No tengan miedo de querer inculturar el Evangelio cada vez más
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Tras ser acogido la mañana del viernes 22 de noviembre en la entrada de la Iglesia de San Pedro por su párroco, el Santo Padre Francisco recorrió la nave central hasta el altar, donde un sacerdote, una religiosa, un seminarista y un catequista le ofrecieron flores que él posó precisamente a los pies de San Pedro, antes de acercase ante el Santísimo. Después de una breve oración en silencio el Papa regresó al regresa para escuchar el breve saludo de bienvenida del Obispo responsable de los religiosos y posteriormente el testimonio de una religiosa.
Al tomar la palabra el Obispo de Roma comenzó su discurso agradeciendo a Mons. Joseph Pradhan Sridarunsil sus palabras de bienvenida en nombre de todos los presentes. Francisco manifestó su satisfacción por este encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados y consagradas, seminaristas y catequistas, por “poder verlos, escucharlos, participar de su alegría y palpar cómo el Espíritu realiza su obra en medio nuestro”.
Acción de gracias por la vida de tantos misioneros
También dio las gracias a la religiosa Benedetta, por haber compartido su vida y testimonio, y afirmó que mientras la escuchaba le venía “un sentimiento de acción de gracias por la vida de tantos misioneros y misioneras que fueron marcando su vida y dejando su huella”. De manera que, como dijo el Papa, las primeras palabras que deseaba dirigirles se refieren a “una acción de gracias a todos estos consagrados que con el silencioso martirio de la fidelidad y entrega cotidiana se volvieron fecundos”.
Promesa de esperanza
Al referirse a la promesa de esperanza que representan los misioneros, incluso sin haber podido contemplar o saborear el fruto de su entrega, el Santo Padre los invitó a dar gracias por ellos, sin olvidar a los ancianos de sus comunidades que no pudieron asistir:
Saber agradecer
El Santo Padre afirmó que “la historia vocacional de cada uno de nosotros está marcada por esas presencias que ayudaron a descubrir y discernir el fuego del Espíritu”. De ahí que sean “tan lindo e importante saber agradecer”. Sí, porque glosando un párrafo de su Carta a los sacerdotes de este año les dijo: El agradecimiento siempre es un ‘arma poderosa’. Sólo si somos capaces de contemplar y agradecer concretamente todos los gestos de amor, generosidad, solidaridad y confianza, así como de perdón, paciencia, aguante y compasión con los que fuimos tratados, sólo así dejaremos al Espíritu regalarnos ese aire fresco capaz de renovar (y no emparchar) nuestra vida y misión.
Pasión por Jesús y pasión por su Reino
Francisco les propuso también una pregunta: “¿Cómo cultivar la fecundidad apostólica?”. Es una linda pregunta, que nos podemos hacer todos y cada uno responderla desde su corazón... Es una linda pregunta que podemos hacernos todos y ver qué responde nuestro corazón. Y con el testimonio de la religiosa, les habló de despertar a la belleza, al asombro y al estupor, capaz de abrir nuevos horizontes y sembrar cuestionamientos. A lo que agregó:
Compartir una alegría
Después de recordar que el Señor no los llamó para enviarlos al mundo a imponer obligaciones a las personas, o cargas más pesadas de las que ya tienen, y son muchas, sino a compartir una alegría, un horizonte bello, nuevo y sorprendente, afirmó que le agrada mucho una expresión de Benedicto XVI, que considera paradigmática y hasta profética en estos tiempos y que ha citado en su Exhortación apostólica Evangelii gaudium:
No tener miedo
De ahí que les haya dicho que esto los impulsa “a no tener miedo de buscar esos nuevos símbolos e imágenes, esa música particular que ayude a los tailandeses a despertar al asombro que el Señor nos quiere regalar”. No tengamos miedo de querer inculturar el Evangelio cada vez más. Es necesario buscar esas nuevas formas para transmitir la Palabra, capaz de movilizar y despertar el deseo de conocer al Señor: ¿Quién es este hombre? ¿Quiénes son estas personas que siguen a un crucificado?
Dolor del Papa
Francisco les dijo asimismo que al preparando este encuentro pudo leer, con cierto dolor, que para muchos la fe cristiana es una fe extranjera, es la religión de los extranjeros. Realidad que los impulsa “a buscar la manera de animarnos a decir la fe ‘en dialecto’, a la manera que una madre le canta canciones de cuna a su niño”. Puesto que con esa confianza es posible darle rostro y “carne” tailandesa, que es mucho más que realizar traducciones. Es dejar que el Evangelio se desvista de ropajes buenos pero extranjeros, para sonar con la música que a ustedes les es propia en esta tierra y hacer vibrar el alma de nuestros hermanos con la misma belleza que encendió nuestro corazón.
Santa audacia
Por eso los invitó a rezar a la Virgen, la primera que cautivó con la belleza de su mirada a Benedetta, y a decirle con confianza de hijos: Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte. Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga.
Tras referirse a la mirada de María que impulsa a mirar en su misma dirección, hacia esa otra mirada, para hacer todo lo que Él les diga, los invitó a pensando en el comienzo de su vocación, muchos de ellos en su juventud, en que participaban en las actividades de jóvenes que querían vivir el Evangelio y salían a visitar a los más necesitados, ignorados y hasta despreciados de la ciudad, huérfanos y ancianos. Se trata de salir de sí mismo y, en ese mismo movimiento de salida, fuimos encontrados. En el rostro de las personas que encontramos por la calle podemos descubrir la belleza de tratar al otro como a un hermano. Ya no es el huérfano, el abandonado, el marginado o el despreciado. Ahora tiene rostro de hermano, de ‘hermano redimido por Jesucristo’.
Ser cristianos
El Santo Padre los impulsó recordándoles que la fecundidad apostólica requiere y se sostiene gracias a cultivar la intimidad de la oración. Una intimidad como la de esos abuelos, que rezan continuamente el rosario, puesto que sin la oración, toda nuestra vida y misión pierde sentido, fuerza y fervor. Y recordó que San Pablo VI decía que “uno de los peores enemigos de la evangelización era la falta de fervor”. A la vez que el fervor para el religioso, religiosa, sacerdote o catequista – les dijo – “se alimenta en ese doble encuentro: en el rostro del Señor y en el de los hermanos”. Por eso les sugirió que aun inmersos en miles de ocupaciones, busquen siempre el espacio para recordar, en la oración, que el Señor ya ha salvado al mundo y que estamos invitados con Él a hacer tangible esta salvación.
Al despedirse, el Papa les agradeció nuevamente por su vida, testimonio y entrega generosa. Y les pidió que, por favor, “no cedan a la tentación de pensar que son pocos, piensen más bien que son pequeños instrumentos en las manos creadoras del Señor”. Sí, porque como afirmó: “Él irá escribiendo con sus vidas las mejores páginas de la historia de salvación en estas tierras. No se olviden de rezar y hacer rezar por mí. Gracias”.
La parroquia de San Pedro
Fue fundada en el 1840. Originariamente en bambú, la puesta de la primera piedra se realizó el 1 de agosto de 1880. Terminada en el año 1886, fue restaurada y ampliada en el 1910. Tras ser reconstruida totalmente en el 1970, fue inaugurada el 11 de diciembre de 1972. Realizada en estilo moderno. En su interior se destaca el altar. En el 1989 la parroquia fue restaurada nuevamente después de un incendio.
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