¿Qué hacer para que los más vulnerables tengan acceso al agua?
Ciudad del Vaticano
El Sínodo para la Amazonía, de cuya asamblea estamos conmemorando el primer aniversario, fue “un desafío intenso y profundo del que aprendimos escuchando y dialogando, confrontando con los problemas reales y sus auténticos protagonistas: los pueblos amazónicos”. Con esa afirmación, el cardenal Hummes quiso poner de manifiesto el drama del bioma amazónico y de los pueblos que lo habitan, “víctimas de las desigualdades, de las consecuencias del modelo económico extractivista y depredador, de la ausencia de derechos elementales”.
La importancia del agua fue reconocida en la abertura del Sínodo, recordando lo que dice Laudato Si, “es indispensable para la vida humana y para el mantenimiento de los ecosistemas terrestres y acuáticos». De hecho, “la escasez de agua segura es una amenaza creciente en todo el planeta”, según Hummes, algo que ha quedado todavía más evidente con la pandemia del Covid-19. Se trata de un derecho humano, sabiendo que “los derechos humanos no son iguales para todos”, como afirma el Papa Francisco en Fratelli Tutti. Ante la pandemia somos desafiados a dimensionar los escenarios posibles, afirma el presidente de la CEAMA, que vislumbra tiempos difíciles: falta de empleo formal, empresas fallidas, hambre creciente, falta de acceso para todos al agua potable y segura, entre otros elementos.
En una sociedad que ha sido profundamente afectada y fragmentada, “se requiere de un proyecto que nos trascienda y nos interpele como humanidad”, afirma el cardenal brasileño, que ve la esperanza como algo a “ser construida con los destinatarios, en un proceso de diálogo y encuentro”. Se trata, según Hummes, “de como agregar a nuestro universo cultural, nuevos elementos indispensables para el futuro, en un mundo multicultural, transcultural e intercultural”. En ese sentido, pone el proceso sinodal, un proceso de salida a las periferias geográficas y existenciales, como ejemplo que “puede iluminar e inspirar la construcción de la esperanza hoy”.
El cardenal defiende la necesidad de “una política compasiva y sana, que sea capaz de liderar los cambios sustantivos que el planeta necesita”, que genere una sociedad de prójimos. También habla de una Iglesia inculturada, “que aprende, que testimonia, que consuela y que se indigna”. Junto con eso debe ser promovida una pedagogía del cuidado, que ayude a sanar la tierra herida. Hummes destaca la REPAM como “una discípula que aprende de todas las voces y propone el encuentro, la cooperación y la solidaridad”, que ahora se hermana con la CEAMA, buscando crear la cultura del encuentro, superando la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia. El desafío es “caminar, juntos, como hermanos, respetando nuestras diferencias, construyendo en el diálogo los caminos sustantivos para concretar los derechos humanos para todos”.
No podemos olvidar que del ecosistema amazónico depende una de las fuentes de agua dulce más importantes del planeta, como apuntaba Patricia Gualinga. La líder indígena del pueblo kichwa de Sarayaku denunciaba las amenazas que se ciernen sobre la Amazonía, a través de grande empresas extractivas, petroleras, mineras, madereras… En esa situación, “los pueblos que vivimos nos quedamos con lo peor”, afirma la auditora sinodal, que ve “una injusticia social latente que no quiere ser cambiada”, una muestra del abandono estatal. Frente a eso, el Sínodo hizo que los pueblos indígenas considerasen a la Iglesia como aliada, hizo ver la importancia de la Amazonía, también del agua, según la líder indígena.
Es necesario establecer nuevos marcos normativos, que ayuden a construir la justicia hídrica, una idea defendida por Enrique Cresto, Titular del ENOHSA (Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento de Argentina. En su reflexión partía de la Laudato Si, que aborda la cuestión del agua desde su importancia, calidad, acceso y futuro. Vivimos un escenario de injusticia hídrica, que cada vez genera más conflictos, consecuencia de la creciente concentración del agua y del derecho al agua en unas pocas manos. Según Cresto, “la distribución injusta del agua no solo se manifiesta en términos de pobreza, sino que también representa una grave amenaza para la seguridad alimentaria nacional y la sostenibilidad ambiental”.
De hecho, ante el problema del agua, falta de regulación y concientización, dado que no es una política de Estado. Por eso, Cresto ve necesario crear un nuevo marco normativo, que sea construida por los distintos actores de la sociedad, que tenga en cuenta los objetivos de desarrollo sostenible. Junto con eso defiende la educación ambiental como una herramienta social para la promoción del uso responsable, eficiente y sustentable de los recursos hídricos.
La esperanza y el futuro están íntimamente relacionados, en opinión de Gabriela Sacco. Para mucha gente “la esperanza significa la posibilidad de satisfacer sus necesidades más básicas”, entre las que se encuentra el agua, un derecho garantizado en las leyes, pero no siempre en la práctica. De hecho, “el derecho al agua, como problema multidimensional, es un tema en el que hemos estado trabajando en el Instituto para el Diálogo Global y la Cultura de Encuentro desde hace muchos años”, afirma su directora ejecutiva. En ese camino destacaba el seminario internacional sobre el Derecho al Agua en la Academia Pontificia de Ciencias en el Vaticano, donde el Papa Francisco recordó que «donde hay agua hay vida, haciendo posible que las sociedades surjan y avancen».
Sacco sostiene que “el diálogo es fundamental para el aprendizaje y el aprendizaje es fundamental para la esperanza”. En ese sentido, «el auténtico diálogo social implica la capacidad de respetar el punto de vista del otro y admitir que puede incluir convicciones y preocupaciones legítimas», una idea plasmada en Fratelli Tutti. El diálogo amplia perspectivas, promover la construcción de significados compartidos, tratando de encontrar lugares de acuerdo, afirma Gabriela, “ayuda a descubrir significados colectivos como anclas de entendimientos más profundos”. Por eso, según ella, “no podemos dejar a nadie fuera de los diálogos sobre las cuestiones que afectan a todos”.
En sus palabras, la directora ejecutiva del Instituto para el Diálogo Global y la Cultura de Encuentro, abordaba la cuestión de la ambigüedad, algo presente en lo referente al derecho al agua, al que no siempre se puede acceder. Ella llama a superar una perspectiva exclusivamente utilitaria del agua, que evite centrarse en su mercantilización. Sacco recordaba que somos llamados por el Papa Francisco a preguntarnos sobre lo que es importante y lo que no, a pensar en el futuro, a “desarrollar la conciencia de que hoy en día o nos salvamos todos juntos o no se salva nadie”.
En Latinoamérica, sólo 10 países de la Región cuentan un servicio de agua gestionado en forma segura y 8 con saneamiento, algo que era constatado por José Luis Lingeri. A esto se une el hecho de que 8,5 millones de personas beben agua de fuentes superficiales sin tratamiento previo y 19 millones de personas defecan al aire libre. Esta realidad, según el secretario de Acción Social de la Confederación General del Trabajo, “nos impone el desafío de resolver esta cuestión primordial contemplando el cuidado de las fuentes de agua y el ambiente en general”. A partir de las ideas del Papa Francisco, Lingeri defiende “desarrollar obras de infraestructura para el abastecimiento de agua que consideren la sostenibilidad de las fuentes, evitando su uso intensivo y priorizando el abastecimiento a la población sobre procesos productivos como la minería y la agricultura”.
El modelo agroexportador en que centra principalmente su matriz productiva América Latina, ha evidenciado que aproximadamente el 70% del agua es utilizada en estas actividades, enfatiza el sindicalista argentino. Esto provoca “la pérdida de bosques naturales cuyos impactos en el agua han sido muy considerables”, una tendencia que solo aumenta y que plantea el desafío de “encontrar el equilibrio para abastecer a la población carente de los servicios de agua y saneamiento, disminuyendo los impactos en nuestra casa común”. Ante el escenario actual propone una mayor capacitación y participación de los sindicatos para lograr el acceso universal a los servicios de agua y saneamiento y al cuidado de nuestra casa común.
Existen experiencias que desde la sociedad civil pretenden una gestión más democrática del agua y del saneamiento, como es el Foro de las Aguas de Manaos, del cual forma parte Sandoval Alves Rocha. En su exposición mostraba la gran diversidad en el acceso al agua en la Amazonía, en la mayoría de los casos de forma precaria y sin mucha calidad. En el caso de Manaos, la gestión privada muestra un sistema precario, especialmente en las periferias, donde la mayor parte de la inversión viene del estado, algo contradictorio cuando se trata de una gestión privada.
Dos comisiones parlamentarias de investigación han demostrado, según Sandoval Rocha, la irresponsabilidad e ineficiencia de la empresa que gestiona el agua en Manaos, con tarifas abusivas, ignorando la tarifa social, que solo llega a 30 mil de las 130 mil familias que deberían ser beneficiadas, lo que tiene graves consecuencias sociales. En la región Norte de Brasil, donde se encuadra la Amazonía, solo el 57,1% de la población tiene acceso a agua potable, un porcentaje que se queda en un raquítico 10,5% en lo que se refiere al saneamiento básico. Esto contrasta con el 83,6% en el acceso al agua y 53% en lo referente al saneamiento básico en todo Brasil. Eso demanda una mayor legislación y control social por parte de la sociedad civil, buscando la inversión de los gobiernos en las periferias.
La esperanza requiere ser construida con los destinatarios, en un proceso de diálogo y encuentro, en palabras de Luis Liberman, que insiste en la perplejidad global e inseguridad angustiante en la gente común generada por el Covid-19, algo que se debe prolongar en la postpandemia, que traerá tiempos difíciles. Pero la pandemia también ha traído “nuevas formas y prácticas de solidaridad, de convivencia armoniosa familiar, de creatividad en diversos campos”, insiste el director del Instituto para el Diálogo Global y la Cultura de Encuentro, que hace una llamada a impulsar lo que es positivo.
El camino es “abrir la cabeza, el corazón y las manos”, buscando “innovar una práctica nueva concreta a la luz del diálogo y del encuentro”. En ese sentido, Liberman defiende la presencia de la sociedad civil y del mundo empresarial para conseguir los objetivos del desarrollo sustentable, algo que no puede ser aplazado indefinidamente. Él defiende una visión holística y un replanteamiento del rol de los estados, preguntándose hasta qué punto esos objetivos “constituyen una puerta a la movilización social y a la presión de grupo”, algo que se está concretando en diversos niveles a lo largo y ancho del planeta y que está teniendo en los jóvenes un fuerte protagonismo.
La clave del éxito está en la transferencia, en saber cómo hacer lo que se ha pensado. Para eso propone como herramientas la retroproyección y la configuración de una hoja de ruta tecnológica, buscando políticas robustas, resilientes e innovadoras, así como cambios sustentables, que implican una mudanza de representaciones y hábitos, en opinión de Liberman, que ve las innovaciones como “aquellas que cambian el modo de ver, entender y representar el mundo”. Por eso, insiste en que “no podemos pensar el después de la pandemia con las categorías que nos llevaron al fracaso antes de la pandemia”, que debe llevarnos a pensar la resiliencia a la cual esta pandemia nos obliga.
Para ello, Liberman defiende la existencia de un pacto global y la prevalencia de una visión ontológica que nace de la ecología integral y de modelos anti extractivistas. No duda en afirmar que la problemática del agua es el de mayor complejidad actual y en los tiempos venideros. El agua garantiza la mejora de las condiciones de vida, lo que nos debe llevar a centrarnos en las periferias y a defender el valor de lo público. Por eso, con el Papa Francisco, defiende el valor de la esperanza, que “es audaz, sabe mirar más allá de la comunidad personal, de las pequeñas seguridades que estrechan el horizonte para abrirse a grandes ideales, ideales que hacen la vida más bella y más digna”.
Finalmente, João Gutemberg Sampaio destacaba la importancia de la convergencia, un fenómeno presente en las aguas de la Amazonía, donde el Río Amazonas debe ser considerado como bien común de toda la humanidad. El secretario ejecutivo de la REPAM señalaba que la esta red está dispuesta a recibir el movimiento de aguas que viene de las diferentes experiencias de las políticas públicas, organizaciones sociales, cosmovisiones de los pueblos originarios y el pensamiento del Papa Francisco.
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