Corona de flores lanzada al mar en recuerdo de los migrantes que perdieron la vida en las aguas de Lampedusa Corona de flores lanzada al mar en recuerdo de los migrantes que perdieron la vida en las aguas de Lampedusa   (ANSA) Editorial

Hace 11 años de la tragedia de Lampedusa

El 3 de octubre de 2013, frente a la isla siciliana más cercana a África que a Italia, murieron 368 migrantes. Hoy, como entonces, el Papa pide un mundo más acogedor, solidario y fraterno.

Massimiliano Menichetti

Europa, el mundo entero asolado por las guerras, la pobreza, la violencia sigue debatiendo y dividiéndose sobre el tema de la migración, casi olvidando que esa palabra no dibuja abstracciones, sino que habla de rostros, historias, personas, a menudo de dolor y tragedia. Los confines marcados por los muros son a menudo fronteras infranqueables para quienes huyen del horror de los conflictos o buscan una vida mejor. Hombres, mujeres y niños murieron en los desiertos intentando cruzar, rehenes en centros de detención, tragados por las olas del mar, como hace once años. El 3 de octubre de 2013, la esperanza de 543 almas se convirtió en horror. El pesquero en el que viajaban volcó, hundiéndose a media milla de la isla italiana de Lampedusa. Etíopes y eritreos habían partido dos días antes de Misurata (Libia), a bordo de una embarcación de unos veinte metros.

Fue una de las tragedias marítimas más graves desde principios del siglo XXI en el Mediterráneo: 368 muertos confirmados, 155 supervivientes, 20 presuntos desaparecidos. El Papa Francisco, en julio de ese mismo año, haciendo el primer viaje de su pontificado precisamente a Lampedusa, gritaba su dolor por otra tragedia del mar ocurrida poco antes frente a esas costas. Habló de la «globalización de la indiferencia» que nos hace a todos «responsables». Reiteró que «ya no estamos atentos al mundo en el que vivimos, no nos preocupamos, no custodiamos lo que Dios ha creado para todos, y ya ni siquiera somos capaces de custodiarnos los unos a los otros». Tres encíclicas, centenares de llamamientos, visitas y viajes con los que Francisco se ha dirigido en los últimos años al corazón del hombre para despertar las conciencias, a fin de derribar el egoísmo, la indiferencia, la explotación y construir un mundo acogedor, fraterno, solidario y en paz.

Sin embargo, el Mediterráneo, cuna y centro de civilización, en lugar de unir, se ha vuelto cada vez más distante y un cementerio silencioso. En los océanos, la situación no es diferente. En la sociedad de las redes sociales, en la que la inteligencia artificial promete tanto la catástrofe como la maravilla, parece que es más fácil apartarse, ignorar, eliminar. Olvidar, por ejemplo, la imagen que conmovió e impactó a millones en 2015: la de Aylan, el pequeño refugiado sirio sin vida, con el rostro en la arena, bañado por el agua, en la playa de Bodrum, Turquía.

Francisco sigue alentando los esfuerzos políticos y diplomáticos que buscan sanar lo que llamó «una herida abierta de nuestra humanidad», del mismo modo que no deja de apoyar los esfuerzos de todos aquellos que rescatan, acogen y ayudan a los migrantes. «La solución no es rechazar -dijo en Marsella en 2023, en la sesión de clausura de los “Rencontres méditerranéennes”- sino asegurar, según las posibilidades de cada uno, un gran número de entradas legales y regulares». Para el Papa, lo central es encontrarse, arriesgarse, amar, caminar, encontrar soluciones juntos. Todo ello nos pide a cada uno un cambio de perspectiva, pasar del yo al nosotros, recuperar la memoria y la mirada para poder reconocer en el otro el rostro misericordioso de Jesús.

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03 octubre 2024, 10:17