Migrantes e indígenas, los descartados en la frontera entre Venezuela y Brasil
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
Vatican News entrevistó a Monseñor Felipe González, Vicario Apostólico del Caroní, sobre la situación sanitaria en esta región y la realidad de los venezolanos que desean migrar hacia otros países de América del Sur, buscando una mejora en sus vidas.
Santa Elena de Uairén, es una pequeña ciudad del Estado de Bolívar en Venezuela; cercana a la frontera con Brasil y Guyana. Fundada en 1923, actualmente cuenta con una población aproximada de 30 mil habitantes. Hasta el momento la pandemia no afecta esta región, sin embargo, existen otros problemas como la pobreza, la migración, la minería extractivista, que ayuda a resolver el problema del hambre, pero, por otro lado, contamina la casa de todos.
Los indígenas del pueblo Pemón habitan esta zona y enfrentan el problema de la legalización de sus tierras. Los frailes capuchinos han dedicado mucho tiempo a la atención pastoral de este grupo. Al igual que otros grupos indígenas de la Amazonia, representan una población vulnerable, debido a la escasa atención e información sobre la pandemia, de parte del Estado.
Entrevista con Monseñor Felipe González
¿Podría describir cuál es la realidad sanitaria de esta zona del país? ¿El dengue y el coronavirus han llegado a esta región?
FG: Sobre la situación sanitaria en esta región del país puedo decir que oficialmente no hay ni dengue ni coronavirus. Porque en este momento el Centro de Diagnóstico integral (CDI) está totalmente cerrado. No sabemos si es porque hay personas contaminadas o no. El hospital que está en Santa Elena también está cerrado. Oficialmente no hay nada, pero la duda está en la mente de todos. Hay personas que han pasado de Brasil para acá, pero tenemos la duda sobre su salud.
¿Cómo enfrentan esta realidad? ¿Con qué recursos cuentan o de qué recursos carecen?
FG: Cómo enfrentan la situación, el hospital y el CDI no tienen casi nada, no sólo para esta situación del coronavirus, sino para cualquier enfermedad, están desabastecidos. Si esa enfermedad se propaga, la situación a va a ser bastante grave. Por ahora tenemos cerrada la frontera con Brasil. Antes, en la ciudad de Pacaraima, que está a unos 15 kilómetros de Santa Elena, se conseguían las medicinas necesarias en las farmacias que hay allí, pero ahora con la frontera cerrada es casi imposible.
¿Qué está haciendo la Iglesia Católica y la sociedad civil para enfrentar el peligro de la pandemia?
FG: Estamos llegando en este momento de llevar a una de las escuelas un alimento para que hagan comida y la repartan a los niños de la escuela. También llevamos comida a los ancianos, a los adultos mayores. Esta ayuda nos la han dado los capuchinos de Brasil y de la diócesis de Padua. El Ministerio de Educación que debería dar comida balanceada y completa a los niños de las escuelas, pues prácticamente lo que da, se reduce a un poco de arroz y caraotas (frijoles negros). Eso no es ni suficiente ni balanceado.
Para los no venezolanos, ¿Cómo comprender la realidad que vive su país?
FG: Esta realidad venezolana es difícil de entender. Estamos ante una dictadua. Las ayudas que puedden dar el gobierno, están condicionadas a que votes por ellos, hables bien de ellos o que esté supuesto a defender al gobierno en cualquier situación. Esta es una realidad que no debería ser, según mis criterios. No hay producción prácticamente de nada, y así estamos esperanzados a las ayudas que vienen de fuera. Creo que Venezuela es un país que no necesitaría ayudas, es un país que tiene capacidad para tener alimentos, para tener de todo si se usara con dignidad y con responsabilidad. Pero, el Estado, al querer tener a todos bajo su dominio, trata de que todos tengan que estar pendientes de su mano generosa que les da una caja de comida cada cierto tiempo. Y para las personas que no son de aquí, esto no se comprende tan fácilmente.
Los que sufren son la gente sencilla, la gente humilde. El gran comienzo de esta debacle fue cuando el presidente anterior comenzó a decir exprópiese. Esas industrias han quedado desasistidas y no están produciendo en este momento absolutamente nada, por eso, ahora todos dependemos de las migajas que da el gobernante.
En esta región amazónica, las haciendas producían alimentos. Ahora que fueron expropiadas, ya no producen. Ahora dependemos de lo que el Estado compra en Brasil y luego reparte. Aquí teníamos una pequeña hacienda con ganado, de la que el vicariato más o menos vivía y ayudaba, con esa alimentaba a los internados de niños indígenas que teníamos aquí. Todo ese ganado ha desaparecido. He puesto las denuncias a las autoridades y no han hecho nada. Quizá esta sea una visión un poco negativa.
Aunque la situación es difícil, aquí en la frontera no estamos tan mal, porque estamos cerca de Brasil, y si hay necesidad de algo, se consigue allá. También en esta zona están las minas de oro y de diamante. Aquí no son minas grandes, sino una explotación familiar y de esa manera la van pasando las familias.
Con los sueldos que ofrece el gobierno para las distintas profesiones no dan para una vida digna. Con eso no puede vivir una familia un mes.
¿Cómo ve usted la situación de migración y desplazamiento de población en esta región?
FG: Mucha gente viene del centro de Venezuela para pasar hacia Brasil, Bolivia, Chile. Ellos duran poco tiempo aquí, porque llegan para hacer los trámites legales en Brasil. Pero desde que se cerró la frontera, muchos quedaron varados. Esta gente no puede regresar ni seguir para adelante. Hay un grupo numeroso. Lo que vemos es que hay muchas personas solicitando comida y albergue donde quedarse.
Por eso, la situación es bastante dura. También, en menor cantidad, están los migrantes que regresan de Brasil. Al estar cerrada la frontera, pasan por trochas. Pero igual, no pueden continuar su viaje porque están cerradas las carreteras y entonces se quedan aquí, en los barrios marginales. Vemos como en las afueras de los pueblos van creciendo los ranchos, las casas de cartón o de plástico donde viven estas gentes. Por eso, les llevamos comida a estas gentes, para ayudarles un poquito. Hay muchas personas que poco a poco se han quedado aquí y van engrosando los cinturones de miseria alrededor de la ciudad de Santa Elena.
Espero que todo esto pase. Primero, el coronavirus no pareciera que hay muchos casos. En Venezuela hay pocos. La norma que ha puesto el gobierno es bastante restrictiva, que no salgan a la calle. Las autoridades patrullan las calles para que se respeten las normativas. Esperemos que este mal traiga algún bien en los aspectos de la vida, en lo social, familiar, educación y salud. Espero que esto sea una lección para el gobierno y cambie de rumbo en la forma de gobernar el país.
Que esta semana santa sea el camino de la cruz. En estos días, la liturgia nos habla de la despedida física de Jesús en la última cena, que esto sea, después del Calvario, de la muerte y todo acabe en gloria, en resurrección y en una vida nueva. Que el señor sea ese cirineo que nos ayude a cargar con la cruz y permita el renacer, el crecimiento espiritual y económico del país. Mis reconocimientos al personal sanitario y a todas las personas que cuidan de los demás. Que el señor los ilumine con su gracia y bendición.
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