s. Lázaro
Los amigos de Jesús
Lázaro y sus hermanas, Marta y María, eran amigos fraternos de Jesús de Nazaret. Vivían en Betania, a casi tres kilómetros de Jerusalén, y Jesús era a menudo su huésped. El afecto que Jesús nutría por el amigo es testimoniado por las palabras que Marta y María mandan decirle llamándolo a la cabecera del hermano, registradas en el Evangelio de Juan: “Señor, el que tú amas está enfermo”. Y luego, a la llegada de Jesús, aparentemente tarde ya para salvarlo, “Si hubieras estado aquí”, dice Marta, “mi hermano no habría muerto”. Pero también los testigos del episodio, notando la conmoción de Jesús y sus lágrimas ante el sepulcro cerrado del amigo, murmuran entre ellos “¡Cómo lo amaba!” (cf. Jn 11,3.21.36). Las referencias al afecto de Jesús por Lázaro han hecho retener a algunos plausible la identificación del “discípulo que Jesús amaba”, no con San Juan Evangelista (como es habitualmente aceptado), sino con el amigo Lázaro.
El episodio de la resurrección de Lázaro, que es narrado solamente en el Evangelio de Juan, tiene naturalmente un valor profético y simbólico, porque preanuncia la Resurrección de Cristo. La casa de Betania y el sepulcro vacío de Lázaro se convierten rápidamente, desde los primeros tiempos del cristianismo, en meta de peregrinaciones en la víspera del domingo de Ramos, como atestigua San Gerónimo, y en época medieval junto a la tumba de Lázaro habría sido fundado un monasterio que podía contar con la protección del mismo Carlo Magno.
Vivir después de la muerte
El relato de Juan narra que el episodio de la resurrección de Lázaro hizo que muchos de los presentes al milagro se convirtiesen y creyesen en Jesús. Esto hizo aumentar el clima de sospecha y de odio hacia Jesús por parte de los sumos sacerdotes y de los fariseos, que veían en él a un peligroso agitador. Además, cuando Lázaro asistió a un banquete en honor de Jesús, decidieron matarlo también a él, porque mucha gente había acudido a verlo y había creído que Jesús era el Hijo de Dios.
El enigma de las reliquias
Según la tradición oriental, Lázaro, después de la Muerte y Resurrección de Jesús, se habría trasladado a Chipre donde habría sido obispo por treinta años. Esta tradición es refrendada por el descubrimiento en Citio, la actual Lárnaca, en el año 890, de una lápida sobre la cual están grabadas estas palabras: “Lázaro, el amigo de Cristo”. Las reliquias fueron luego trasladadas a Costantinopla por orden del emperador León VI el Filósofo, y finalmente a Francia por obra de los Cruzados. Sin embargo el traslado de las reliquias podría haber sido solo parcial, porque en 1972 fue hallada en Lárnaca un arca de mármol con las reliquias que se atribuyen al mismo Lázaro. Otra versión de la historia dice en cambio que Lázaro, Marta, María y un cierto Máximo fueron embarcados en un bote sin remos, ni velas, ni timón y que esta barca habría llegado a las costas de la Francia meridional. Esta versión entra a formar parte también de la “Leyenda Dorada” de Santiago de la Vorágine que relata que Lázaro y sus hermanas habrían ido a predicar a Francia, donde Lázaro se habría convertido en el primer obispo de Marsella. Aquí habría sido martirizado bajo la persecución del emperador Nerón.