Peña Parra: Cuidado con juzgar superficialmente y sin caridad
L'OSSERVATORE ROMANO
Justicia atemperada por la dulzura de la misericordia: es la línea que propuso el arzobispo Edgar Peña Parra, sustituto para los Asuntos generales de la Secretaría de Estado, durante la misa celebrada hoy, 27 de enero, en la Capilla Paulina, con motivo de la inauguración del año judicial del Tribunal de la Rota romana, institución dedicada "a esa finalidad exquisitamente pastoral que es, precisamente, la administración de la justicia en la Iglesia, en nombre del Papa".
Refiriéndose al pasaje del Evangelio propuesto por la liturgia – que contiene algunas "breves 'sentencias' del Señor Jesús" – el arzobispo repitió que "no hay nada secreto que no deba ser manifestado y nada oculto que no deba ser sacado a la luz". Como si dijera que "la verdad saldrá finalmente a la luz porque deriva de la Luz que es Él, es por tanto luminosa por naturaleza y huye de la oscuridad, la opacidad y el engaño". Y la segunda "frase" que propone la liturgia es también elocuente: "Presten atención a lo que escuchan. Según la medida con la que midan, se los medirá a ustedes".
Es una poderosa invitación – dijo el arzobispo – a cuidarse de juzgar superficialmente y sin caridad. Jesús nos pide que juzguemos como nos quisiéramos ser juzgados", con "esa 'proximidad' que recomienda la nueva disciplina sobre las causas matrimoniales, que es muy diferente de una aquiescencia culpable o de una bondad mal entendida; es, en una palabra, amor. Esto equivale a estar bajo la mirada misericordiosa y justa de Dios".
"¿Qué es, de hecho, un juicio sino una búsqueda atenta, sentida y nunca formalista de la verdad?", preguntó. “San Juan XXIII – añadió – definió el juicio como un 'ministerium veritatis', es decir, un servicio, y un servicio que debe realizarse en la verdad y en favor de la verdad. Es cierto que en el trabajo se trata siempre de verdades procesales, lo que induce al juez honesto a una sana y obediente humildad. Sin embargo, el esfuerzo debe consistir en que la verdad del caso, aunque limitada e imperfecta en la medida en que es humana, se corresponda lo más posible con la verdad real y ontológica”.
"El juez no puede ni debe conformarse con una fría y aséptica simetría con la legislación externa – continuó – sino que con un compromiso leal y honesto, con dedicación y amor por las cartas que tiene delante y detrás de las cuales siempre hay personas y vidas heridas, está obligado a ‘entrar’ delicadamente en el caso que se examina y juzgarlo al mismo tiempo con justicia y misericordia. La combinación de estas dos virtudes tiene un nombre muy elevado: es la aequitas, esa justicia templada por la dulzura de la misericordia".
“La relación del juez con la norma, por tanto – insistió – no puede detenerse en el naturalismo o la bondad superficial, que llevaría a prescindir de ella casualmente, ni en un formalismo árido y frío. La norma debe aplicarse teniendo en cuenta el ‘fin’, la ratio de la propia norma, que a menudo la supera e incluso la trasciende". He aquí, pues, "el valor de la aequitas con respecto al strictum jus, que es válido para todo tipo de medidas, pero de manera especial para las penales". Al final, "en el sentido más genuinamente cristiano, se trata de un amor que se convierte en proximidad y una proximidad que se convierte en ternura", concluyó, recordando las palabras del Papa sobre San José: "La ternura es una forma inesperada de hacer justicia".
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