A cinco años de la expulsión de los rohingya: Un pueblo que nadie quiere
Francesca Sabatinelli - Ciudad del Vaticano
El Papa pidió perdón a los rohingya de todo el mundo cuando no habían pasado ni cuatro meses desde su expulsión de Myanmar a Bangladesh. Fue en este último país, en la capital Dhaka, durante su viaje apostólico entre noviembre y diciembre de 2017, cuando Francisco recibió a un grupo de ellos, habló de su "tragedia", "de hermanos y hermanas que son la imagen del Dios vivo". A lo largo de los años, no ha dejado de hacer llamamientos en favor de este pueblo que a pesar del reconocimiento mundial, "nadie quiere". Un pueblo, como dijo el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, "de los más discriminados del mundo, si no el más discriminado". En la audiencia de ayer, el último pensamiento de Francisco fue "a los rohingya que recorren el mundo por la injusticia de ser expulsados de su tierra".
Asesinatos en masa y violaciones
Entre el 25 de agosto y el 7 de septiembre de hace cinco años, en 2017, los militares de Myanmar, que entonces tenían como consejera de Estado a la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, desataron la violencia y la persecución sobre los poblados rohingya, con un saldo de más de 10.000 muertos entre hombres, mujeres y niños, y cientos de miles en fuga. Las fuerzas de seguridad de Myanmar fueron acusadas de violaciones masivas, asesinatos e incendio de miles de hogares rohingya. La justificación fue que habían respondido a la violencia de los grupos insurgentes que habían atacado a la policía y los puestos fronterizos.
Vivir en Cox's Bazar
Tras su expulsión de Myanmar, los rohingya, alrededor de un millón y medio, están esparcidos entre Bangladesh, Tailandia y Malasia. Sus condiciones de vida son inimaginables, hacinados en chabolas. En Bangladesh, sobre todo, más de 700.000 van a parar al distrito de Cox's Bazar, uno de los más pobres del país, en la provincia de Chittagong, donde ya hay otros 300.000. En el campo de refugiados de Kutupalong, probablemente el más grande del mundo, los rohingya, que constituyen la mayoría de los residentes, se ven obligados a vivir sin acceso a la atención sanitaria ni a la educación, con unos niveles de desnutrición muy elevados, especialmente en niños menores de cinco años. La violencia, incluidas las violaciones y los secuestros, está a la orden del día y periódicamente se producen incendios devastadores, en ausencia total de ayuda de la comunidad internacional.
Un pueblo martirizado
Los rohingya son un ejemplo de pueblo mártir, dijo Francisco en un videomensaje el pasado mes de junio, volviendo a hablar de este pueblo, musulmán suní, que no interesa a nadie y que no tiene patria, pero que hasta 2017 constituía un tercio de los habitantes (3,2 millones en total) del estado birmano de Rakhine, en convivencia, aunque no pacífica, con la mayoría budista y donde, a pesar de ser una de las etnias con presencia centenaria en el país, siempre han sufrido discriminación y restricciones. A los rohingya nunca se les han concedido los derechos fundamentales, y mucho menos el estatus de ciudadanos, lo que siempre les ha impedido circular libremente, así como disponer de tierras que siempre les han sido expropiadas.
Actualmente, Myanmar se enfrenta a cargos de genocidio en la Corte Internacional de Justicia de La Haya por llevar a cabo una limpieza étnica contra los rohingya.
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