Entre la gente, por la reconciliación en Colombia
Giada Aquilino – L’Osservatore Romano
Cuando muere un amigo y te enteras por las redes sociales, en las que los "supuestos" amigos son muchos y en su mayoría desconocidos, es como si el dolor fuera más grande. Un salto en el corazón. Monseñor Elkin Fernando Álvarez Botero, obispo de Santa Rosa de Osos, en el departamento de Antioquia, Colombia, falleció repentinamente el pasado sábado. Así lo anunciaron las redes sociales de la sede episcopal.
Monseñor Álvarez Botero, de 54 años, había sido obispo auxiliar de Medellín y secretario general de la Conferencia Episcopal del país latinoamericano entre 2016 y 2019. Lo conocí en ese cargo en el verano de 2017: lo busqué por correo electrónico y luego hablamos por teléfono. Faltaba poco más de un mes para la visita del Papa a Colombia, yo llegaría a Bogotá unas semanas después para seguir, para 'Radio Vaticana', el viaje apostólico de Francisco. Un viaje importante. "Me gustaría ir (a Colombia, ed.) cuando todo esté 'blindado'", había dicho el Pontífice un año antes -de regreso de otro viaje, el de Georgia y Azerbaiyán- refiriéndose al proceso de paz que, en medio de no pocas dificultades, pondría fin a más de cincuenta años de guerra de las Farc, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, en una tierra que aún lucha por reconciliar a sus hijos, entre otras guerrillas y formaciones paramilitares.
Monseñor Álvarez Botero había participado en la organización del viaje del Papa. Me ayudó a encontrar personas a las que entrevistar, pero, antes que nada, a las que conocer. Porque sólo hablando con la gente puedes tratar de comprender un país.
Con una colega, llegamos a Bogotá una noche de principios de septiembre, el día 6 llegaría el Pontífice. Para nuestro asombro, descubrimos que, debido a un descuido, no había ninguna reserva a nuestro nombre en el hotel, en una ciudad con, en aquella época, una de las tasas de feminicidios más altas del mundo. Llamé a la única persona que más o menos conocía. Monseñor Álvarez Botero en pocos minutos, de nuevo por teléfono, nos ayudó a mí y a mi colega. Todavía no lo conocía personalmente. Al día siguiente, quizás el 5 de septiembre, caminábamos por las calles de la capital colombiana, ya en fiesta para recibir al Papa Francisco. En una plaza, por casualidad, nos encontramos con una concentración juvenil: había un escenario, jóvenes hablando de su experiencia y de su futuro por construir e inventar después de la guerra civil. Entre ellos había un obispo. Le oí hablar. Era monseñor Álvarez Botero, estuve inmediatamente segura de eso. Dijo aquello de lo que estaba profundamente convencido y que me había anticipado por teléfono: "Queremos arrancar a estos chicos de la violencia, llevarlos a una situación de amor, de consuelo, que es condición esencial para un crecimiento integral".
Volví a verlo junto al Papa, el 9 de septiembre en Medellín, cuando recibió a Francisco en el estadio cubierto La Macarena, para el encuentro con sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados y consagradas, seminaristas y sus familias.
Nos hicimos amigos con Monseñor Elkin, luego lo conocería también mi familia. Vino varias veces a lo largo de los años a Roma, ciudad que ya conocía por sus estudios de Teología Bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana y por su servicio en una parroquia local. El pasado mes de abril, con ocasión de la visita ad limina de los obispos de Colombia, nos habíamos encontrado. Había vuelto a hablar de los jóvenes de su diócesis de Santa Rosa de Osos -allí era obispo desde finales de 2020- y de la tierra de la que era pastor, todavía azotada por la violencia, pero donde las comunidades, a las que llegaba a menudo tras agotadores viajes en moto o montado en un burro por la inmensidad de los espacios, lo acogían con alegría. Lo había visto retratado en fotos de celebraciones en lugares ancestrales, donde la única riqueza de la gente era la sencillez de la fe y la fuerza de una sonrisa. La misma con la que recuerdo a Monseñor Elkin, quien fue hasta el final consejero departamental para la paz en sus zonas.
En estos días celebraba 30 años de sacerdocio: regresó a la Casa del Padre tras haber alcanzado una meta por la que ciertamente había dado gracias al Señor, que le había concedido la alegría de servir durante tanto tiempo al Evangelio y a su pueblo, al que tanto amaba.
Profundo pesar por la muerte del prelado expresó el presidente de los obispos colombianos, monseñor Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá, para quien el Papa anunció el pasado domingo la púrpura cardenalicia.
La eucaristía exequial por monseñor Álvarez Botero se celebró el lunes en la catedral de Santa Rosa de Osos, presidida por monseñor Ricardo Antonio Tobón Restrepo, arzobispo de Medellín, y hoy habrá una ceremonia fúnebre en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de El Retiro, donde nació y reside su familia.
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