Observador de la Santa Sede en la FAO: “Preservar el agua es defender la vida”
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
Cada 22 de marzo, el Día Mundial del Agua viene celebrándose, bajo distintos títulos, desde el año 1993 por voluntad de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Una jornada que es “un auténtico aldabonazo, una llamada a nuestra conciencia para que ayudemos a los más necesitados de este recurso fundamental” asegura Monseñor Fernando Chica Arellano, Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA, haciendo hincapié en que hay que plantarle cara a este enorme problema del agua porque “cuando el dolor de las personas está de por medio, no hay tiempo que perder”.
Bajo el lema “la respuesta está en la naturaleza”, todas las iniciativas de este año “se centran en explorar como la naturaleza puede ayudarnos a superar los desafíos que plantea el agua en pleno siglo XXI” dice Monseñor Fernando Chica Arellano, ya que “cuando descuidamos los ecosistemas” – puntualiza – “dificultamos el acceso a los recursos hídricos, imprescindibles para sobrevivir y para prosperar”.
“El lema de este año nos hace mirar a la naturaleza buscando soluciones naturales que puedan dar respuesta a muchos de nuestros problemas”, así, plantar bosques, reconectar los ríos con las llanuras aluviales incluso restaurar los humedales son soluciones que “devolverán el equilibrio al ciclo del agua, además de mejorar la salud pública y los medios de vida” asegura el Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO.
663 millones de personas viven sin suministro de agua potable cerca de su hogar
Según la ONU, en la actualidad más de 663 millones de personas viven sin suministro de agua potable cerca de su hogar, algo que es “un verdadero escándalo” dice Mons. Chica, porque en la mayoría de los casos “las que se trasladan para recoger agua, lejos de su casa, son mujeres y niñas”.
Fernando Chica explica además, que son las clases más vulnerables de la sociedad que tienen que recorrer muchos y largos kilómetros bajo un sol abrasador. “A veces para recoger un poquito de agua pasan hasta 6 horas caminando y a veces entre caminos muy inseguros”, pero al mismo tiempo esa agua, cuando vuelven a casa, “lo tienen que hervir porque no pueden beberla directamente” afirma, ya que si la beben “generalmente se enferman con diarreas, con tosferina, y con otros tipos de enfermedades infecciosas.”
Esto nos está diciendo – señala Chica – “que hay que invertir en saneamiento” y que el problema del agua requiere mucha inversión, sobre todo en aquellos países más necesitados: “Pensemos en Etiopía, en Somalia, en Kenia, en Sudán de Sur” dice Mons. Chica, “hay números países, sobre todo en África, que requieren grandes inversiones, dosis de generosidad y de solidaridad, una solidaridad activa, eficaz, concreta”. Y es por ello que esta Jornada Mundial del Agua nos tiene que llevar “a levantar la mirada y pensar en todos esos hermanos y hermanas que sufren porque les falta el elemento fundamental para la vida” y cuando este falta – asevera – “lo que se engendra es muerte”.
Menos pesimismo y más responsabilidad
“Agua verdaderamente hay” detalla el Observador Permanente de la Santa Sede, lo que pasa es que “está muy mal distribuida, unos nadan en la abundancia y otros no tienen lo mínimo”, por tanto - continúa – “hace falta equidad, y verdaderamente invertir para solucionar este problema”.
Y es por ello que ante la carencia del agua, Chica nos invita a no caer en el pesimismo: “tenemos que crecer en esperanza y abandonar planteamientos insolidarios para crear una cultura del cuidado del agua y adoptar medidas concretas y soluciones viables, que aseguren una tenencia y una gestión racional y clarividente de este recurso tan fundamental para la paz y el progreso de los pueblos”, sin olvidar la importancia de “educar a las nuevas generaciones en este sentido”.
Por último asegura que “preservar el agua es defender la vida” e incentiva a que en esta Jornada Mundial del Agua 2018 “suene la campaña de la responsabilidad” para que todos pensemos en los más menesterosos, en los que vienen detrás de nosotros y los cuales no pueden heredar un mundo devastado y contaminado, “sino aquel jardín que Dios pensó cuando creo el mundo y lo dotó de este riquísimo y precioso elemento como es el agua que es un bien común de todos, un derecho inalienable y fundamental”.
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