Afganistán, alzar la voz por los que ya no la tienen
Alessandro Gisotti
Imagina que sales de casa mañana por la mañana y, de camino al trabajo, sólo oyes el sonido de voces masculinas en la calle. La experiencia es aún más peculiar porque te encuentras con mujeres, como el día anterior, pero ninguna habla. A lo sumo susurran. Imagínate entonces que pasas por un parque donde una madre acuna a su bebé para que duerma. Pero lo hace en silencio, sin cantar una nana como había ocurrido la mañana anterior. Y como esperaríamos que ocurriera en cualquier parte del mundo. Este escenario digno de una película distópica o de un cuento orwelliano es lo que realmente está ocurriendo ahora en Afganistán, donde, mediante una norma, los talibanes han decidido, de la noche a la mañana, que no sólo los rostros y los cuerpos de las mujeres ya no tienen "derecho de ciudadanía" en la vida social, sino ni siquiera sus voces.
La noticia ha sido recogida por los medios de comunicación internacionales, pero desgraciadamente no ha tenido el eco que merecía y -hasta la fecha- no ha suscitado sonoras protestas y movimientos de masas como sí ocurre, con razón, con tantos otros temas y batallas civiles. Sin embargo, todos deberíamos sentirnos conmocionados e indignados ante una decisión como ésta, porque mutilar la voz de una mujer es un acto de violencia sin precedentes que no puede dejar de herir a toda la comunidad humana en su conjunto, más allá de cualquier filiación religiosa, étnica o cultural. Si de verdad somos «miembros los unos de los otros», como atestigua y nos recuerda cada día el Papa Francisco, entonces no podemos permanecer indiferentes, porque esas niñas, esas jóvenes afganas también son nuestras. Y debemos alzar nuestras voces por ellas, que ahora ya no tienen esa voz.
Hace justo tres años, el 31 de agosto, las tropas estadounidenses concluían precipitadamente su retirada de Afganistán y los talibanes recuperaban el poder. Desde entonces, para las mujeres del país asiático ha comenzado una pesadilla que parece no tener fin, pero que al mismo tiempo era absolutamente previsible: primero la exclusión de las escuelas de las niñas mayores de 12 años (¿qué puede haber más despreciable que robar el futuro de una generación?), después el despojo progresivo de todos sus derechos fundamentales. Y ahora incluso la anulación de su voz en público. En un sistema mediático que a veces se distrae con noticias que no dejan tiempo para nada, todos deberíamos recordar que hay millones de mujeres a las que se les ha prohibido hablar, a las que se les ha prohibido cantar. Mujeres a las que, en 2024, se les ha arrebatado la voz y con ella la esperanza de vivir en un mundo mejor.
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