Discernir la conversión desde el Sínodo Amazónico
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
El Sínodo para la Amazonía puso en evidencia las múltiples necesidades que vive la Iglesia de esta región del mundo. Una Iglesia cercana de manera permanente, comprometida con la defensa de la vida en los territorios invita a un discernimiento constante.
¿Cuál es tu opinión como participante del Sínodo, a la luz de los recientes comentarios del Papa Francisco sobre el discernimiento del tema de los sacerdotes casados, acerca de lo que dificultó el consenso moral al respecto?
La incapacidad de ambos polos en tensión durante la Asamblea del Sínodo Amazónico, sobre este de la ordenación de hombres casados, y otros más, ha dificultado la posibilidad de dar un paso adelante en cuanto a reformas más explícitas sobre esto, ya que los temas necesitaban un verdadero y profundo discernimiento orante.
Incluso en el camino preparatorio del Sínodo, en la amplia escucha territorial que como REPAM condujimos, nos dimos cuenta que la necesidad explícita de la gente en el territorio era procesual, es decir, pedían una presencia relevante, creíble, permanente, hermana, cercana y comprometida de la Iglesia en concreto, y para asegurar esto, se veía la necesidad de un discernimiento sobre la ministerialidad. Sobre todo, se podía intuir que la primera cuestión necesaria era la profundización en los ministerios existentes, del reconocimiento de aquellos servicios eclesiales que ya estaban dando vida en la Amazonía.
Sin embargo, algunas posiciones valiosas, pero quizás con una carga ideológica, querían imponer un ritmo sobre un cambio específico en el tema de ministerios ordenados en lo referente a sacerdotes casados, que no se percibía como algo que ya estaba listo o madurado, a pesar de una evidente necesidad de presencia material de ministros ordenados en la Amazonía.
¿Qué crees que hacía falta en este proceso de discernimiento para poder progresar?
La riqueza de un discernimiento tiene que ver con identificar los signos de los tiempos y orarlos, para avanzar paulatinamente y responder en un sentido de integralidad, fraternidad, consenso, y esto se sentía que no estaba. De hecho, es importante llamar a una verdadera autoevaluación a la luz de este hecho. En varias ocasiones lo hemos dicho y hemos recibido reacciones contrarias de cierto rechazo. Hemos planteado que tendríamos que hacer una autoevaluación sobre nuestra propia incapacidad de acompañar un discernimiento más fino, sobre los tiempos, lugares y personas actuales en la Amazonía y en el proceso de reforma de la Iglesia, y darnos cuenta que hicimos más frágil al proceso por convertirlo en un elemento ideológico de lucha de opuestos.
Este proceso se ideologizó o se tornó en medida de fuerzas, y con ello se perdió lo esencial que le da sentido a un discernimiento. Hay que insistir con mucha claridad en que el Sínodo de los obispos es instrumento de consulta del Papa. La Episcopalis Communio, como Constitución Apostólica de la Iglesia, plantea la necesidad de un consenso moral para que el Papa pueda tomar estos elementos de un discernimiento fino, profundo y potente, y emprender cambios de fondo a la luz de la misión esencial de la Iglesia y el seguimiento de Cristo. Como dijo el Papa, el Sínodo no es un parlamento; y en este tema, como en otros, se sentía que el sentido orante del discernimiento se rompía para convertirse en una pugna de polos en tensión.
¿Entonces cómo crees que se podría haber abordado esta situación?
Los temas a los que nos referimos son necesarios, urgentes; claman desde una necesidad de cambio en la realidad concreta, pero la pregunta es ¿cuál es la procesualidad discernida a la luz del Espíritu para dar los pasos viables, y encaminarnos hacia ese mismo destino con un sentido de mayor comunión? Creo que esto es una lección muy grande. En el Sínodo Panamazónico, para algunos temas, nos dimos cuenta que hacía falta purificar la intención y entender que no se trataba de imponer una idea, ni una visión particular autorreferencial, por más valiosa y necesaria que fuera, sino de contribuir con ese consenso moral para que el Papa tuviera todos los elementos de comunión y dar un paso adelante.
Es realmente muy significativo leer estas letras de lo que el Papa ha conversado con el P. Spadaro sobre este tema, porque nos deja muchas lecciones, y al mismo tiempo confirma la noción de que lo esencial es el proceso y estamos en un kairós. El kairós es un tiempo propicio, un tiempo de Dios, que se conecta en este caso con un camino de casi 60 años desde el Concilio Vaticano II, y no se resuelve en un acontecimiento eclesial. La pregunta es cómo seguimos sembrando esas semillas de conversión en un momento de kairós, aunque nosotros mismos no veamos los resultados y frutos que hemos pensado y sentido a los que el Señor nos llama. Es un proceso que va mucho más allá de nosotros, y eso nos llama a sentirnos más humildes, sencillos, y contribuyendo con nuestra limitación a un proceso mayor. Esto es muy sano porque purifica la intención.
La Iglesia no es una ONG, es presencia de Dios, en el modo de la Encarnación de Cristo, en medio de la realidad que quiere acompañar. Los caminos nos pueden parecer lentos desde una óptica que no se sustenta en la fe, y esto es entendible por nuestra urgencia de cambios frente a los gritos de la realidad. Sin embargo, en el tema de los ministerios, espero que se den cambios que respondan a estas urgencias y que sean sostenidos, sólidos y que se proyecten en el tiempo, sin convertirse en elementos de pugna. Pienso que se van dando las condiciones para que sea algo orgánico, desde dentro, desde el ritmo del Espíritu y como fruto de un discernimiento orante.
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