En el recinto de Pedro

Los últimos años del Papa emérito, la vida en oración, la relación con Francisco

Alessandro Di Carolis

Castel Gandolfo, jueves 28 de febrero de 2013. Incluso las manecillas de los relojes parecen intimidadas por la tarea que tienen por delante. Tienen que marcar el tiempo en presencia de la multitud apiñada en la pequeña plaza frente al Palacio Apostólico, y observada por las televisiones de todo el mundo, hasta que den las ocho de la tarde, hora que dará paso a una ceremonia sin precedentes. Cuando se materializa, la escena culminante es una secuencia noticiosa impregnada de un poderoso simbolismo. El saludo recíproco de los dos Guardias Suizos, su colocación junto a las dos puertas de la verja empujadas hacia delante, el ruido sordo del cierre, el aluvión de flashes, los comentarios temerosos de la gente. Incluso la bandera vaticana de la logia central del palacio ondea justo delante de las persianas cerradas.

El lado oculto de Tabor

La impresión es que hemos asistido a un gigantesco extra omnes volcado. Una puerta cerrada no en el nacimiento de un Pontificado, sino en su final. La Iglesia está viviendo el Año de la fe, pero en esos instantes, en esos días, la fe de muchos se siente sacudida. Mientras sigue el momento de choc por tamaña noticia, y la Iglesia y el mundo se preparan de nuevo a la elección de otro Papa, en las salas de la residencia veraniega de los Papas, Benedicto XVI mueve su primer paso para subir al monte de Tabor, como había dicho en su último Ángelus:

“El Señor me llama a «subir al monte», a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas”. (Ángelus 24 de febrero del 2013)

Libre de escoger

Las fuerzas, que poco a poco se iban apagando, desde hacía tiempo. Esta situación le hizo reflexionar en tomar una difícil decisión, un gesto que nunca se había visto, aunque si no era la primea vez. El último Papa que había renunciado era en los primeros siglos de nuestra historia católica. La renuncia, como después contó el papa emérito al periodista Peter Seewald en el libro, “Últimas conversaciones” – madura en un insistente Cor ad cor loquitur con “su Superior”. Un “frente a frente” escrupuloso, difícil pero sereno. No tienen nada que ver las presiones externas, los Vatileaks y los escándalos que el mosaico de complotistas diseñan desde el día después de la renuncia tratando de explicar lo inaudito. Tal vez si era por eso, asegura el Papa Benedicto, “no me hubiera ido, porque no hay que abandonarlo todo cuando estamos bajo presión”.

Padre por siempre

Más bien es haber intuido, y comprendido racionalmente, que un pastor, sea un Papa u obispo, aunque nunca se aleja de la "misión sacramental", que "lo ata en su corazón", puede retirarse de su función concreta. Es como, dice, cuando "incluso un padre deja de ser padre". No deja de serlo, pero deja las responsabilidades reales", cuando se hace sentir el peso de la edad. Por lo tanto, no es una traición porque retrocede, sino que se mantiene fiel en un camino diferente:

“El “siempre” es también un “para siempre” –ya no existe una vuelta a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro”. (Audiencia general, 27 de febrero 2013)

Recojo a todos en la oración

Estas palabras, pronunciadas en la última audiencia general, condensan la destilación de las reflexiones previas a la renuncia y son el preludio de las posteriores, del hombre que ha elegido ser un invisible pontifex y no una isla. El puente es la oración, en la quietud del monasterio Mater Ecclesiae – ex convento de clausura del Vaticano, remodelado como residencia para el papa emérito, la oración de Benedicto XVI no está más solamente en los pequeños espacios vacíos de la agenda, sino que ocupa largos momentos de una nueva libertad. En privado se dedica a una oración tranquila y constante. Es una presencia espiritual detrás del Vicario, Francisco, que desde el 13 de marzo, ha traído nuevas energías y un estilo nuevo.

“Siento que llevo a todos en la oración, en un presente que es el de Dios, donde recojo cada encuentro, cada viaje, cada visita pastoral. Recojo todo y a todos en la oración para encomendarlos al Señor, para que tengamos pleno conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, y para que podamos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, fructificando en toda obra buena (cf. Col 1, 9-10).”(Audiencia general, 27 de febrero 2013) 

Hermanos

23 de marzo 2013. El helicóptero blanco aterriza en el helipuerto de Castelgandolfo, dentro de unos minutos las cámaras del mundo grabarán un momento nunca antes visto. Dos papas sonrientes se abrazan en un gesto que vuelve a escribir la historia. Será el primero de una serie de encuentros análogos en los años sucesivos, ocurridos en las salas vaticanas o la Plaza de San Pedro, como el día llamado el día de los cuatro Papas, era la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, la presidía Francisco, al lado de los cardenales estaba presente el Papa emérito.

Oásis

Paralelamente al Pontificado de Francisco, Benedicto pasa el suyo emérito, en esta Mater Ecclesia, en los Jardines Vaticanos, custodios silenciosos de la existencia del Papa Ratzinger. De vez en cuando esta tranquilidad se ve variada por visitas de amigos de todo el mundo. Sus jornadas pasan entre la lectura, la escritura, algunos paseos, ver el noticiero, y tocar el piano, su Mozart, después de cena. Solamente alguna foto en las plataformas que han postado sus amigos, abre esa ventana a ese “recinto” al cual cada año que pasa Benedicto XVI está siempre más apegado, sobre todo cuando las fuerzas comienzan a abandonarlo, como escribió a los lectores del Corriere della sera para agradecerles por las felicitaciones por sus 91 años.

Protegido por la bondad

Su voz, débil y emocionada se la escucha tres años depués de aquel 28 de febrero del 2013: un 28 de junio del 2016, Benedicto XVI está conmemorando su 65 aniversario de ordenación sacerdotal. La celebración se desarrolla en la Sala Clementina en presencia de Francisco, y muchos cardenales, y es allí donde con voz alta el papa emérito expresa su gratitud a su Sucesor:

“¡Gracias sobre todo a Ud Santo Padre! Su bondad, desde el primer momento de la elección, me abraza en todo momento de mi vida. Me siento protegido, no tanto por estar en los Jardines Vaticanos, con su belleza, sino más bien, me siento protegido por su bondad. Le agradezco por sus palabras, esperemos que Ud pueda avanzar con todos nosotros en este camino de la Misericordia Divina, mostrando el camino de Jesús, hacia Jesús, hacia Dios”. (28 junio, 2016).

Un mundo de vida y amor

Su breve discurso, improvisado, de pie delante de todos, es una reflexión sobre el valor de la Eucaristía, vista en su significado literal y espiritual. Es el Sacramento de la “gratitud” por un sufrimiento, en la cruz, que, afirma, Jesús ha transformado en bendición para la humanidad. Y es a aquella cruz que permaneció unido con fidelidad, pasando desde el humbral al recinto, cada día de su vida velada, el humilde trabajador de la Vid se deja inspirar por su último augurio:

“Al final, queremos darle gracias a Dios, y recibir la novedad de la vida, y ayudar para la transubstanciación del mundo: que es un mundo no de muerte sino de vida; un mundo en el que el amor ha conquistado la muerte”. (28 junio, 2016).

 

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31 diciembre 2022, 11:43