Afganistán tres años después del regreso de los talibanes
Emilio Sortino - Ciudad del Vaticano
15 de agosto de 2021. El aeropuerto de Kabul es asaltado por cientos de miles de personas. En sus rostros y en sus ojos, desorientados y decepcionados, se lee la búsqueda de salvación y el deseo de escapar de un infierno anunciado. Tres años después, ni siquiera las predicciones más funestas habrían podido delinear las condiciones del país centroasiático, que ha retrocedido veinte años. Según Save the Children, el 41% de los niños menores de cinco años sufren desnutrición aguda y 23,7 millones de personas, dos tercios de la población afgana, necesitan ayuda humanitaria. Al trágico contexto humanitario se suma un dramático panorama socioeconómico, especialmente la incapacidad de ayudar al país a recuperarse. «En Afganistán - explica a los medios vaticanos Simona Lanzoni, vicepresidenta de la Fondazione Pangea - se vive una situación de estancamiento total, la población tiene cada día más dificultades, y esto se debe principalmente a que el gobierno de facto de los talibanes bloquea cualquier operación que vaya más allá de la asistencia humanitaria básica».
Un apartheid de género
A pesar de que los problemas del país no han afectado a un solo grupo social, las mujeres son las principales víctimas, perseguidas por el apartheid de género establecido por los talibanes, que prácticamente las ha privado de todos los derechos. Desde su llegada al poder -continúa Lanzoni-, el gobierno de facto ha creado un sinfín de prohibiciones para regular la vida pública, casi todas las cuales afectan exclusivamente a las mujeres. Hoy, una mujer no puede caminar sola por la calle, no puede trabajar salvo en casos limitados y no puede recibir educación después de los 11 años. Una segregación que no permite a las mujeres afganas participar en la vida pública en pie de igualdad con los hombres. Como Fundación Pangea, hemos ayudado a la activista Metra Meheran, una de las portavoces del movimiento feminista afgano, a proseguir su lucha para que se reconozca el apartheid de género como un crimen contra la humanidad, al mismo nivel que el apartheid étnico de Sudáfrica.
Crisis en la indiferencia
En medio de esta tragedia sin precedentes hay un ruido que llena el espacio sobre Afganistán más que ningún otro: el silencio de la comunidad internacional. «Desde la rendición de 2021, apenas se ha oído hablar del país. Aunque existe un clima de indiferencia generalizada», lamenta la vicepresidente de Pangea, «desgraciadamente sabemos que las guerras más recientes aplastan a las anteriores». «Hoy todas las miradas están puestas en la situación palestino-israelí y en la guerra ruso-ucraniana, pero eso es sólo una parte de lo que está ocurriendo. El régimen talibán ha levantado un muro de goma, fingiendo negociar con la comunidad internacional y posponiendo las decisiones para resolver la situación humanitaria y aflojar su control sobre las mujeres. Hasta la fecha, nada de lo que se ha pedido ha recibido una respuesta positiva y, desgraciadamente, la situación está desmoralizando y desanimando a muchos, hasta el punto de plantearse incluso reconocer al régimen talibán para buscar el diálogo. Esto nos alarma, supondría un giro de 180 grados en lo que a derechos humanos se refiere. Y no hablamos sólo de los derechos de la mujer, también porque el analfabetismo de las mujeres recae sobre el conjunto de la sociedad afgana, dando un pésimo ejemplo a otros países».
Pangea: hacer posible lo imposible
Los bruscos cambios que se han producido en los últimos años no han impedido que la Fundación Pangea siga presente en Afganistán, llevando a cabo la lucha contra la represión de las ONG con la determinación de quien es consciente de su misión: ayudar al prójimo. «Trabajar en una asociación no gubernamental -explica Lanzoni - significa construir nuevos caminos para los niños, para las mujeres, para los jóvenes, significa crear posibilidades donde no las hay».
Pangea lleva trabajando en Afganistán desde 2003, donde ha conseguido reactivar programas de desarrollo de pequeños negocios para familias, recrear espacios para ayudar a niños sordomudos. «Con los métodos adecuados- concluye- podemos hacer posible lo que a todos nos parecía imposible. Es la única manera de traer la paz, una palabra que parece pasada de moda, pero que sigue siendo la única que da esperanza para el futuro».
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