El mal en el mundo, culpas, castigos y la salvación de Dios
Sergio Centofanti – Ciudad del Vaticano
Frente a los acontecimientos luctuosos, catástrofes, enfermedades y similares, la tentación recurrente para los creyentes es aquella de descargar la responsabilidad a las víctimas o incluso a Dios mismo. El tema también fue abordado por el Papa Francisco, quien observó cómo Jesús rechaza "claramente" esta visión, "porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas" (Ángelus, 28 de febrero de 2016).
La torre de Siloé
El Papa recuerda dos trágicos sucesos relatados en el Evangelio, que en aquel tiempo “habían causado un gran revuelo: una sangrienta represión llevada a cabo por los soldados romanos dentro del templo; y el derrumbe de la torre de Siloé en Jerusalén, que había causado dieciocho víctimas” (cf. Lc 13,1-5): "Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de sus oyentes y sabe que ellos interpretan ese tipo de acontecimientos de forma equivocada. De hecho, piensan que si esos hombres murieron tan cruelmente, es una señal de que Dios los ha castigado por algún pecado grave que habían cometido; como si dijera: ‘se lo merecían’. Y, en cambio, el hecho de que se les ahorrara la desgracia equivalía a sentirse bien".
Una invitación a la conversión
Francisco se pregunta: "¿Qué idea de Dios nos hemos hecho? ¿Estamos realmente convencidos de que Dios es así, o no es más bien nuestra propia proyección, de un dios hecho a nuestra imagen y semejanza? Jesús, por el contrario, nos llama a cambiar nuestros corazones, a invertir radicalmente el camino de nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal". De hecho, Jesús afirma que "esas pobres víctimas no eran en absoluto peores que otras. Más bien, Él nos invita a extraer de estos hechos dolorosos una advertencia que concierne a todos, porque todos somos pecadores": todos, es decir, estamos llamados a convertirnos con urgencia.
El ciego de nacimiento y Job
Jesús ofrece una respuesta similar ante un ciego de nacimiento, que se creía en esa condición por alguna culpa. Pero el Señor afirma: "Ni él ni sus padres han pecado, sino que es así para que se manifieste en él las obras de Dios" (Jn 9,3). El mal sigue siendo, sin embargo, un misterio, como también se puede ver en la historia de Job que, golpeado por numerosas desgracias, Dios nos exonera de toda culpa mientras que sus acosados amigos querían convencerle de que sus tribulaciones habían sido causadas por algunos de sus comportamientos injustos. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, citando a San Agustín, Dios, "siendo supremamente bueno, nunca permitiría que existiera ningún mal en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno para extraer el bien del propio mal". (311) "por caminos que sólo conoceremos plenamente en la vida eterna" (324).
Jesús vino a salvar
Siempre, el Catecismo, recordando que Jesús no vino a juzgar, sino a salvar, afirma: "Es por el rechazo de la gracia en la vida presente que cada uno se juzga a sí mismo, recibe según sus obras y puede incluso condenarse para la eternidad" (679).
Castigados por nuestras propias rebeliones
A este propósito, Benedicto XVI recuerda la advertencia dirigida por el profeta Jeremías al pueblo rebelde: "Tu misma maldad te castiga y tus rebeliones te penan. Date cuenta y experimenta lo triste y amargo que es abandonar al Señor, tu Dios" (Jer 2,19). El Señor quiere salvar al hombre liberándolo del pecado, pero lo deja libre: es el "rechazo de Dios y del amor que ya lleva en sí el castigo" (Audiencia General, 18 de mayo de 2011).
Dios perdona, la naturaleza jamás
El mal es un misterio, pero a menudo nos lo auto-infligimos, alejándonos de Dios, que es el mismo Bien. También ocurre cuando el hombre viola la naturaleza y la explota de manera egoísta e indiscriminada. Francisco recuerda al respecto un dicho de los abuelos: "Dios perdona siempre, los hombres perdonamos a veces, la naturaleza no perdona jamás". (Discurso al FIDA, 14 de febrero de 2019).
La invencible paciencia de Dios
Pero en el camino de nuestra vida, tan lleno de caídas, el Papa recuerda que somos acompañados por la invencible paciencia de Jesús: "¿Han pensado, ustedes, en la paciencia de Dios? ¡Han pensado también en su irreductible preocupación por los pecadores, cómo deben provocarnos a la impaciencia con nosotros mismos! Nunca es demasiado tarde para convertirse, ¡nunca! Hasta el último momento: la paciencia de Dios nos espera" (Ángelus, 28 de febrero de 2016).
No perder de vista la Buena Noticia
Así, en su Mensaje para esta Cuaresma, Francisco, ante "la presencia, a veces dramática, del mal en nuestra vida, como en la de la Iglesia y del mundo", nos invita a no perder de vista la "Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús" para nuestra salvación. La fe nos da una perspectiva completamente diferente, porque nos hace ver las cosas de la tierra con los ojos del cielo. Sacudámonos de nuestro letargo – es la exhortación del Papa – este es "un tiempo favorable para nuestra conversión".
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