Sudán, miles de personas desesperadas huyen de la guerra civil
Federico Piana - Ciudad del Vaticano
Existe un punto de vista dramáticamente privilegiado para comprender cómo la guerra civil en Sudán está entrando en su peor fase, quizás incluso en una de no retorno. Es la de Sudán del Sur, justo al otro lado de la frontera, a pocos kilómetros de Malakal, capital de la región del Alto Nilo. Aquí la prueba de fuego es un campo de refugiados -uno de los muchos que se han multiplicado desde el comienzo de la violencia- creado para acoger a quienes intentan salvar la vida dejando atrás el dolor y el derramamiento de sangre. Si al inicio del conflicto, en abril de 2023, las instalaciones acogían sobre todo a miles de sursudaneses que regresaban a su país tras emigrar años atrás a la vecina nación norteafricana huyendo de su guerra civil de 2013 o de la anterior lucha por la independencia, ahora buscan asilo y consuelo los propios sudaneses, miles de los cuales tratan por todos los medios de cruzar la frontera con la esperanza de una vida mejor.
Acogida sin fronteras
Dándoles la bienvenida, en el campamento de Malakal, se encuentra una monja de rostro sonriente que nunca olvidará la época en que aquellos hombres, mujeres e incluso niños, solían llevarlos hasta allí tras haberlos recogido en la ciudad sursudanesa de Renk y transportado en una barca que surcaba peligrosamente las aguas del majestuoso Nilo Blanco. Fue hace poco tiempo, pero para Elena Balatti y los colaboradores de Cáritas en Malakal, que ella dirige, toda una era geológica parece haber pasado: «Aquel servicio, activado en los primeros momentos de la emergencia, ya no podemos hacerlo porque la situación se ha complicado, está empeorando. Y nos estamos dando cuenta de ello porque muchos ciudadanos sudaneses han empezado a abandonar su país. Así que el campo de refugiados también está adquiriendo las características de un verdadero lugar de tránsito».
Cáritas en primera línea
El misionero comboniano, en conversación con los medios vaticanos, estima que cientos de miles de personas ya han cruzado la frontera y otras están listas para hacerlo. «Ante un número tan elevado, no podíamos seguir transportándolos con nuestra barcaza, ahora se encargan las organizaciones internacionales, que en muchos casos utilizan también aviones porque a menudo no hay carreteras practicables». Aunque la barcaza de la hermana Elena ya no se utiliza, Cáritas en Malakal, en nombre de toda la Iglesia local, no ha dejado de ocuparse de ese campo de acogida. Al contrario, el trabajo ha aumentado considerablemente. «Junto con las organizaciones de las Naciones Unidas y otras asociaciones humanitarias, nos ocupamos del apoyo alimentario inmediato para los que acaban de llegar y del apoyo a largo plazo para los que se quedan más de una semana, lo que afecta entonces a la mayoría de las personas». Una intervención nada desdeñable si se tiene en cuenta que el Programa Mundial de Alimentos sólo da comida a cada refugiado durante exactamente una semana.
Más allá de lo inmediato
Pero la cosa no acaba ahí. La ayuda de Sor Elena y sus colaboradores va más allá de las necesidades inmediatas: «Una vez que las personas regresan a sus lugares de origen o destino final siguen necesitando apoyo para construir, por ejemplo, refugios temporales donde vivir o para reintegrarse en la sociedad, en el caso de los sursudaneses. Y siempre hemos respondido a muchos llamamientos de este tipo desplegando todos nuestros recursos».
Apoyo psicológico urgente
Una de las preocupaciones del misionero comboniano es la asistencia psicológica, el camino hacia la curación del trauma, que sin embargo sigue siendo complicado de conseguir. «La guerra continúa y es difícil para Cáritas de Malakal encontrar los ingentes fondos que se necesitarían para poner en marcha también este servicio. Pero sería necesario. Las personas que atendemos se han visto obligadas a viajar y muchas de ellas han corrido peligros inimaginables. La única que está haciendo algo al respecto es la oficina diocesana de justicia y paz.
Gran esperanza
Hay una esperanza, sin embargo, que sor Elena lleva en el corazón: que la ayuda humanitaria que la Iglesia local está prestando indiscriminadamente a todos en un contexto tan doloroso pueda contribuir a hacer crecer la fraternidad: «Los ciudadanos sudaneses son en su mayoría musulmanes y confío realmente en que nuestros actos de caridad puedan hacerles sentir la providencia y el amor de Dios que les acompaña y les sigue. Siempre».
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