“Francisco, el simpático”. Una forma de vivir la fraternidad
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“San Francisco en su tiempo fue práctica viva de la invitación que hoy nos hace el Papa Francisco bajo el eslogan de ‘la Chiesa in uscita’ (Iglesia en salida), que no es otra cosa que desempolvar la simpatía donada por Cristo a la Iglesia y descuidada a lo largo de la historia”, lo escribe Fray José Daniel Ramos Rocha, OFM, Vice-párroco de la Parroquia de la Santa Cruz de Tívoli, Italia, en la reflexión que comparte con Vatican News sobre la figura del poverello de Asís a la luz de la nueva Encíclica del Santo Padre, Fratelli tutti, publicada en la fiesta litúrgica del patrono de los animales y el medio ambiente.
Hacernos pequeños para ser felices
El Religioso franciscano tomando como punto de partida las palabras que pronunció Monseñor Mauro Parmeggiani, Obispo de Tívoli, durante la Misa solemne de la fiesta de San Francisco de Asís, “la misma que giraba sobre la idea de un Francisco no realizado en sus ideales sueños caballarescos”, hacen pensar en la figura de un “Francisco fracasado”; pero al mismo tiempo, “la idea de su sumisión consciente, su entrega total y su propuesta llamativa para los jóvenes, sobre todo los de hoy, hambrientos y mendicantes de lo que pueda tener sentido en la vida, hacen pensar en un Francisco, simpático”. Sobre todo en estos días que el Santo de Asís y lo franciscano están tan en boga por motivo de la nueva Encíclica del Papa Francisco: Fratelli tutti. “Por su invitación siempre constante a hacernos pequeños para hacernos felices – afirmó Monseñor Parmeggiani – es por lo que Francisco, nos es atractivo, nos es simpático”.
El yugo de Cristo
La palabra “simpático” es ciertamente muy usada por todos, es el lenguaje común, pero su significado va muchos más allá de una cierta proclamación de agrado sobre una persona o una situación, o un calificativo contrapuesto a lo desagradable. Mucho más, cuando lo adjuntamos al poverello de Asís a manera de adjetivo, de descripción de su personalidad siempre atrayente y fascinante. Hablando sobre el “yugo” que ofrece Jesucristo a todos aquellos que se sienten cansados y agobiados por este mundo, el Obispo de Tívoli apuntó: “No es cualquier yugo, sino Su yugo, o sea el Amor”. Haciendo un paragón notable entre lo negativo y desagradable de lo que se entiende por yugo como instrumento de la ganadería para la sumisión al trabajo de los animales de servicio.
La sumisión alegre a la voluntad de Dios
Cuando se entra a la Basílica inferior de San Francisco en Asís, inmediatamente sobre el techo altar mayor se encuentran los inigualables frescos del Maestro delle Vele, formado a los pies del mítico Giotto, el “pintor de san Francisco”, que describen bellamente los votos franciscanos. Exactamente a la derecha se encuentra el fresco que escenifica el voto de la obediencia. Es un hombre pequeño (lo más probable San Francisco) que voluntariamente se está colocando el yugo de Cristo para significar la sumisión alegre a la voluntad de Dios y de los superiores. Hay en la escena figuras humanas y angélicas que fungen de testigos, mientras que un centauro (figura de la humanidad-animalidad juntas, símbolo de la voluntad) se le ve en estado notable de bastante molestia. La escena sublime remite a un mensaje claro: la obediencia perfecta en la tierra integra al hombre y lo hace ciudadano celestial aun viviendo en este mundo. Lo hace simpático a Dios y a los hombres.
La empatía
Para Fray Daniel Ramos, es la simpatía, la característica que llama poderosamente su atención de entre todas las que conocemos del poverello. Para darle a este atributo – tan humano y espiritual – una atención considerable, hemos de anteponer otro recurso auxiliar; la empatía. “Según Edith Stein (filósofa alemana 1891-1942), la empatía es el conocimiento inmediato del yo ajeno, del otro, del alter ego del que yo tengo una propia experiencia. Este elemento cognoscitivo (de conocer) será el primer paso para llegar a tener una verdadera experiencia del prójimo. Siendo – para Stein – un paso cognoscitivo, se debe entender como totalmente diferente del elemento afectivo que también nos pone en relación estrecha con el otro. La empatía es pues, el fundamento cognoscitivo desde el cual es posible un conocimiento afectivo de la otra persona”. En otras palabras, yo empatizo cuando conozco la realidad del otro, su manera de pensar, vivencias, ideales, sueños o frustraciones. El planteamiento de Edith Stein nos ofrece ya una base. Sin embargo, requerimos algo más que conocimiento para mirar mejor a Francisco.
La simpatía
Del mismo modo, según el Fraile franciscano, Max Scheler (filósofo alemán 1874-1928) desarrolló un planteamiento de esta experiencia de conocimiento-relación con el otro que va más allá de esta aproximación empática, a la que consideró insuficiente para dar cuenta de la experiencia profunda del otro. Según su teoría, la simpatía (führer), a la que entiende como el fenómeno humano del “contagio de emociones y sentimientos” (nos alegramos – por ejemplo – en una reunión donde sólo hay gente alegre y positiva, gente que amamos y nos ama) es la que nos lleva a la comprensión cognoscitiva y afectiva del otro, a una experiencia vivencial de lo experimentado en mi prójimo, independientemente si hay algún vínculo afectivo o no. Esta experiencia es para Scheler la verdadera simpatía (Mit-führer), el sentir-con o también co-sentir. El filósofo lo explica así: “aquellas experiencias que nos son inmediatamente comprensibles y conocidas de otros seres pero en las cuales participamos”. Vemos hasta aquí el binomio irrompible empatía-simpatía, la necesidad de la una a la otra.
Francisco; binomio vivo de empatía-simpatía
Casi siempre mi primera reacción ante la palabra “simpático” es la de imaginar un Francisco riendo y cantando en lengua francesa, predicar con ímpetu a las aves y abrazar a un lobo. Mi imaginación inmediata me regala bellas sonrisas de un mismo Francisco de Asís. Momentos brillantes del Francisco simpático son tantos, imposible enumerarlos aquí, pero hemos de decir que su ser “el rey de la juventud” de Asís, - como lo habían titulado sus amigos en su juventud – revela ya esta gran característica de su persona cuando aún Jesucristo no había tocado su vida para la conversión (Vita Seconda di Tommaso da Celano, Fonti francescane 558-559). Era simpático a todos y centro de los festines porque empatizaba perfectamente con las diversas personalidades de aquellos que lo seguían incondicionalmente al punto que después irán tras él a querer llevar su nada fácil estilo de vida precisamente movidos por la simpatía; de él para con ellos y ellos para con él. Simpatía que solo él sabía dar al comprender las necesidades del otro.
Simpatía es comprender las necesidades del otro
Me viene bien traer a la memoria una vez más aquel acontecimiento que las biografías señalan al inicio de la vida de la comunidad nacida entorno a Francisco. Se dice que, cierto hermano (algunos aseguran fue Bernardo de Quintavalle, su primer seguidor) recibía de Francisco un “te amo” todos los días, lo que llegó a hacérsele una costumbre que pronto se convirtió en necesidad. Cuando pasó el tiempo, Francisco tal vez agobiado por las enfermedades y el peso del liderar la comunidad, descuidó este gesto para con dicho hermano. Ocurrió que el sensible fraile entristeció y su comportamiento en la comunidad era notorio para el resto de los miembros aunque no para el santo. Cuando por fin Francisco fue enterado de lo que ocurría, mandó llamar al triste fraile, lo abrazó efusivamente y retomó la costumbre de dar su dotación afectiva diaria a aquel con un sentido “te amo”, actitud a la que en vida no renunció jamás mientras se encontraba cerca de dicho fraile.
Francisco simpatizó con el lobo porque conoció su sufrimiento
Tampoco podemos dejar de largo lo que nos narran Las florecillas y lo refuerzan las biografías de la época, la experiencia con el lobo (I Fioretti di san Francesco, Fonti francescane, 1500). Fue en Gubbio, donde se dio la conversión del lobo asesino. “Francisco dialoga con el lobo, habla con él. Lo amonesta por su comportamiento”. La coincidencia se hace más sólida cuando vemos que el final del acontecimiento viene señalado con el premio de la pacificación de la bestia precisamente con la garantía de ser alimentado y amado por la ciudad a la que agredió. Este dato aunque conmovedor, es importante ya que nos lleva a pensar que Francisco simpatizó con el animal porque conoció su sufrimiento, su soledad y su dolor por no ser tenido en cuenta por nadie. Garantizarle de ese momento en adelante el alimento corporal y afectivo nos hablan de una solución audaz de alguien que prueba verdaderamente el dolor ajeno (Gubbio-Asís), incomprensible (en la figura de un animal) y mal encausado hacia el daño al otro (su rapacidad, crear terror), simpatía pura la de Francisco, que deja a la ciudad la paz y armonía añorada, sin resentimientos ni posibles venganzas hacia su agresor, pues “la ciudad lo alimentó el resto de su vida.
Simpatía, aquella capacidad de entrar en el otro
Existe otro dato, donde se describe esta cualidad de Francisco ante las situaciones particulares de los otros. Se dice que en cierta ocasión un fraile de notable edad y experiencia de vida, amigo sabido de Francisco se encontraba dentro de un periodo de crisis espiritual donde, afligido en el alma por tantas sugestiones “del maligno”, se avergonzaba tanto de ir a confesarlos asaltado de la tentación de pensar que los confesores tenían presentes sus recurrentes pecados y sentía su juicio. Por aquellos días el santo acompañado de otro hermano pasaron por aquella región y decidieron visitar a la fraternidad del convento donde habitaba dicho fraile. En la convivencia y el trato fraterno, Francisco percibió la situación del alma de aquel atribulado hermano y llamándolo a sí le dijo: “Querido hermano, quiero y te ordeno que no te angusties de confesar todo lo que sufres por causa de tus tentaciones. Debes estar tranquilo, pues el maligno no ha hecho ningún daño a tu alma. De hoy en adelante cada vez que te asalte una crisis de angustia o tentación a pecar, recita siete veces el Padre nuestro”. Se dice que el fraile recuperó la tristeza y expulsó por sí mismo toda aquella angustia y vergüenza que lo torturaban y admiró grandemente la santidad de Francisco por haberlo comprendido sin siquiera haber confesado a él cómo se sentía. (Leggenda perugiana, Fonti francescane, 1168-1169).
Francisco, el simpático
Es claro que San Francisco sigue siendo atrayente a las generaciones actuales, basta pasear un poco por las calles de Asís para darnos cuenta de la atracción que tiene por los jóvenes. Su ejemplo de vida y las acciones concretas de las que tenemos noticia gracias a las fuentes franciscana nos sugieren nuevas formas de acercamiento a las realidades de los otros, sobre todo a aquellos que más necesitan de cercanía. Francisco en su tiempo fue práctica viva de la invitación que hoy nos hace el Papa Francisco bajo el eslogan de “la Chiesa in uscita” (Iglesia en salida), que no es otra cosa que desempolvar la simpatía donada por Cristo a la Iglesia y descuidada a lo largo de la historia.
El movimiento empatía-simpatía es ciertamente un itinerario a seguir, punto de partida y llegada para comenzar a ser verdaderos humanos, coherentes cristianos y franciscanos alegres. El mundo necesita más personas que empaticen y simpaticen con sus cercanos. Sensibilizarnos ante las situaciones de los otros – sobre todo aquellas más tristes y dolorosas – es el inicio de nuevas civilizaciones fundamentadas en la tolerancia y el respeto que todos necesitamos y que actualmente se exige. El modelo de esta simpatía será siempre el Creador, que quiso, haciéndose creatura, simpatizar para demostrar su amor infinito.
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