Benedicto XV y el llamamiento contra las matanzas inútiles
Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano
Era el 1 de agosto de 1917. El mundo estaba desgarrado por la Gran Guerra que había comenzado tres años antes tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Teniendo ante sus ojos "los horrores de la terrible tormenta que había caído sobre Europa", el Papa Benedicto XV escribió una carta a los dirigentes de los pueblos beligerantes pidiéndoles que llegaran "cuanto antes al cese de esta lucha tremenda, que, cada día más, parece una matanza inútil".
Un llamamiento de trágica actualidad que, incluso en este tiempo sacudido por el conflicto en Ucrania, vuelve a proponer una pregunta crucial planteada por el Pontífice en aquella carta de 1917:
Benedicto XV invitaba a los gobiernos a llegar a un acuerdo para "una paz justa y duradera".
"Por lo tanto, un justo acuerdo de todos en la reducción simultánea y recíproca de los armamentos según las normas y garantías que se establezcan, en la medida necesaria y suficiente para el mantenimiento del orden público en los distintos Estados".
“Nosotros, no por objetivos políticos particular, ni por sugerencia o interés de alguna de las partes beligerantes, sino movidos únicamente por la conciencia del deber supremo del Padre común de los fieles, por el suspiro de los hijos que invocan Nuestra obra y Nuestra palabra pacificadora, por la voz misma de la humanidad y de la razón, elevamos nuevamente el grito de la paz, y renovamos un caluroso llamamiento a quienes tienen en sus manos los destinos de las naciones”.
Suspirando la paz
La carta de Benedicto XV, nacido en Génova el 21 de noviembre de 1854, concluía con palabras que aún hoy, en este tiempo devastado por múltiples conflictos, pueden dirigirse a quienes tienen el poder de silenciar las armas:
"Por tanto, escuchen Nuestra oración, acepten la paternal invitación que les dirigimos en nombre del divino Redentor, Príncipe de la paz".
“Reflexionen sobre su gravísima responsabilidad ante Dios y ante los hombres; de sus resoluciones dependen la paz y la alegría de innumerables familias, la vida de miles de jóvenes, la felicidad misma de los pueblos, que ustedes tienen el deber absoluto de procurar”.
“Mientras tanto, nosotros, uniéndonos fervientemente en oración y penitencia a todas las almas fieles que anhelan la paz, imploramos del Espíritu Divino luz y consejo”.
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