Historias de migrantes de Hal Far, el lugar de la fraternidad después del infierno
Benedetta Capelli - Ciudad del Vaticano
Volar, estrellarse y volver a levantarse con los huesos rotos, pero con el horizonte despejado: una vida diferente y tranquila que todo el mundo tiene derecho a tener. Hay un rasgo común en los relatos que los dos invitados del Centro para Migrantes "Juan XXIII Peace Lab" de Hal Far cuentan al Papa. Son historias que no te dejan sin aliento, la escritura en la pared hecha con pasta de dientes, ese "No te rindas" que es un mantra que hay que repetir a todas horas para no volverse loco. O reconocer en Francisco la "voz fuerte de nuestras luchas" llamada dignidad, libertad y democracia.
Al recibir al Papa, el padre Dionisio Mintoff, fundador del Centro, le dio las gracias y le recordó que allí viven "los hijos de Dios, destinatarios de su amor incondicional, tierno y amoroso", que huyen de la guerra, del hambre y de la imposibilidad de construir su propio futuro y el de sus hijos.
El artista que dibuja la libertad con pasta de dientes
El Papa Francisco sabe quién es Daniel Jude Oukeguale, le ha regalado dos de sus obras, ha reconocido su "mano" en el cuadro que le regaló la corresponsal de la Radio Cope Eva Fernández en el vuelo a Malta. Explica que es nigeriano y que sólo salió del país hace cinco años. Su testimonio habla de un joven que ha vivido varias vidas, hechas de travesías por el desierto, de trabajar para pagar a los traficantes, de seis viajes a bordo de embarcaciones improvisadas, del fuerte deseo de morir, de cerrar los ojos para siempre porque no podía soportar más el dolor y la violencia, de preguntar a Dios "¿por qué?". Daniel aún tiene en sus ojos a aquellos compañeros que cayeron al mar y que no pudo salvar, las terribles condiciones en el centro de detención de Ain Zara, en Libia, pero también su rebeldía cuando en Túnez, junto a su cama, había escrito con pasta de dientes "No te rindas".
A menudo le pedían que limpiara la pared, pero siempre se negaba hasta que un día se vio obligado a hacerlo. Daniel no se rindió, pintó un cuadro en la pared y allí se enamoró del arte. Una luz se enciende en su corazón, Malta es esperanza. "Me costó adaptarme, la detención también me privó de la voluntad de soñar. Pero", dice, "en pocas semanas, mi estado de ánimo cambió, empecé a afrontar la vida cotidiana con una nueva esperanza y puedo decir que mi vida es ahora mucho mejor gracias al apoyo de las personas que me ayudaron. El último pensamiento de Daniel se dirige a "los hermanos y hermanas que siguen encerrados" esperando la libertad.
"Nuestro sueño se llama libertad"
Siriman Colibaly dice que lleva 16 años viviendo en Malta. "Una de mis hijas nació aquí", explica. Destaca que Hal Far es un lugar de acogida, "un lugar de invisibilidad, un lugar de 'no ser'". En su testimonio, reitera que quienes huyen lo hacen de la guerra, de la violación de los derechos humanos. "Pocos se dan cuenta de que nosotros también cultivamos un sueño en nuestros corazones: vivir en un lugar donde la violencia sea impensable, donde las personas en toda su diversidad sean aceptadas por lo que son, nuestro sueño se llama libertad y también se llama democracia". De ahí el llamamiento a quienes tienen poder de decisión para que reconozcan y respeten "los derechos humanos y la dignidad", derechos universales e innatos". "Todos somos hermanos, ¿no?", le pregunta al Papa. Por último, Siriman recuerda que su historia y la de Daniel "no son sólo historias o números", "somos nosotros, personas de carne y hueso, rostros, algunos con sueños rotos, otros que han conseguido realizarlos". Le atribuye al Papa la fuerza de una voz que interpreta sus luchas, "sabemos que su amor no es un servicio de palabras sino concreto. Les agradecemos lo que hacen por nosotros y su amor y respeto por nuestros sueños y aspiraciones".
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí