Israel-Irán, la brutalidad de la guerra vista por un sacerdote en Jerusalén
Federico Piana - Ciudad del Vaticano
Estaba en la terraza de su casa cuando, anoche, vio el cielo iluminado por las estelas resplandecientes de los misiles que llovían sobre Israel desde Irán: «Conté más de cien. Entonces fui a refugiarme en una parte más segura de mi casa. Pero tal vez habría sido inútil: la potencia de aquellas explosiones habría aniquilado cualquier refugio. Cualquiera». La zona de Jerusalén desde la que el padre Filippo Morlacchi relata a los medios vaticanos la noche más negra de la escalada bélica es la que se encuentra en la línea fronteriza entre el este y el oeste, a veinte metros de la Puerta de Damasco, entrada a la Ciudad Vieja. «Es también la parte más sensible, la prueba de fuego en la que te fijas para entender cuáles son las reacciones de la gente cuando estallan tensiones como ésta», añade don Filippo
Aparente normalidad
Un punto de vista privilegiado desde el que el sacerdote, un Fidei donum de la diócesis de Roma que sirve en el Patriarcado de los Latinos de Jerusalén, ha tomado conciencia de que el atentado de anoche hacía parecer surrealista una ciudad acostumbrada, al fin y al cabo, a las deflagraciones y a las muertes. «Esta mañana -dice- no hay policía alrededor, hay poco movimiento. Los que querían abrir sus tiendas, han ido a trabajar. A pesar de que cerraron los puestos de control para entrar en los territorios palestinos. En el fondo, es una situación surrealista que vivimos desde hace meses». Jerusalén, de las explosiones de la noche, salió intacta. No hubo daños ni muertos. «Viendo a esos mensajeros de la muerte surcar el cielo, tuve la impresión de que los misiles iban dirigidos a objetivos militares, no civiles», intenta teorizar Don Morlacchi. Sin embargo, está seguro de una cosa: «Unas horas antes del atentado, las autoridades habían pedido prudencia: incluso se habían prohibido las celebraciones y los actos con gran afluencia de público. Hay que recordar que esta noche comienza la fiesta de Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, y la semana que viene en el Muro de las Lamentaciones se esperaban multitudes de creyentes que ahora ya no podrán participar en esos ritos religiosos».
Oración por la paz
Los sentimientos generalizados entre la población que el Fidei donum llega a describir parecen encontrados: «Los del lado judío o pro-judío son profundamente diferentes de los del lado árabe o pro-árabe. Los israelíes temerosos, los árabes eufóricos». La Iglesia, en todo esto, está haciendo cada vez más por la paz. El Patriarca de Jerusalén de los Latinos, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, ha convocado una jornada de oración el 7 de octubre, aniversario de la masacre de Hamás. «Aquí cada cristiano no hace otra cosa que seguir invocando la paz. Y abogar por la sensatez. Los cristianos son testigos de un delirio en el que se percibe la fuerza del mal. Y desearían que terminara pronto», sostiene don Morlacchi. El sacerdote concluye con un deseo, que él mismo califica de audaz pero no imposible: «Me gustaría que Tierra Santa se convirtiera en un lugar donde todos pudieran encontrarse de verdad. Y puedan coexistir de verdad».
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí