La tierra: hermana, hija y madre; reflexiones del sacerdote Carlos María Galli
En 2007 se realizó en el santuario de Aparecida, Brasil, la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe, con el tema Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan Vida. Tuve la gracia de ser uno de los peritos teológicos de esa asamblea y de colaborar con la Comisión de Redacción del Documento Conclusivo presidida por el Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ.
Su capítulo tercero expone la alegría de ser discípulos misioneros que anuncian el Evangelio y, entre las buenas noticias que surgen de la Buena Noticia, anuncia “la buena nueva del destino universal de los bienes y de la ecología”. En ese marco se ubica un párrafo significativo:
Nuestra hermana madre tierra es nuestra casa común
«Con los pueblos originarios de América, alabamos al Señor que creó el universo como espacio para la vida y la convivencia de todos sus hijos e hijas y nos los dejó como signo de su bondad y de su belleza. También la creación es manifestación del amor providente de Dios; nos ha sido entregada para que la cuidemos y la transformemos en fuente de vida digna para todos. Aunque hoy se ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuántas maneras el hombre amenaza y aun destruye su "hábitat". Nuestra hermana la madre tierra es nuestra casa común y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la creación. Desatender las mutuas relaciones y el equilibrio que Dios mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa al Creador, un atentado contra la biodiversidad y, en definitiva, contra la vida. El discípulo misionero, a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden que le dio el Creador»(Documento de Aparecida n. 125).
Nuevos caminos para la Iglesia y una ecología integral
En este texto y en otros parágrafos de Aparecida (nn. 83-87, 470-475) hay como un adelanto de las enseñanzas del Papa Francisco en su encíclica socio- ambiental Laudato si’ (LS) y de cuestiones tratadas en la asamblea especial del Sínodo de los Obispos para la región amazónica sobre el tema Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral. En el cuidado de la casa común se nota que Bergoglio cooperó con Aparecida y Aparecida coopera con Francisco.
Del valioso contenido del párrafo citado, sólo deseo llamar la atención sobre la frase “nuestra hermana madre”. Ésta ya se encontraba en el borrador de la segunda redacción de aquel Documento. Uno de los más de 2.400 modi o propuestas de modificación llegados a la Comisión pedía que se suprimiera esa frase porque, decía, contenía una ideología indigenista ecologista, hostil a la Iglesia Católica, que idolatraba a la madre tierra en la figura de la Pachamama. La Comisión desechó ese modo, presentado por un prelado latinoamericano, y decidió poner en nota la fuente de la frase entrecomillada. Por eso la nota 58 del Documento refiere: Francisco de Asís, Cántico de las creaturas, estrofa 9.
Recuerdo ese episodio desconocido, sucedido hace doce años, porque en la fase de preparación del Sínodo para la Amazonía, se escucharon o leyeron afirmaciones similares a la de aquel modus por parte de prelados que cuestionaban párrafos del Instrumentum laboris sobre la madre tierra (nn. 17, 84). Entonces me preguntaba si aquellos detractores, por una inexplicable falta de cultura cristiana, ignoraban el Cántico o lo evitaban en su ofensiva dialéctica. Durante el Sínodo, en el que participé como experto, he pensado mucho en el contenido de esa expresión franciscana.
El Documento final sinodal no cita el poema y sólo remite a san Francisco en el número 17 como “ejemplo de conversión integral vivida con alegría y gozo cristiano”, sin mencionar que fue nombrado patrono de la Asamblea. En cambio, dos veces se refiere a la madre tierra procurando una ecología integral (nn. 25, 101).
La sabiduría cristiana acerca de la tierra
Aquí deseo recordar aquella bella estrofa porque expresa la sabiduría cristiana acerca de la tierra.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna, y produce distintos frutos con coloridas flores y hierbas.
El verso noveno del Canto está citado por el Papa Francisco en el inicio de la Laudato si’ porque vincula familiarmente al ser humano con la tierra.
Nuestra casa común es como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos. En la poesía del Poverello se escucha el eco del canto de los tres jóvenes mártires que alababan a Dios por sus maravillas, según narra un fragmento del libro de Daniel conservado en traducciones griegas (cf. Dn 3,53-90).
Ese himno de bendición es una fuente inspiradora del canto de san Francisco. Dos versos de aquel texto bíblico afirman: “Que la tierra bendiga al Señor, que lo alabe y glorifique eternamente” (v. 74). La tierra participa del coro de todas las creaturas que, por la voz humana, alaban al Creador. Ella contiene a todos sus frutos: “Todo lo que brota sobre la tierra, bendiga al Señor” (v. 76).
La tierra como hermana
En este horizonte sapiencial se pueden precisar tres relaciones del ser humano con la tierra, dos de las cuales están explicitadas en ambos cantos de alabanza. A ellas agrego el tercer rasgo filial. La tierra es como una hermana porque las creaturas provenimos del único Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible. La creación es un libro abierto – el clásico liber creaturae - que comunica o revela, a su modo, la Verdad, la Bondad y la Belleza de Dios. Contemplando la obra de arte conocemos un poco al Artista, su Autor (cf. Sb13,5). El pobre de Asís daba a todas las creaturas el dulce nombre de hermanas y las invitaba a alabar a Dios.
La tierra como madre
La tierra es como una madre porque nutre a los seres que nacemos y crecemos sobre la faz de este mundo y, en especial, a aquellos que brotan de la tierra. Ella recibe la luz, el calor y la calidez del hermano sol, la hermana luna y el hermano fuego. Ella es fecundada por la hermana agua y también fecunda al hermano viento, aire en movimiento. La sabiduría de la Palabra de Dios y de todos los pueblos bendice a Dios diciéndole: “la tierra se sacia con los frutos de tus obras” (Sal 103,14).
La tierra como hija
La tierra nos precede y nos está confiada. Ella también es como una hija del ser humano, el único sobre ella que fue creado a imagen y semejanza de Dios, a quien el Señor ama de forma personal y le entrega la obra de sus manos (cf. Sal 8,4-7). El hermano mayor tiene la misión de cultivar y cuidar la naturaleza (cf. Gn 2,15), labrarla sin abandonarla y custodiarla sin destruirla, lo que lamentablemente hoy sucede en las cuencas de la Amazonía, el Congo y en tantos otros ámbitos del medio ambiente natural y humano. Por eso, el Papa señala nuestra responsabilidad ante Dios por la tierra: “Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza” (LS 67).
San Francisco de Asís, el hermano universal
La Iglesia invoca a san Francisco de Asís, el hermano universal, para procurar una ecología integral en la que se aprenda y se enseñe a amar y cuidar la tierra como hermana, madre e hija. Los pueblos amazónicos nos enseñan a cultivar esta trama de relaciones culturales en un momento crítico de la historia porque, como dice la Introducción del documento sinodal, la destrucción del bioma amazónico tendría un impacto catastrófico para el conjunto del planeta. Esta es otra lección que, los no amazónicos recibimos del Sínodo, mientras celebramos la iniciativa del Papa Francisco para situar esta periferia de las periferias en el centro de la Iglesia, porque está siempre en el corazón de Dios.
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