El Papa: los mayores y los abuelos, el "nosotros" que hace renacer la humanidad
Benedetta Capelli - Ciudad del Vaticano
"Lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado".
Los versos del poeta argentino Francisco Luis Bernárdez están como depositados en el ánimo del Papa y también ellos han florecido e iluminado su visión sobre la tercera edad, a la que Francisco no esconde que pertenece. En la audiencia general del 11 de marzo de 2015, recordó que en Filipinas le llamaban "Lolo Kiko”, abuelo Francisco.
Una fase de la vida que no debe desperdiciarse, porque "no es el momento de tirar de los remos en la barca", sino que debe recorrerse, sugirió el Papa, como "una vocación" hecha de "gracia" y "misión". Un camino que uno está llamado a "inventar" también "para llenar el vacío de ingratitud" que rodea a la ancianidad y para "dignificar la memoria y los sacrificios" de las generaciones pasadas.
Podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es una vida árida. Podemos decir a los jóvenes miedosos que la angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más alegría en dar que en recibir.
La fantasía del amor
Enseñar entonces con la vida, con la cercanía, con la presencia como la abuela Rosa lo hizo con Francisco, convirtiéndose en la raíz del árbol de su fe. De "raíces" habla a menudo el Papa cuando explica, sobre todo a los jóvenes, que sus abuelos son "árboles" a los que hay que cuidar con gestos de ternura, a los que hay que sorprender usando "la fantasía del amor", a los que hay que visitar y buscar porque sin su "memoria" no se puede florecer. "Poetas de la oración", "hombres y mujeres, padres y madres - afirmó Francisco el 4 de marzo de 2015 en la audiencia general - que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna”.
Reconocer la trayectoria y la historia de los abuelos y los mayores significa compartir sus sueños, contrarrestar en el encuentro la "cultura del descarte" y llamar a los jóvenes a una nueva alianza. Precisamente este último pensamiento "del corazón", que Francisco confiesa tener " como se lee en el prefacio del libro "La sabiduría del tiempo" del padre Antonio Spadaro, en el que se recogen unas 250 entrevistas a personas mayores en más de 30 países de los cinco continentes. Para los jóvenes, el Papa invoca "una mirada hacia el horizonte y hacia lo alto, para ver las estrellas", pero también "ese sano espíritu de utopía que lleva a recoger energías para un mundo mejor".
Confío este libro a los jóvenes para que de los sueños de los mayores saquen sus visiones para un futuro mejor. Para caminar hacia el futuro necesitamos el pasado, necesitamos raíces profundas que nos ayuden a vivir el presente y sus desafíos. Se necesita memoria, se necesita coraje, se necesita una utopía sana. Esto es lo que quisiera: un mundo que viva un nuevo abrazo entre jóvenes y ancianos.
La familia que tiene futuro
El abrazo de un abuelo o una abuela no se olvida, desde luego. Un nuevo abrazo, escribió el Papa en Amoris Laetitia, que desafía "el virus de la muerte", la cultura del descarte, dominante en el mundo actual pero a la que la Iglesia debe responder, subrayó Francisco, no conformándose "con una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, hacia la vejez." La invitación era entonces, como ahora, a despertar "el sentido colectivo de gratitud, aprecio, hospitalidad, que hace que los ancianos se sientan parte viva de su comunidad". Francisco, recordando la memoria de los santos Joaquín y Ana, en un tuit de 2018, habló de los abuelos como un "tesoro en la familia" e instó a quererlos y hacerlos hablar con los niños.
Una familia que no respeta y atiende a sus abuelos, que son su memoria viva, es una familia desintegrada; pero una familia que recuerda es una familia con porvenir. (Amoris Laetitia,193)
El miedo en los ojos de los abuelos
La pandemia, con la imposibilidad de intercambiar abrazos y caricias para proteger la salud de los más frágiles, también ha distanciado a las familias en este periodo. El precio que han pagado los ancianos ha sido muy alto, con residencias de ancianos que se han convertido en focos de coronavirus, con abuelos que mueren en soledad, ancianos aislados del resto de la comunidad que a menudo respondía generosamente proporcionando lo más esencial. Y el afecto, que es esencial, faltó. Francisco, en las misas matutinas de la Casa Santa Marta, tenía siempre presente esta humanidad silenciosa y sufriente.
Recemos hoy por los ancianos, especialmente por los que están aislados o en las residencias para ancianos. Tienen miedo, miedo a morir solos. Sienten que esta pandemia es agresiva para ellos. Son nuestras raíces, nuestra historia. Nos han dado la fe, la tradición, el sentido de pertenencia a una patria. Rezamos por ellos para que el Señor esté cerca de ellos en este momento. (Papa Francisco, Misa en la Casa Santa Marta, 15 de abril de 2020)
Rostros, manos y voces
La pandemia, incluso en el Papa Francisco, trae consigo la imagen de esos "árboles que siguen dando fruto" doblados en cuerpo y alma por un viento fuerte y contrario. Precisamente ese viento de tormenta que él mismo evocó, en la oración de San Pedro del 27 de marzo, para recordarnos que "no nos salvamos solos". Un pensamiento que recorre su última Encíclica Fratelli tutti en la que enseña que ningún dolor, especialmente el ligado a la pérdida, es nunca en vano.
Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado.
Es un renacimiento que pasa por la gratitud de los hijos a sus padres, en el traspaso del testigo de la vida.
Y dentro de este reconocimiento de quien te ha transmitido la vida, -había dicho Francisco en la misa con los ancianos, el 28 de septiembre de 2014-existe también el reconocimiento por el Padre que está en los cielos.
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