El Papa: Dios nos conceda el don de las lágrimas por haber ofendido a quien amamos
Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
Uno de los primeros monjes, Efrén el sirio, dice que “un rostro lavado por las lágrimas es de una belleza indescriptible”. Es “la belleza del arrepentimiento, la belleza del llanto, la belleza de la contrición”. Es un “gran regalo de Dios” y es “una gracia que debemos pedir”. Son algunas de las enseñanzas del Papa en la catequesis del miércoles 12 de febrero, meditando sobre la segunda de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados».
El dolor interior abre a una auténtica relación con Dios
Esta bienaventuranza, dijo el Papa, es “una actitud fundamental en la espiritualidad cristiana”. Es lo que los primeros monjes de la historia llamaron “penthos”, es decir “el dolor interior que nos abre a una auténtica relación con el Señor y con el Prójimo.
Según las Sagradas Escrituras, este llanto puede tener dos aspectos. El primero, la aflicción causada por la muerte o por el sufrimiento de alguien que amamos. El segundo, un llanto por el dolor de nuestros pecados, provocado por haber ofendido a Dios y al prójimo.
El don de las lágrimas
Adentrándose en ambos aspectos el pontífice señaló que el primer significado alude al luto, que es siempre amargo y doloroso, que paradójicamente puede ayudarnos a tomar conciencia de la vida, del valor sagrado e insustituible de toda persona y de la brevedad del tiempo.
El segundo, en cambio, “indica el llanto por el mal ocasionado, por el bien que no se hizo y por la deslealtad a la relación con Dios”. Este es un llanto – añadió – por no haber correspondido al amor incondicional del Señor hacia nosotros, por el bien que no quisimos hacer, por no haber querido a los demás.
El dolor por haber ofendido y herido a quien amamos es lo que llamamos el sentido del pecado, que es don Dios y obra del Espíritu Santo, siempre nos perdona y corrige con ternura.
El llanto por orgullo y el llanto por la traición a Dios
El Romano Pontífice realizó una ulterior distinción entre la aflicción causada por el propio error, que está motivado por el orgullo, y aquella por el mal hecho o el bien omitido, que está motivada por la traición a la relación con Dios. Y explicó que este último es “el llanto por no haber amado, que surge de tener la vida de otros en el corazón”.
Aquí se llora porque no se corresponde al Señor que nos quiere tanto, y nos entristece el pensamiento del bien no hecho; éste es el significado del pecado. Ellos dicen: "He herido a aquel que amo", y esto les duele hasta las lágrimas. ¡Bendito sea Dios si llegan estas lágrimas!
El llanto de Pedro y el llanto de Judas
Es la diferencia, continuó enseñando el Santo Padre, que se puede ver entre el llanto de Judas y el de Pedro: el de San Pedro “es un llanto que purifica, que renueva”. “Pedro miró a Jesús y lloró”. En cambio, el llanto de Judas, que no aceptó haberse equivocado, lo llevó al suicidio.
Comprender el pecado es un regalo de Dios, es una obra del Espíritu Santo. Nosotros, solos, no podemos entender el pecado. Es una gracia que debemos pedir. Señor, que comprenda el mal que he hecho o puedo hacer. Este es un gran regalo y después de entenderlo, viene el grito de arrepentimiento.
Dios siempre perdona, incluso los pecados más feos
Recordando las palabras de Efrén el sirio mencionadas antes, el Pontífice señaló que la vida cristiana “tiene su mejor expresión en la misericordia”, puesto que “sabio y bienaventurado es el que acoge el dolor vinculado al amor, porque recibirá el consuelo del Espíritu Santo que es la ternura de Dios que perdona y corrige”.
Dios siempre perdona, no lo olviden; no olvidemos esto. Dios siempre perdona, incluso los pecados más feos. Siempre. El problema está en nosotros, que nos cansamos de pedir perdón. Ese es el problema. Cuando uno se cierra y no pide perdón. Y Él está ahí para perdonar.
Y porque “si tenemos siempre presente que Dios ‘no nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras faltas”, Francisco concluyó la catequesis animando a los fieles a pedir al Señor que nos conceda “el don de las lágrimas por nuestra falta de amor a Dios y al prójimo”, y que “por su compasión y misericordia nos permita amar a nuestros hermanos y dejar que entren en nuestro corazón amar”.
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