Juan el Bautista. Un testigo de la luz
Ciudad del Vaticano
La Biblia se encarga de relacionar la figura de Jesús con la de Juan el Bautista. El encuentro de María con Isabel marca el inicio de estas vidas. Luego, la Biblia muestra el sentido de esta relación: “Hubo un hombre enviado por Dios, llamado Juan, que vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino un testigo de la luz” (Jn 1,6-8)
El tema principal de su predicación era “—Arrepiéntanse, que está cerca el reinado de Dios” (Jn 3,2). La principal preocupación de Juan es el pecado que está corrompiendo al pueblo entero; por eso migra de la tierra prometida hacia el desierto, para predicar desde allí la conversión a Dios.
En este sentido, la tarea de Juan es clara: denunciar los pecados, llamar a los pecadores a la penitencia y ofrecer un bautismo de conversión y de perdón. Por eso lo llaman “bautista” es decir, el que bautiza. El evangelista Mateo nos lo recuerda: “Den frutos válidos de arrepentimiento y no se imaginen que les basta decir: Nuestro padre es Abrahán; pues yo les digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán. El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego” (Mt 8-10).
Juan el Bautista utiliza un lenguaje duro, habla del enojo de Dios que viene a cortar de raíz los árboles que no dan fruto. El Bautista, no muestra gestos de compasión ante los que sufren. Se queda en el desierto. Esto no significa que su predicación esté descalificada. De ninguna manera. Es más, sobre él Jesús dice: “Les aseguro, de los nacidos de mujer no ha surgido aún alguien mayor que Juan el Bautista. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él” (Mt 11,11).
Hoy, Jesús nos invita a encontrar en la figura de Juan al hombre fiel y que, por esta fidelidad, enfrentó los poderes de este mundo y les invitó a reconocer su propio pecado. Este desafío al poder le costó la propia vida.
La actuación de Jesús va más lejos. Anuncia a un Dios Padre, cercano, bondadoso, compasivo, que perdona. La palabra de Jesús, sin olvidar la necesaria conversión, busca crear una convivencia fraterna, justa y compasiva.
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