Navidad en Myanmar, entre el miedo y el desplazamiento
Paolo Affatato – Ciudad del Vaticano
“Nos preparamos para la Navidad, nos preparamos para el Año Santo del Jubileo, pero entre los fieles no hay esa alegría plena que se veía en el pasado. Las heridas de la guerra civil, el sufrimiento, las dificultades y el luto dejan huellas entre la gente de Myanmar”, así lo relata a la Agencia Fides el padre Bernardino Ne Ne, sacerdote de Loikaw quien actualmente sirve en Yangón, donde ha sido en los últimos años director nacional de las Obras Misionales Pontificias.
Con el inicio del 2025, y tras la finalización de su mandato, el sacerdote volverá a Loikaw, en el Estado de Kayah, en el norte de Myanmar, una zona marcada por el conflicto y el desplazamiento. Desde febrero del 2021, el golpe de Estado de la junta militar generó primero un movimiento de desobediencia civil, y posteriormente un conflicto armado que dio lugar a la creación de las Fuerzas de Defensa Populares. En una segunda etapa, estas fuerzas se unieron a los ejércitos de las minorías étnicas, formando una coalición que lucha contra el ejército regular de Myanmar.
La situación divide actualmente al país: por un lado, la zona central y las principales ciudades como Naipyidó, Yangón y Mandalay, bajo pleno control del régimen; por otro, los Estados periféricos y las áreas fronterizas bajo el control de las milicias de la alianza rebelde.
En medio del conflicto, la población civil sufre principalmente debido al desplazamiento: la gente ha huido de ciudades y aldeas, buscando refugio en alojamientos temporales, en los bosques o en campamentos de refugiados improvisados.
El número de desplazados internos en Myanmar ha alcanzado la cifra récord de más de tres millones de personas obligadas a abandonar sus hogares. Las regiones de Chin, Magway y Sagaing, en el norte del país, albergan la mayor cantidad de desplazados, con casi un millón quinientos mil personas.
El padre Ne Ne destaca: “En Yangón, en la ciudad, la vida transcurre casi con normalidad. Incluso nuestros fieles vienen a la iglesia y las actividades pastorales y de culto continúan, aunque siempre con una condición: no hablar de política ni cuestionar el poder establecido. Lo sabemos nosotros, lo saben los fieles”, relata y añade:
La situación es muy diferente y mucho más grave en zonas de conflicto abierto como Loikaw, la diócesis del estado de Kayah a la que pertenece el padre Ne Ne: “En áreas como Loikaw, los ataques aéreos, los enfrentamientos armados y la destrucción de propiedades civiles continúan causando graves sufrimientos, dejando heridos y provocando más desplazamientos forzados”.
“Al principio, las parroquias e instituciones pusieron a disposición sus instalaciones, pero con la intensificación de los combates, todos se vieron obligados a huir. Las iglesias están cerradas porque no quedan fieles en el territorio. De las treinta y nueve parroquias en el territorio de la diócesis de Loikaw, ahora sólo nueve están en funcionamiento. En una de ellas, dedicada a la Madre de Dios, al norte de Loikaw, iré a realizar el ministerio pastoral como párroco”, relata y agrega: “Hoy en día, llevar adelante ese ministerio significa esencialmente estar entre los desplazados, visitarlos y celebrar con ellos en los campamentos improvisados donde viven. Sólo en mi futura parroquia hay quince campamentos: algunos con más de doscientas personas, otros con cuarenta o cincuenta”.
Es la misma situación que vive el obispo de Loikaw, Celso Ba Shwe, quien tuvo que abandonar la catedral de Cristo Rey y el centro pastoral adyacente en Loikaw, ya que en noviembre de 2023 el ejército birmano tomó posesión de ellos, transformándolos en una base militar.
Para él y otros sacerdotes que vivían allí, este será el segundo año celebrando la Navidad lejos de la catedral. En los últimos meses hemos tenido conversaciones con los militares, quienes, por supuesto, no cederán espontáneamente el lugar. Existe la posibilidad de abrir negociaciones para que abandonen el lugar, pero no será fácil
“La situación es compleja: primero, el terreno alrededor y dentro podría estar minado; segundo, el interior del centro pastoral está prácticamente destruido, y hay que reorganizar todo. Finalmente, para regresar, necesitamos garantías de que los militares nos permitirán libertad de movimiento, ya que el obispo y los sacerdotes necesitan visitar los campamentos de refugiados continuamente y acudir a donde están los fieles. No pueden ser ‘prisioneros’ en la catedral; no serviría de nada. Hay que considerar y resolver todos estos aspectos. Rezamos y esperamos que, con el nuevo año, podamos recibir este regalo: la devolución de nuestra catedral. Es una petición que ponemos en manos de Dios esta Navidad, junto con el don de la paz”.
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