Ejercicios Espitiruales: El remedio contra la sed de nada es la comunión con Jesús
Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano
La sed de nada que nos enferma
“Lo opuesto a la sed es a veces, en nuestra vida, la acedia, esta “sed de nada” que nos invade, más o menos imperceptiblemente, y nos hace enfermar”; con estas palabras inicia la cuarta meditación del padre Tolentino, encargado de guiar los Ejercicios Espirituales de Cuaresma que están realizando esta semana el Papa Francisco y algunos miembros de la Curia Romana, citando un fragmento escrito por el filósofo Søren Kierkegaard en su famoso Diario donde describe con cierto detalles una situación parecida.
“Extraña inquietud que a menudo me agarra. Es decir, me parece que la vida que vivo no es la mía, sino que corresponde punto por punto a la de otra persona, sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. No tengo ganas de nada. No tengo ganas de caminar, eso me cansa; no quiere recostarme porque debería estar un largo tiempo tumbado y eso no me va; tampoco levantarme de inmediato me agrada. No quiero cabalgar, es un ejercicio demasiado duro para mi apatía”.
“Y es justamente así: ya no tenemos más ganas de nada, miramos la vida sin color, sin sabor, con esta sed de nada que acaba enfermándonos”, explica el padre Tolentino señalando que no es la sed en sí misma la que nos hace “morir en vida”, sino que precisamente esta sed es la que nos enseña el arte de buscar, de aprender, de colaborar... la pasión de servir”.
El riesgo de abandonarse en uno mismo
El peligro reside por tanto, en dejarse ahogar por esa “sed de nada” que deriva en indiferencia, en apatía, en la falta de interés por los demás y en el encierro en uno mismo.
Un riesgo que afecta a todos, tanto de manera individual como de manera colectiva, cuando hablamos por ejemplo de la Iglesia como Institución, como familia y comunidad, que también puede dejarse arrastrar a la deriva por este “deseo de nada”.
Esa “psicología de la tumba” de la que habla Evangelii gaudium cuando advierte sobre los peligros de que los cristianos, poco a poco, se conviertan en momias de museo: desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza,que se apodera del corazón como «el más pre-ciado de los elixires del demonio».
La anatomía de la tristeza
Por otra parte, uno de los sinónimos de acedia, entendida como “apatía del alma”, es la tristeza. Y en este sentido tenemos que reconocer que, a menudo nuestra tristeza, es la misma que la de aquel joven rico, que aún habiendo sido llamado por Jesús, no lo sigue.
En tres ocasiones encontramos en los textos evangélicos esa narración, (Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23) y asistimos al “colapso del deseo” en el joven que antes, se había arrodillado delante de Jesús llamándolo “Maestro Bueno”, pero que al final no lo sigue.
Todo parece indicar que tenía una sed grande y sincera de Jesús, y cumplía con los mandamientos desde su juventud, no obstante, en la hora decisiva prefirió la seguridad y la protección de aquello que consideraba que eran sus bienes, en lugar de lanzarse a la aventura abierta de vivir en confianza con el Señor, con esa disponibilidad que una relación de tal magnitud exige por parte de nosotros.
“Por tanto, no es raro que nuestra tristeza provenga precisamente de esta incapacidad de entregarnos al Señor”, añade el padre Tolentino.
La debilitación del deseo que marca el alma
Y en este sentido, el fragmento 82 de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium nos puede ayudar a realizar un examen de conciencia oportuno sobre esa debilitación del deseo que no raramente nos caracteriza.
Dice el Papa Francisco: “El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable.
De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. Esta acedia pastoral puede tener diversos orígenes. Algunos caen en ella por sostener proyectos irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo. Otros caen en la acedia por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida. El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz”.
Aprendan de mí
El mejor remedio para luchar contra esa acedia, esa tristeza, esa indiferencia y apatía del alma, nos lo ofrece Jesús mismo, quien nos invita a vivir en comunión con Él, no sólo cultivando un vínculo intelectual sino configurándonos en su Pasión, viviendo el estilo de vida según el suyo.
En su Palabra encontramos todo lo que nuestra alma necesita para encontrar sentido y esperanza; ya que muchas veces la razón de nuestra desesperación, nuestras caídas y nuestro cansancio es precisamente nuestra necesidad de buscar regugio en Dios para poder superar todo esto.
Y es eso lo que Jesús nos propone cuando dice: “Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados y yo les daré descanso. Tomen mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera». (Mt 11, 28-30).
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