Sudáfrica: la Iglesia de frontera al lado de los nuevos pobres
Federico Piana- Ciudad del Vaticano
El llanto de los niños hambrientos, los gritos desesperados de las madres en la fila para obtener una barra de pan frente a la parroquia de San Patricio en el suburbio de La Rochelle en Johannesburgo, Sudáfrica: "Hace dos días, mis hermanos y yo estábamos celebrando la misa a las 8:00 a.m. a puertas cerradas cuando nos detuvimos un momento, aturdidos por esas insoportables y dolorosas súplicas. Tan pronto como salimos de la puerta vimos docenas y docenas de personas pidiendo comer, que querían ser salvados. El Padre Pablo Velásquez, misionero y vicario parroquial scalabriniano, tenía la voz quebrada cuando decía que el bloqueo social y económico impuesto por la pandemia en todo el país está repercutiendo especialmente en las clases más pobres de la población y en los migrantes y refugiados, a menudo ignorados y olvidados: "En poco tiempo, el número de los que piden ayuda a nuestra misión scalabriniana ha aumentado drásticamente. Son miles los inmigrantes sin trabajo a los que, con fatiga, tratamos de dar una mano".
San Patricio, un punto de referencia para los migrantes
La parroquia de San Patricio, en esta pandemia, se ha convertido en uno de los pocos puntos de referencia para los que no tienen nada o lo han perdido todo. En el suburbio de La Rochelle, el campo de acción de los Padres Scalabrinianos, existen numerosas comunidades de inmigrantes pertenecientes a una veintena de nacionalidades diferentes. "Los programas de apoyo dedicados a los ciudadanos sudafricanos puestos en marcha por el gobierno para contrarrestar los efectos del virus no incluyen a los migrantes", denuncia enérgicamente el padre Velásquez. Y los excluidos no tienen más remedio que dirigirse a los sacerdotes de San Patricio: "La primera vez fueron quinientos, pero mañana serán aún más, porque se ha corrido la voz y la pobreza es grande".
Poca atención institucional a la pobreza
Quien ayuda a la parroquia a cuidar de los más pobres es sólo el buen corazón de alguna persona particular. El Padre Velásquez se refiere a una compañía de inversiones en Johannesburgo, que ha contribuido de modo sustancioso, y a algunos feligreses: sólo ellos. "Muchos pobres – revela – fueron llamados por las instituciones, pero cuando se enteraron de que eran inmigrantes les dijeron: ustedes son extranjeros y no tienen derecho a estos subsidios”. Y, como el bloqueo continuará en toda la nación, el nivel de pobreza aumentará a un ritmo trepidante. El Padre Velásquez es consciente de ello, tanto que admite que, en la cola frente a su parroquia, poca gente respeta las reglas anti-contagio: "Todos están amontonados y muy pocos llevan la máscara porque no pueden permitírsela. Y muchos de ellos me dicen: ‘Padre, preferimos arriesgarnos a morir infectados con el coronavirus que morir de hambre’".
El miedo al contagio no detiene la caridad
Las medidas de prevención hacen que sea aún más complicado para los scalabrinianos ayudar. La parroquia del Padre Velásquez se encuentra entre el yunque de las restricciones antivirus y el martillo de la falta de intervención legislativa para apoyar a los que han perdido el trabajo y el pan. "En nombre de Dios y de la Iglesia ayudamos a todos. Pero ahora nosotros mismos no podemos obtener ayuda de los voluntarios porque la gente tiene miedo, nuestros feligreses tienen miedo". Pero para el Padre Velásquez el miedo no es una buena razón para darse por vencido: "La semana pasada la policía vino aquí y vio que estábamos ayudando a los pobres y nos gritó: ¡no tenéis permisos, tenéis que cerrar todo! Sabemos que estamos rompiendo las reglas, pero no podemos dejar que la gente muera". La parroquia de San Patricio, ahora ha obtenido el permiso para ayudar a los pobres de Johannesburgo. Ciertamente no para la iglesia, que debe permanecer cerrada, sino para una asociación de caridad, la de San Vicente de Paúl. Un pequeño truco para tratar de seguir salvando vidas, en nombre de Dios y de la Iglesia.
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