El tejido narrativo vital en la mujer latinoamericana
Marcela Figueroa
Es una tarde cualquiera en el norte chaqueño argentino donde los pueblos originarios viven desde que la memoria étnica no reconoce la protohistoria oficial narrada. Desde el paisaje árido del caserío comunitario sobresalen tapiales de paja que mitigan con humildad esperanzada el sol abrumador. Debajo de ellos se observa una vez más la maravillosa pintura familiar de la vida hecha historia relatada: Una mujer sentada frente a su enorme, rustico y colorido telar y a sus pies, sus niños escuchándola contar sus historias, respirando el aire de sus antepasados heroicos, aprehendiendo su propia lengua y cimentando, sin saberlo aún, sus raíces culturales.
¿Qué tiene en común esta breve y pintoresca descripción con el Mensaje del Santo Padre Francisco para las 54 Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales y el Día internacional de la mujer a conmemorarse el 8 de marzo? Mucho, como un entretejido narrativo providencial y fundamental. Especialmente además si incorporamos a esta reflexión el recordatorio de la Encíclica “Laudato SI” y la relectura de la Exhortación Apostólica “Querida Amazonía”.
La mujer contadora de historias
Para las culturas aborígenes latinoamericanas, el rol de la mujer contadora de historias ha sido fundamental desde la supervivencia, educación y cultura de sus pueblos. Es muy conocido el rol histórico de la mujer guaraní, que luego de la guerra del Chaco (1932-1935), fue custodia de su lengua, al punto de que su resistencia narrativa y transmisora lingüística para con los niños sobrevivientes fue determinante para evitar la extinción de su cultura, historia y existencia. Hoy, Paraguay es el único pueblo latinoamericano oficialmente bilingüe (español-guaraní). Fueron las mujeres guaraníes traductoras que resultaron fundamentales para las ediciones de la Biblia en esa lengua. Imprescindibles contadoras de historias, receptoras de la memoria cultural de sus pueblos, constructoras de puentes culturales y cuidadoras corajudas de sus raíces; son un mensaje viviente de la comunicación de vida en plenitud.
En varios de nuestros pueblos de la Patria Grande, la mujer aborigen resultó fundamental al tiempo de inculturar el Evangelio de un Cristo encarnado en la cosmovisión que les pertenece. Conocer de sus labios la manera de interpretar un texto, los nombres de las aves, la forma de cuidar lo creado, el sonido de los ríos y sus costumbres domésticas resultó invalorable para traducir el texto sagrado. De esa manera, el relato vivo de las Escrituras tuvo significado comunitario y personal veraz para sus pueblos. Un ejemplo tangible es la Biblia en lengua wichí, una comunidad aborigen muy numerosa en el norte argentino, que a pedido de ese pueblo lleva como subtitulo “Historias verdaderas”.
Contar historias que hablen de nosotros
Desde esta mirada, algunas de las palabras del Papa Francisco en su Mensaje para las Jornadas de Comunicaciones Sociales, resaltan de una manera nueva, vivificadora, poética y profética. Desde el soplo comunicativo de la mujer aborigen se puede “respirar la verdad de las buenas historias, que construyan, que ayuden a reencontrar las raíces, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos y que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura. Necesitamos como nunca a estas mujeres que conversan y cuidan desde siglos la Casa Común, para que nos “cuenten que somos parte de un tejido vivo, entretejido donde estamos unidos todos”. Seguramente si detenemos la frenética comunicación virtual y nos ubicamos respetuosos bajo sus aleros para escuchar sus narraciones encontraremos historias que “influyan en nuestras vidas, aunque no seamos conscientes de ello, que plasmen nuestras convicciones y nuestros comportamientos y nos ayuden a entender y a decir quiénes somos”.
En estos tiempos confusos, los que comunicamos y a la vez consumimos comunicación social, necesitamos ser “tejidos” y “bordados” por este tipo de maestras y maestros de la narraciòn. Escuchemos con humildad esta voces para valorar a quienes nos narran relatos de la vida que se hacen historia. Quienes, como dijo Jesús, sean capaces enseñar narrando como “el dueño de casa, que de lo guardado saca tesoros nuevos y viejos” (San Mateo 13:52).
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