Un hogar después del horror: Atención y refugio para los ucranianos y sus hijos
Salvatore Cernuzio - Kiev (Ucrania)
"Victoria", dice. No una victoria militar, sino "la victoria de un mundo civilizado y democrático". Una victoria de la civilización y no de la crueldad". Tatiana ríe mientras expresa sus esperanzas en su país, Ucrania, abandonado hace siete meses junto con sus hijos David, de 7 años, y Mariana, de 14. Es una risa nerviosa que pronto da paso a las lágrimas. Un sollozo que desfigura su rostro demacrado y pálido a causa de la quimioterapia. La emprendió el año pasado pero, debido al conflicto, tuvo que interrumpirla. "Esto empeoró mi cáncer", explica. La mujer recibe ahora tratamiento en Polonia, exactamente en Przemyśl, donde ha encontrado un "hogar" en un centro gestionado por Cáritas a 15 km de la frontera. Se llama "Casa Madre-Hijo". Con ella están su hermana, Ana, un hijo y su marido al frente. Huyeron de Zaporizhzhia después de que el segundo y "cruel" bombardeo ruso destruyera la mitad de su casa.
22 en dos plantas
Actualmente viven con otras siete familias en esta estructura que huele a comida cocinada y madera calentada. En total, hay 22 personas alojadas en cuatro grandes habitaciones repartidas en dos plantas. Proceden de Kiev, Odessa, Mariupol y también de ciudades de Donetsk. Son ortodoxos, greco-católicos, católicos de rito latino: "Aquí, por supuesto, no se tiene en cuenta ni el origen ni la afiliación religiosa", explica Margarita, que coordina el centro junto con otros dos refugiados ucranianos que, contratados por Cáritas, asisten ahora a sus compatriotas. La mayoría de los alojados son niños: desde Evgenia, que cumplirá un año el 11 de diciembre, hasta Luda, que tiene 16 años y ayuda a su abuela Ludmila a cuidar de sus hermanas pequeñas. La madre médico ha permanecido en Kiev para atender a los heridos.
Bombones para San Nicolás
Ayer, un grupo de periodistas de misión en Polonia y Ucrania, con motivo de un viaje organizado por sus respectivas embajadas ante la Santa Sede, llevaron a estos pequeños refugiados paquetes de chocolate y calendarios de Adviento. Pequeños regalos para que ni siquiera la tradicional fiesta de San Nicolás, patrón de los niños, fuera engullida por el horror de la guerra. "¡Sí!", gritan dos hermanitas, abriendo los regalos de rodillas en una de las cinco camas forradas de vellón de la habitación que comparten con otras cinco. Las madres sonríen, excepto una. Lleva albornoz, el pelo recogido y la mirada perdida. Sólo cuida de su hija Vira, de un año y medio, que gatea y lo toca todo, especialmente las pantallas de los móviles. "Huyó de la guerra, pero también de la violencia de su marido", explica en un susurro una de las trabajadoras. "Sigue un camino de tratamiento psicológico".
Atención psicológica y cursos de formación profesional
Este es uno de los servicios que ofrece el hogar, junto con cursos de formación para introducir a estas mujeres heridas por la tragedia de la guerra en el mundo laboral. Algunos ya trabajan como cajeros o traductores. Otros se quedan poco tiempo y luego se reúnen con familiares en otros países. La duración de la estancia varía: "De dos días a diez meses. Lo importante es garantizar calidez y acogida". Por eso, tras la primera asistencia, se deja a las mujeres libertad para moverse por la casa: "Ellas gestionan el programa, ellas mandan. Deben sentirse como en casa. Aunque sea en otro país, en otro mundo...".
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