P. Bianchi. Los pobres son la carne de Cristo. Reflexión pontificado de Papa Francisco
P. Quique Bianchi – Ciudad del Vaticano
Si algo han logrado estos seis años el ministerio petrino de Francisco es poner en el tapete el hecho de que hay una relación entre nuestra fe cristiana y el amor a los pobres. Como es lógico, resaltar esta dimensión del cristianismo genera tensiones e incomodidades, sobre todo en quienes ven amenazado su status quo con los cambios sociales que se generarían si nos tomáramos en serio este aspecto de la enseñanza de Jesús.
La relación entre nuestra fe cristiana y el amor a los pobres genera un sinnúmero de equívocos, tanto fuera como dentro de la Iglesia. No siempre se entiende que cuando la Iglesia habla del pobre lo hace -o debería hacerlo- desde Cristo. Mirando a Cristo, que se hizo pobre para revelar el amor del Padre a todos los hombres, y como parte de esa revelación enseña que ese amor universal de Dios se concentra de un modo especial en los más pobres. “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres”, dirá el papa Francisco en el documento programático de su pontificado (EG 197).
Opción por los pobres
Desde esa opción por los pobres que hizo el mismo Dios en Cristo, la Iglesia pide a los cristianos que los amemos con especial predilección. Es lo que se ha llamado “opción por los pobres” y que -como explica Francisco- es ante todo una “categoría teológica” (EG 198). Se trata de una “opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195). A lo que hay que agregar -aunque sea obvio- que Dios ama con una preferencia que no excluye, por tanto esta opción de los cristianos no puede ser “ni exclusiva, ni excluyente” (DAp 392).
Mirar al pobre desde Cristo
Por otra parte, debemos tener en cuenta que la mirada sobre la realidad del pobre no es sólo la que puede ofrecer la fe cristiana. La existencia de pobres en sociedades donde abundan los recursos da cuenta de una situación de injusticia estructural. Esto hace que su problemática sea muy compleja y pueda abordarse desde distintos puntos de vista, que a veces convergen con la perspectiva evangélica y otras veces no tanto. El no distinguir estos diversos planos es tal vez la raíz de gran cantidad de equívocos. No es lo mismo mirar al pobre sólo como carente de los bienes del desarrollo moderno que mirarlo desde la enseñanza de Cristo. Desde ambas perspectivas puede buscarse el bien de los últimos, pero para dialogar entre ellas hay que tener claro que se mueven en frecuencias distintas. Por ejemplo, es válido que se piense en dar prioridad a los pobres debido a lo urgente de las necesidades que padecen. Pero no es ese el tipo de prioridad al que se refiere principalmente la doctrina cristiana, sino a una preeminencia fundada en la elección divina. Lo que no quita que -desde ahí- se pida que les demos prioridad a las tan urgentes necesidades de los pobres.
En esta confusión de planos radican muchas de las críticas que se le hacen a la Iglesia cuando habla de los pobres. Quien ve al pobre sólo como alguien necesitado de los bienes del desarrollo moderno y quiere entender desde ahí las palabras de Cristo: “felices lo pobres” fácilmente caerá en el equívoco de pensar que se trata de la exaltación de un mal y acusará a la Iglesia de “pobrismo”, “pauperismo”, “populismo” y varios ismos más.
Por todo esto, parece importante el ejercicio eclesial permanente de la reflexión teológica sobre el misterio del pobre en la revelación cristiana. Con sus marchas y contramarchas, mucho se ha hecho -en especial en América Latina- en estas últimas décadas. Si bien hemos hecho referencia a la prédica de Francisco debemos reconocer que esta enseñanza es una constante en la tradición de la Iglesia y especialmente en el magisterio posconciliar. Recordemos por ejemplo las palabras de San Pablo VI cuando llamó a los pobres Sacramento de Cristo en una misa ante campesinos colombianos en 1968: “toda la tradición de la Iglesia reconoce en los Pobres el Sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad de la Eucaristía, pero sí en perfecta correspondencia analógica y mística con ella” (Homilía en San José de Mosquera, 23/8/1968). O la enseñanza de Benedicto XVI en suelo brasilero cuando al inaugurar la Conferencia de Aparecida afirmaba que la opción por los pobres “está implícita en la fe cristológica” (DAp 392).
En esta línea, queremos ofrecer unas sencillas reflexiones sobre la identificación de Cristo con los pobres a partir de una intuición de Juan Pablo II plasmada en Novo millennio ineunte, cuando invita a leer ese pasaje de Mt 25, 31-46 como “una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo” (NMI 49).
Cristo lo pide todo
Romano Guardini, en un ensayo titulado La esencia del cristianismo (Madrid, Guadarrama, 1959) intenta presentar qué es lo específico del cristianismo a partir de reflexionar sobre el lugar de Cristo en nuestra fe. Para ello destaca que ser cristiano no es simplemente hacer un esfuerzo por seguir una doctrina. Lo específicamente cristiano no puede reducirse a un sistema de ideas abstractas. Ser cristiano es ser de Cristo. Es entrar en comunión de amor con un ser histórico concreto: Jesucristo. Comunión que es ante todo una gracia y que está llamada a arraigar en todas las dimensiones de nuestra vida. Cristo lo pide todo. Porque lo da todo.
Ningún otro fundador de una religión o personalidad religiosa destacada se propuso él mismo como contenido de la fe, es decir como mensajero y mensaje a la vez. Buda, por ejemplo, es un iluminado que señala un camino, pero ese camino existe más allá de él. En cambio Jesucristo proclama: “Yo soy el camino” (Jn 14,6). Jesús demanda explícitamente que se le siga, no como un modelo inspirador, sino en un sentido mucho más profundo: “negarse a sí mismo”. La exigencia es total: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,37-38).
Cristo pide ser amado en los pobres
Cristo además de ser el sustento de todo lo creado, es también el criterio de nuestro obrar. El obrar justo es un obrar por Él o para Él, aunque el fin inmediato de esa acción sea una persona determinada. El juicio final de Mateo es un ejemplo contundente de esta preeminencia absoluta de Cristo. Él mismo será el juez y dirá: “"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; … ¿Cuándo Señor?... "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo"” (cf. Mt 25, 31-46).
El juicio será según el “primero y más grande de los mandamientos”: el amor. Pero no el amor en abstracto, como si dijera “han tenido mucho amor entonces reciban la salvación”, sino “tuve hambre y me diste de comer”. Bien concreto. Además, al decir “lo hicieron conmigo” remarca que el criterio de la sentencia es el amor a Cristo y este amor debe expresarse en la persona de los pobres y sufrientes. Lo que fundamenta el veredicto no es nuestra adhesión a una doctrina, ni un determinado comportamiento ético, sino nuestro amor a Cristo expresado en la misericordia con el pobre.
En este texto, Cristo se identifica con los pobres de un modo único. Guardini señala que su actitud no es una simple pedagogía, “como si se situara, en cierto modo, detrás de los hombres que precisan amor, a fin de dar fuerza con su persona a la pretensión de éstos —como podría suponerse, por ejemplo, allí donde aboga por los niños—, sino en principio y de manera absoluta” (R. Guardini, ob. cit., 93). Jesucristo se hermana aquí con los sufrientes de un modo tal como sólo lo puede hacer la sobreabundancia del amor divino. En el misterio de la preferencia divina por el pobre se unen la exigencia de Cristo de ser amado y el clamor del pobre que sufre. Pide ser amado en las llagas de los pobres. De este modo, ellos se convierten -como le gusta decir al papa Francisco- en la “carne” del Cristo al que debemos entregarle nuestra vida.
El pobre es sacramento de Cristo
Cristo está realmente presente en los pobres, pero su presencia está velada por la fe. Puede hablarse -como hace San Pablo VI- de una presencia sacramental, es decir, “una imagen sagrada del Señor en el mundo, un reflejo que representa y no esconde su rostro humano y divino” (Homilía en San José de Mosquera, 23/8/1968). Para percibir este misterio hay que recorrer un doble camino, de algún modo circular, guiados por la gracia divina: adentrarnos con humildad y sincero deseo de conversión en el ámbito de luz que nos brinda la Revelación y ofrecerles nuestro corazón a los pobres compartiendo sus gozos, esperanzas, tristezas y angustias (cf. GS 1).
Digamos por último que la afirmación de San Juan Pablo II que inspiraron estas páginas no queda allí. Luego de decir que Mt 25,31-46 es una página de cristología señala proféticamente que “sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (NMI 49). Es un fuerte llamado a la Iglesia toda a dejarse interpelar por esta predilección divina por el pobre y a buscar en el amor a los que el mundo desprecia un camino de conversión y vuelta a Dios. Convertirse al pobre es convertirse a Cristo.
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