La Hora de la Madre, liturgia del dolor en la esperanza
Maria Milvia Morciano – Ciudad del Vaticano
La Hora de la Madre es una antigua liturgia que se recita en la mañana del Sábado Santo desde 1987, Año Mariano, en la Basílica de Santa María la Mayor, donde fue celebrada por primera vez – Siglo IX – por los Santos Cirilo y Metodio. La celebración alterna Salmos, lecturas y breves oraciones rítmicas de la liturgia bizantina. Pero la celebración no sólo tiene lugar en la archibasílica mayor papal: el favor del que goza la ha extendido a otros lugares. Se ha celebrado dos veces en San Pedro, por deseo de San Juan Pablo II, y también hoy en otras iglesias.
Esta tradición es alimentada por el Padre Ermanno Toniolo, de la Orden de los Siervos de María, Director del Centro de Cultura Mariana de Roma y Profesor emérito de la Facultad Teológica Pontificia Marianum. Nacida en un entorno bizantino, La Hora de María se ha convertido en un vínculo vivo entre Oriente y Occidente.
La Hora de la Madre, liturgia que se reza en casa
Este año, como en el pasado, debido a las restricciones impuestas para contener la pandemia del Covid-19, la Hora de la Madre, oficiada por el Arcipreste Cardenal Stanislav Rylko, titular de la Basílica de Santa María la Mayor, no puede celebrarse en público, pero los fieles están invitados, no obstante, a reproducir este espléndido rito en sus casas ante una imagen de la Virgen. Iluminada por una lámpara o un cirio expresivo, siempre que no sea un cirio pascual – tal como se informa en el folleto sobre la celebración mariana editado por el padre Toniolo – se convierte en un momento de comunión también para la familia.
El dolor de María
No hay dolor más grande que el de una madre que ha perdido a su hijo. Imaginemos el dolor de María: sabía lo que tenía que pasar y aprendió a aceptarlo toda su vida, desde aquel primer sí de la Anunciación. Vio cómo todo se desarrollaba ante sus ojos con el conocimiento seguro de la fe de que su hijo es Dios, pero lo vio sufrir como cualquier otro hombre, sometido a atroces torturas y humillaciones y condenado a la pena capital. La Virgen reconoce ese dolor que Simeón le había predicho:
Citando a Pablo en la Carta a los Romanos (4,18), a propósito de Abraham, el padre Toniolo escribe que María "creyó contra toda evidencia, esperó contra toda esperanza".
El sí de María
Bajo la cruz, María vuelve a pronunciar – en el silencio de su corazón – su sí incondicional. El dolor de María no es desesperado, pero sin embargo es desgarrador, porque es el dolor más puro de una madre. Pasa el sábado, ese día interminable en el que espera que todo se cumpla. Esta fuerza en la fe, esta esperanza segura, ciertamente no podía calmar su dolor. Tuvo que presenciar la agonía de su Hijo y su muerte. Lo acunó en sus brazos por última vez antes de dejar que se lo llevaran para enterrarlo. Tuvo que aceptar la separación y el vacío que cayó sobre ella. Es imposible comprender cuántos pensamientos "guardaba en su corazón" en medio del ruido de los lamentos de las piadosas mujeres y de los Apóstoles perdidos.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí