El obispo de Kharkiv: fe para resistir al dolor y a la impotencia
Svitlana Dukhovich – Ciudad del Vaticano
Kharkiv vive una situación dramática. Los informes sobre ataques rusos son diarios y los drones, cohetes y bombas destruyen la ciudad, causando muertos y heridos entre la población civil. En el ataque al supermercado «Epitsentr», el pasado sábado 25 de mayo a las 16.00, en una hora y en un día en que la tienda suele estar más concurrida, murieron 19 personas y 54 resultaron heridas. En la noche del 31 de mayo, un cohete ruso alcanzó un edificio de apartamentos de cinco plantas, causando la muerte de tres personas e hiriendo a 23, entre ellas un paramédico, ya que los rusos volvieron a utilizar una «táctica de doble ataque»: atacaron por segunda vez, mientras médicos, socorristas y policías ya estaban trabajando en el lugar de la agresión.
Ucrania en el corazón de Francisco
En la ciudad, que contaba con dos millones de habitantes antes de la invasión rusa, ahora sólo queda la mitad, contando los cerca de 500.000 refugiados que han llegado a Kharkiv desde los países más cercanos a la línea del frente. ¿Cómo es la vida en Kharkiv? ¿Se van los habitantes? ¿Cómo se consigue vivir la fe en medio de esta terrible situación?
Monseñor Pavlo Honcharuk, obispo de Kharkiv-Zaporizhzhia de los Latinos, responde a estas preguntas en una entrevista concedida a Radio Vaticano-Vatican News. El pasado miércoles, durante la audiencia general, el prelado saludó al Papa Francisco, agradeciéndole sus oraciones y su apoyo al pueblo ucraniano. Como jefe de los capellanes militares de la Iglesia católica romana en Ucrania, entregó al Pontífice una insignia de capellán. «Hubo un momento de gran calidez. El rostro del Papa mostraba una expresión de implicación. Estaba claro que Ucrania está en su corazón", confió el obispo.
La casa sigue siendo casa
«En Kharkiv, la situación se está volviendo muy crítica – dijo – porque al principio de la invasión rusa, los habitantes no se pensaban demasiado si abandonar la ciudad o no, muchos simplemente se marcharon porque veían el peligro, que sin duda era mucho mayor entonces que ahora: las tropas rusas ya estaban en la carretera de circunvalación de Kharkiv y existía un gran riesgo de que en un par de horas la ciudad pudiera quedar rodeada. Por eso la gente huyó».
«Cuando el ejército ucraniano expulsó a los rusos de Kharkiv, la gente empezó a regresar de los lugares a los que habían huido y la vida se reanudó. Tiendas, restaurantes, cafés, pizzerías, peluquerías, salones de belleza volvieron a funcionar y la gente regresó, porque en realidad lo más duro no es marcharse, sino estar lejos de casa, no tener perspectivas, no entender lo que te espera, depender de alguien y vivir en el piso de otro. Incluso a los que se fueron al extranjero les costó acostumbrarse a una realidad diferente, cuando volvieron dijeron: 'Pase lo que pase, aquí nos quedamos', es decir, a pesar de todo, 'la casa sigue siendo casa'».
Ruinas impresionantes
Por eso, como explica monseñor Honcharuk, la decisión de volver a marcharse es tan dolorosa para los habitantes. Hay mujeres que no quieren abandonar la ciudad porque sus maridos están luchando en el frente, cerca de Kharkhiv. «Una vez más, la familia sufre y me parece que es uno de los momentos más dolorosos de esta guerra – añadió el obispo – la situación es muy crítica porque nuestra ciudad está siendo bombardeada con bombas guiadas. Algunas pesan doscientos cincuenta kilos, otras quinientos, otras tonelada y media».
«Cuando llega una bomba de tonelada y media, deja un cráter de ocho metros de profundidad y treinta metros de diámetro, según se trate de una zona edificada o sólo tierra. Por eso las ruinas causan miedo. Y la última tragedia es muy fuerte: se trata de un gran supermercado, en el que murieron muchas personas. Probablemente no se encuentre a muchas de ellas, porque hubo un gran incendio, todo ardió. Aquí, Kharkiv vive cada día estos terribles momentos de conmoción».
«La situación es muy difícil, también hay mucho cansancio, pero intentamos resistir, nadie se va a rendir, también porque sabemos que si levantamos la mano nos destruirán. No hay más que ver lo que está ocurriendo en los territorios ocupados por Rusia. Así que resistimos y damos las gracias a todas las personas que siguen apoyando a Ucrania, que nos recuerdan. Por supuesto, hay personas, grupos o políticos que intentan convencernos de que cedamos, de que nos rindamos. No queremos la guerra y esto es inequívoco. Incluso nuestros militares lo dicen: no queremos matar a nadie, queremos proteger a nuestro pueblo y queremos vivir, porque es nuestro derecho a vivir».
«Queremos vivir en un país libre e independiente, no como esclavos. Defendemos nuestra patria con gran perseverancia y estamos muy agradecidos a todos los que nos apoyan en ello. Porque esto demuestra que se comprende el significado de la libertad, que entendemos lo que es la dignidad humana, lo que es la justicia, lo que es la verdad. Y, en efecto, la verdadera libertad sólo está en la verdad».
Los católicos de Kharkiv
«En Kharkiv – como dice el joven obispo – no quedan muchos católicos, pero él ha decidido quedarse en la ciudad. En cuanto a nuestros feligreses, si tienen la oportunidad de ir a algún sitio, les animo a que se marchen si resulta muy peligroso. Los sacerdotes también han sido informados de que cada uno debe tomar la decisión por sí mismo en función de la situación. Permaneceré en Kharkiv mientras nuestra gente esté allí, porque mi presencia también es necesaria para ayudarles a resistir. Nuestra presencia también es útil para los voluntarios, para los que ayudan. Si tengo que abandonar la ciudad, me iré con el último grupo».
La fuerza de la fe
Es el tercer año de guerra. En la ciudad que parece una herida abierta, en medio del dolor y la tristeza, la fe, que ayuda a sobrevivir, cambia y se hace más sólida. «Desde el comienzo de la guerra – comparte el obispo Pavlo – he comprendido claramente que todo lo que existe tiene un final y que mi vida aquí en la tierra también tiene un final. Sólo en el amor una persona sabe quién es realmente, encuentra su dignidad, se encuentra a sí misma».
«El amor tiene su fuerza y su sentido exclusivamente en Dios, en la relación con Él y en la relación íntima con Él. Yo sé quién soy, y por eso no necesito buscar algún título, alguna afirmación de fuera. Por otro lado, veo cuánta tragedia traen los corazones sin Dios, los corazones vacíos que no pueden ser apaciguados: son infelices, quieren sentirse importantes».
«Estos corazones se dejan llevar por el miedo, se dejan manipular, huyen de la verdad. Aquí, la guerra revela esta realidad. Y en este momento doy gracias a Dios por haberme dado el don de la fe, porque su presencia, es decir, la experiencia de Dios, me da la fuerza para resistir, para comprender quién soy, adónde voy y cuál es mi meta, me da la fuerza para seguir adelante, para no callar. Y así, incluso cuando a veces es difícil hablar con personas que experimentan tanto dolor, cuando surge el sentimiento de impotencia, de debilidad, la sensación de no poder hacer nada, la fe me da fuerza, un fundamento».
«Por eso, deseo que todos experimenten a Dios y se encuentren a sí mismos en Él, porque eso nos hace fuertes. Porque si queremos que nuestro mundo sea humano, debemos hacer humanos nuestros corazones, y sólo serán humanos cuando haya en ellos el amor de Dios».
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