Hace cinco años la muerte del Cardenal Ortega: hombre de diálogo
L'Osservatore Romano
«Tengo la suerte de ser el único arzobispo metropolitano que ha recibido a tres Papas en la misma sede», solía decir el cardenal cubano Jaime Lucas Ortega y Alamino, citando el histórico viaje de Juan Pablo II en 1998, y los de Benedicto XVI en 2012 y Francisco -a quien le unía una gran amistad y una asidua relación de colaboración- en 2015 y 2016, cuando el primer Pontífice venido de América Latina se reunió con el Patriarca ortodoxo ruso Kirill. Hoy, 26 de julio, se cumplen cinco años de la muerte del cardenal, que en más de medio siglo de servicio a la Iglesia en el país -arzobispo de San Cristóbal de La Habana durante treinta y cinco años y cardenal durante cinco quinquenios- se había distinguido por la atención pastoral a los laicos y especialmente a los jóvenes, por su atención a las vocaciones y a la formación sacerdotal, por su testimonio de caridad hacia los últimos (apoyado también en la fundación de la Cáritas nacional) y por su compromiso con la misión evangelizadora, fomentado, entre otras cosas, por la creación de nuevas parroquias, la reconstrucción de más de 40 iglesias y el apoyo a uno de los primeros periódicos católicos de Cuba, el boletín mensual de la archidiócesis «Aquí la Iglesia».
Hombre de diálogo, capaz de mantener viva a la Iglesia cubana en años difíciles, había sido uno de los protagonistas del acercamiento -fuertemente deseado por el Papa Francisco y luego realizado a finales de 2014 con la mediación del cardenal secretario de Estado Pietro Parolin- entre los Estados Unidos de América y su país. Para el pueblo, se había convertido así en «el cardenal del deshielo», respetado incluso por las autoridades gubernamentales cubanas que le habían ofrecido un funeral de Estado.
Le unían a Francisco unos orígenes latinoamericanos comunes y una relación personal enraizada también en la sintonía pastoral sobre muchos aspectos de la vida y la misión de la Iglesia en el continente. No en vano, el cardenal había pedido a Bergoglio -quien se lo entregó una vez elegido Papa y permitió su publicación- una copia del discurso que pronunció durante una de las Congregaciones Generales que precedieron al Cónclave de marzo de 2013, porque coincidía perfectamente con su pensamiento sobre la evangelización, definida por el futuro Pontífice como «la razón de ser de la Iglesia».
Nacido en Jagüey Grande, en la diócesis y provincia de Matanzas, el 18 de octubre de 1936, había decidido ingresar en el seminario diocesano a los 15 años, tras una conversación con un padre carmelita, y, terminados los estudios, fue ordenado sacerdote en 1964. En 1966, siendo Vicario Cooperador de Cárdenas, su primer destino, fue internado durante ocho meses en los campos de trabajo conocidos por las siglas Umap (Unidades militares de apoyo a la producción), durante los cuales había conseguido celebrar misa a escondidas utilizando una copa de aluminio como cáliz.
Al término de su encarcelamiento, había sido nombrado párroco de su pueblo natal y luego de la catedral de Matanzas, ocupándose al mismo tiempo de la comunidad de Pueblo Nuevo de la misma ciudad y de otras dos iglesias de la periferia, dado el escaso número de sacerdotes. En esos años fue también presidente de la Comisión Diocesana de Catequesis, dando vida a un movimiento juvenil que incluía -entre las diversas formas de apostolado- campamentos de verano y acción evangelizadora a través de obras de teatro, representadas por niñas y niños.
El 7 de diciembre de 1978 fue nombrado obispo de Pinar del Río -uno de los primeros del pontificado de Karol Wojtyła- y ordenado el 14 de enero de 1979 en la catedral de Matanzas por el nuncio apostólico Mario Tagliaferri. A continuación, fue promovido a arzobispo de San Cristóbal de La Habana en noviembre de 1981. Aquí, en una intensa e ininterrumpida labor pastoral de más de 30 años, había devuelto la esperanza a una realidad dramáticamente marcada por la escasez de presbíteros, la falta de organismos eclesiales para los laicos, edificios decadentes y muy pocos medios disponibles. Por ello, había diseñado personalmente la nueva estructura del seminario interdiocesano, cuya primera piedra fue bendecida por Juan Pablo II -quien le había creado cardenal cuatro años antes- en la Plaza de la Revolución de La Habana, durante su histórica visita de 1998. En aquella ocasión, el Pontífice había subrayado la talla y autoridad de la figura del cardenal -unánimemente reconocida por la población de la isla caribeña- pronunciando una frase que aún hoy se recuerda: «En Cuba -dijo el Papa polaco- hay dos comandantes: Castro y Ortega».
Líder de una '«Iglesia pobre pero no deprimida ni silenciosa», como le gustaba llamarla, en 2011 también había puesto en marcha el Centro Cultural “Padre Félix Varela” para la formación de laicos. Y fue aquí donde había aparecido en público en junio de 2019 -apenas unas semanas antes de su muerte-, cuando recibió de manos de los obispos cubanos la medalla “Carlos Manuel de Céspedes” a la evangelización de la cultura, el último de los muchos galardones (como los títulos honoris causa que le concedieron varias universidades estadounidenses) que instituciones eclesiales y culturales internacionales otorgaron al cardenal.
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