La indiferencia hacia los presos es un mal curable
Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
Virus, cerrazón, odio, vacío, herida, depresión, arma maligna, no acción: éstas son las definiciones de indiferencia que rebotan entre las páginas de la nueva obra literaria realizada junto a los presos que ha impreso la hermana Emma Zordan. Son ellos quienes las ofrecen, los "Restringidos en la indiferencia" del título de la obra, que también son ignorados en la realidad:
"Si tienen la paciencia de leer el libro, se darán cuenta de lo grande que es el mal creado por la indiferencia", comienza diciendo la religiosa, todavía tímida tras casi dos décadas pasadas entre rejas junto a los huéspedes de la cárcel romana de Rebibbia, pero que se enardece al hablar de ellos:
"La indiferencia hace daño al detenido porque crea alejamiento, soledad, abandono – explica – es la dignidad de la persona la que queda comprometida, destruida, anulada, sin un mínimo de compasión, piedad, misericordia".
La indiferencia es lo contrario de la misericordia, palabras de Don Benzi
En su contribución al libro, que se presentó hace unos días en la Biblioteca Municipal Adriana Marsella de Cisterna di Latina ante la presencia también de la ex garante de los derechos de las personas privadas de libertad de Roma Capital, Gabriella Stramaccioni, y del periodista Roberto Monteforte, la hermana Emma cita esta frase de Don Oreste Benzi, que interpreta como un error alimentar el sentimiento de venganza hacia quien ha cometido un delito, que para algunos "no es más que una forma natural de crecer".
El hombre, de hecho, nunca debe ser identificado con su delito, porque el hombre es mucho más: "Me gustaría proponer un modelo en el que los presos se sientan tratados como hombres, como personas según el modelo de Jesús, que no vino por los autodenominados justos – dice de nuevo la hermana Emma – sino por los pecadores necesitados de perdón y misericordia".
Zuppi: La indiferencia es una doble condena
“Cuando se es indiferente hacia alguien, puede que no se haya hecho nada malo, pero sobre todo no se ha hecho nada bueno". Así explica el cardenal Matteo Maria Zuppi su idea de la indiferencia en el prefacio que enriquece el volumen, afirmando que la indiferencia condena ciertamente a quien necesita atención, pero al mismo tiempo, y quizá aún más, condena a quien la practica con los demás.
“Estoy totalmente de acuerdo con el cardenal Zuppi – continúa la hermana Emma – la indiferencia es ante todo un pecado social, una enfermedad. Siembra el desánimo, la violencia, la desilusión, el odio. Afecta a todos, condena a los necesitados, pero también a quienes la ejercen". Por el contrario, es necesario "humanizar al máximo el planeta carcelario para favorecer el cambio de la persona, para que repare lo que se ha roto por el delito cometido, apoyando el camino personal de recuperación y redención de cada uno".
En el preso hay una gran confianza en el amor de Dios
Hay una luz al fondo de estas páginas de testimonios crudos, a veces desesperados, una señal de que la indiferencia es un mal del que se puede curar: los internos encuentran la cura en la bondad, en el amor, en la sensibilidad hacia los demás. "Están convencidos de que sólo el amor hace vivir, el de la familia sobre todo – testimonia la hermana Emma – sólo la fuerza del amor vence la indiferencia y marca la diferencia. En los presos hay una gran confianza en el amor de Dios al que se aferran para no desesperar".
Por último, la indiferencia institucional, quizá la más terrible de todas las formas de indiferencia porque no sólo tiene sus raíces en los prejuicios, puede superarse. A lo largo de los años, de hecho, ha habido menos educadores en prisión, los psicólogos tienen cada vez menos tiempo para dedicar a cada recluso, y las oportunidades de formación y las posibilidades de empleo también están disminuyendo.
"La indiferencia ante estas cosas hace que uno se dé cuenta de que la cárcel ha perdido su función original, que es reeducadora y rehabilitadora – concluye la hermana Emma – de ahí la tan culpada reincidencia, pero entonces el que realmente ha perdido es el Estado”. Si el preso sigue siendo el mismo, hemos perdido todos, ha perdido la sociedad, que nunca estará a salvo, porque a las personas que delinquen “hay que quitarles el derecho a la libertad, pero no la dignidad”. Eso nunca.
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