Compasión, poesía y martirio en la vida de John Bradburne
German Rosa, s.j.
El martirio de John Bradburne es el fruto de un camino que fue evolucionando desde su educación básica y su formación militar que lo prepararon para estar en los escenarios más violentos de la Segunda Guerra Mundial, hasta confrontarse con la fragilidad humana despertando en él la compasión y una capacidad de misericordia, ternura, altruismo y solidaridad humana que lo llevó a dar la vida por los leprosos.
Compartió la suerte de los leprosos
John Randal Bradburne fue laico de la Tercera Orden de San Francisco, poeta y director de la colonia de leprosos Mutemwa en Mutoko, de la antes Rhodesia, hoy conocida como Zimbabwe. Se atrevió a compartir el sufrimiento de los leprosos y no huyó de las situaciones dolorosas que vivían.
Su experiencia inspiradora nos ofrece un testimonio de la gran sensibilidad y de la grandeza de nuestra condición humana que no interpela para acompañar a tantas personas en esta pandemia y en situaciones de tanta fragilidad y vulnerabilidad en nuestro mundo de hoy. Vivió la vida ordinaria siendo extraordinario. Su riqueza humana fue modelada por su experiencia espiritual, logrando una auténtica síntesis de la contemplación en medio de la acción, en el servicio generoso como misionero de los leprosos.
John Bradburne nació el 14 de junio de 1921 en Skirwith, Cumberland, Inglaterra. Su padre era un eclesiástico anglicano, provenía de una familia con muchos recursos económicos, tuvo una buena educación y también fue miembro del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial se ofreció como voluntario para el ejército indio y se incorporó a la Unidad de Entrenamiento de Oficiales Cadetes en Bulford Camp. En 1940, fue asignado al 9º Rifles Gurkha del Ejército de la India y pronto fue enviado con ellos a la Malaya británica para hacer frente a la invasión del Ejército Imperial Japonés.
Después de la caída de Singapur, en febrero de 1942 y de su fallido intento para escapar fue rescatado por la Royal Navy y regresó a Dhra Dun en India. En ese lugar estuvo en servicio activo con Orde Wingate’s Chindits en Birmania. Posteriormente renunció a su carrera militar en 1946 por problemas de salud. Luego John Bradburne tuvo una experiencia religiosa en Malaya y su fe fue determinante para el resto de su vida. La gracia de Dios fue actuando históricamente en su vida, lo tomó y lo transformó de forma progresiva. John Bradburne se dejó modelar como el barro en manos del “Alfarero”.
Un convertido al catolicismo
Después de la guerra regresó a Inglaterra, se quedó con los benedictinos de la abadía de Buckfast, dónde se convirtió al catolicismo. Quería ser monje, pero no fue aceptado porque su conversión al catolicismo era reciente. Durante dieciséis años viajó por Inglaterra, Francia, Italia, Grecia y Oriente Medio. En Inglaterra estuvo con los cartujos durante siete meses. En Israel se unió a la pequeña Orden de Nuestra Señora del Monte Sión y fue novicio en Lovaina, Bélgica, por un año. En Roma vivió durante un año, luego intentó vivir como ermitaño en Darmoor, después fue a la abadía benedictina de Prinkhash, luego se unió al coro de la catedral de Westminster. El Viernes Santo de 1956, se unió a la Orden Franciscana Seglar, pero continuó siendo laico.
En 1962 tuvo la iniciativa de escribirle a un amigo jesuita en Rhodesia (República de Zimbabwe), el P. John Dove, S.J. En su carta John Bradburne le preguntó si había una cueva en África donde pudiera orar, y el P. Dove le invitó a ser un ayudante misionero en Rhodesia. Es ahí, dónde en 1969 John Bradburne encontró el asentamiento Mutemwa cerca de Mutoko. Era una comunidad aislada de enfermos de lepra, ahí permaneció John Bradburne con ellos. Los cuidó como su director, pero no aceptó algunas directrices de la Asociación de Lepra, por eso fue expulsado de la colonia. Permaneció en una choza de hojalata, fuera de la cerca perimetral, durante los últimos seis años de su vida, acompañando a los leprosos. Después de su llegada a África, John Brudburne le expresó sus tres deseos a un sacerdote franciscano: ayudar a las víctimas de lepra, morir mártir y ser enterrado con el hábito franciscano.
Con los leprosos hasta el final
En julio de 1979, la guerra de Rhodesia Bush se acercaba a Mutemwa. Los amigos de John Bradburne le insistieron a que se fuera, pero él decidió quedarse con los leprosos. El 2 de septiembre de 1979, los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional Africano de Zimbabwe lo secuestraron. Le dispararon y murió el 5 de septiembre a la edad de 58 años. Se realizaron así sus deseos: fue solidario con los leprosos hasta su muerte siendo un mártir y lo enterraron con un hábito franciscano en el cementerio de la misión Chishawasha, a unos 18 kilómetros al noreste de Salisbury, ahora Harare (Cfr. https://www.mondoemissione.it/africa/john-bradburne-da-viaggiatore-e-poeta-a-martire-e-beato/). John Bradburne, no solo tocó la carne “sufriente” de los leprosos, sino que se identificó con el mismo crucificado hasta su muerte.
Por el camino del seguimiento del Señor
El testimonio de vida de este misionero ha llevado a la Iglesia al reconocimiento de su santidad. Descubrimos en la trayectoria de su vida que fue un hombre solidario, sin pretender mostrar conquistas personales y sociales, ni pactó con la tentación de convertirse en un autorreferente narcisista. La santidad se cristalizó en su vida siendo pobre, viviendo con los pobres tal como lo expresan las bienaventuranzas y fue feliz viviendo con los pobres (Mt 5,3; Lc 6,20). Además, esto lo llevó a esa amistad y confianza absoluta en Dios. En definitiva, el camino de la santidad consiste en encarnar las bienaventuranzas que Jesús expresa en el Evangelio (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). John Bradburne se identificó con ellas, aunque biográficamente vivió unas más que otras. Y esta experiencia de las bienaventuranzas fue acompañada del protocolo del juicio final: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mt 25,35-36).
Un hombre de misericordia
John Bradburne fue un hombre misericordioso. La misericordia la mostró en esa manera de ayudar, servir a los demás y en ese darse absolutamente a los leprosos. Mirar y actuar con misericordia es un reflejo de la santidad. John Bradburne fue una persona que fue capaz de dejarse traspasar por el dolor de los demás, tocó las profundidades de la vida y por eso fue auténticamente feliz.
El papa Francisco al tratar el tema de la santidad en su Exhortación Apostólica sobre el llamado a la Santidad en el mundo actual lo dice así: “En los procesos de beatificación y canonización se tienen en cuenta los signos de heroicidad en el ejercicio de las virtudes, la entrega de la vida en el martirio y también los casos en que se haya verificado un ofrecimiento de la propia vida por los demás, sostenido hasta la muerte” (Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, Nº 5).
En la noche más oscura surgen los profetas y los santos (Santa Teresa Benedicta de la Cruz). Y no cabe duda de que vivimos una experiencia de oscuridad al padecer esta terrible pandemia. John Bradburne es una pequeña luz que ilumina en medio de esta gran crisis sanitaria y sus consecuencias, también es una invitación perenne para acompañar a quienes la sufren directamente.
Despojado de todo, menos de su voz
John Bradburne fue un poeta místico. Escribió más de 6000 poemas, con un cuerpo de 170,000 versos. Conocía a todos los leprosos de Mutemwa y, como buen poeta que era, escribió un poema para cada uno de ellos. Eran su familia. Durante años vivió como un ermitaño dedicando su tiempo a la oración, sin dinero y sin otra pertenencia que el hábito de la tercera orden. Puede consultar sus poemas en: www.johnbradburnepoems.com
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