Haití: Los misioneros camilianos una cotidianidad entre violencia y pobreza
"La comunidad necesita un acompañante espiritual que viva con la gente y les ayude a llevar el peso del trabajo cotidiano", afirma el padre Massimo Miraglio, misionero camiliano que trabaja en el país que sigue asediado por bandas armadas, con la población exhausta por el hambre y las epidemias. En agosto, el misionero, único camiliano italiano presente en Haití desde hace más de una década, fue nombrado párroco de la nueva parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro situada en la localidad de Purcine.
"Como párroco, asumo una responsabilidad directa hacia la población que me ha acogido como una verdadera gracia", escribe el misionero, que con este encargo se convierte en custodio de un vasto territorio que incluye otras 17 aldeas. "La zona está muy aislada y la crisis del combustible impide a la gente llevar los productos de la tierra, su única fuente de subsistencia, al mercado de la llanura".
Bajo una tienda de campaña...
En la nota recibida en la Agencia Fides, el padre Massimo, que trabaja desde hace casi veinte años en la misión camiliana de Jérémie, a 200 km de la capital, Puerto Príncipe, explica que en Purcine los servicios religiosos y las lecciones escolares se celebraban bajo una tienda de campaña.
Para llegar a Purcine desde Jérémie, hay que recorrer un trayecto de tres horas en coche y otras cuatro a pie. "Además de administrar los sacramentos y celebrar la Eucaristía", cuenta el misionero, "hemos montado una pequeña clínica móvil y hemos puesto en marcha algunas actividades de apoyo a las familias más necesitadas. También hemos reconstruido la pequeña iglesia que alberga la escuela primaria, una tienda para la guardería y organizado un pequeño ambulatorio".
Inmersos en el caos
En medio del caos que aún reina en la isla, los últimos informes indican que más de 10.000 personas han huido de sus hogares en algunas zonas del centro de Haití tras una serie de ataques perpetrados por bandas criminales en los últimos días. Entre ellos, el martes 26 de septiembre, un grupo de hombres armados atacó el hospital universitario de Mirebalais, uno de los principales centros de salud del país, al norte de la capital. Unos días antes, presuntos miembros de una banda, armados con machetes, palos y otras armas improvisadas, atacaron una comisaría de policía en la cercana Saut-d'Eau. En un contexto tan trágico como éste, los mismos obispos de la isla caribeña se han convertido en la voz de la desesperación de la población y las Naciones Unidas están discutiendo el envío de un contingente de cascos azules.
Con información de la Agencia Fides
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí