice la dignidad de los trabajadores. “Revertir la historia", por lo tanto, para poner en el centro al hombre y a la solidaridad y no más al capital. Que la celebración de la Transfiguración del Señor este año - dijo el Arzobispo de San Salvador el día de la fiesta - no sea una más de nuestra vida, sino un verdadero motivo para luchar por transfigurar nuestro país según el querer de Dios. Pidamos al Divino Salvador del Mundo por intercesión de María santísima y nuestros mártires seamos capaces de revertir nuestra historia en favor de nuestro pueblo pobre que tanta injusticia ha sufrido.
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