La esperanza de Dios nace y renace en los agujeros negros de nuestras decepciones
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
El Papa, en su catequesis de hoy miércoles 5 de abril del 2023, recordó la Liturgia del domingo pasado, la Pasión del Señor. El texto bíblico, dijo, termina con estas palabras: «Sellando la piedra» (Mt 27,66). Todo parece terminado, para los discípulos de Jesús, dijo esta mañana Francisco, esa roca marca el término de la esperanza.
“El Maestro ha sido crucificado, asesinado de la forma más cruel y humillante, colgado en un patíbulo infame fuera de la ciudad: un fracaso público, el peor final posible”.
El Pontífice recordó que el desánimo que oprimía a los discípulos no es del todo extraño a nosotros hoy. También en nosotros se condensan pensamiento profundos y sentimientos de frustración, y cuestiona Francisco: ¿por qué tanta indiferencia hacia Dios? ¿Por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué las desigualdades siguen creciendo y la anhelada paz no llega? ¡Y en los corazones de cada uno, cuántas expectativas desvanecidas, cuántas desilusiones! Y también, esa sensación de que los tiempos pasados fueron mejores y que, en el mundo, quizá también en la Iglesia, las cosas no van como antes… En resumen, aseveró, también hoy la esperanza parece a veces sellada bajo la piedra de la desconfianza.
Jesús despojado de todo, dijo el Papa, nos recuerda que la esperanza renace diciendo la verdad sobre nosotros, dejando caer las dobleces, liberándonos de la pacífica convivencia con nuestras falsedades. Esto es lo que hace falta: volver al corazón, a lo esencial, a una vida sencilla, despojada de tantas cosas inútiles, que son sustitutos de esperanza. Hoy, cuando todo es complejo y se corre el riesgo de perder el hilo, necesitamos sencillez, afirmó, redescubrir el valor de la sobriedad, de la renuncia, de limpiar lo que contamina el corazón y entristece. Cada uno de nosotros puede pensar algo inútil de lo que puede liberarse para reencontrarse. ¡Este es un bonito ejercicio!
La cruz: final de todo. Un nuevo inicio
En la mente de los discípulos permanece fija una imagen: la cruz. Ahí se concentraba el final de todo, dijo el Papa. Pero poco después, los discípulos descubrirían precisamente en la cruz un nuevo inicio.
“La esperanza de Dios brota así, nace y renace en los agujeros negros de nuestras expectativas decepcionadas; y esta, sin embargo, no decepciona nunca”.
Al describir la cruz, ese madero de muerte, dijo Francisco, terrible instrumento de tortura, allí Dios ha realizado el mayor signo del amor. “Ese madero de muerte, convertido en árbol de vida, nos recuerda que los inicios de Dios empiezan a menudo en nuestros finales: Él ama obrar maravillas”. Miremos el árbol de la vida, invitó el Papa, para que brote en nosotros la esperanza: para ser sanados de la tristeza de la que estamos enfermos.
Dios despojado: su humillación es el camino de la redención
Al describir el dolor de Jesús, su humillación. Jesús despojado: de hecho, «una vez que lo crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes» (v. 35). Dios despojado: Él que tiene todo se deja privar de todo. Pero esa humillación, señaló, es el camino de la redención. Dios vence así sobre nuestras apariencias.
“A nosotros, nos cuesta ponernos al desnudo, a decir la verdad; nos revestimos de exterioridad que buscamos y cuidamos, con máscaras para camuflarnos y mostrarnos mejor de lo que somos. Pensamos que lo importante es ostentar, para que los otros hablen bien de nosotros. Y nos adornamos de apariencias, de cosas superfluas; pero así no encontramos paz”.
Jesús despojado de todo, dijo el Papa, nos recuerda que la esperanza renace diciendo la verdad sobre nosotros, dejando caer las dobleces, liberándonos de la pacífica convivencia con nuestras falsedades. Esto es lo que hace falta: volver al corazón, a lo esencial, a una vida sencilla, despojada de tantas cosas inútiles, que son sustitutos de esperanza. Hoy, cuando todo es complejo y se corre el riesgo de perder el hilo, necesitamos sencillez, afirmó, redescubrir el valor de la sobriedad, de la renuncia, de limpiar lo que contamina el corazón y entristece. Cada uno de nosotros puede pensar algo inútil de lo que puede liberarse para reencontrarse. ¡Este es un bonito ejercicio!
Amar y perdonar a quien te hiere
"Dirigimos una segunda mirada al Crucifijo y vemos a Jesús herido. La cruz muestra los clavos que le atraviesan las manos y los pies, el costado abierto. Pero a las heridas del cuerpo se añaden las del alma. Jesús está solo: traicionado, entregado y renegado por los suyos, condenado por el poder religioso y civil, siente incluso el abandono de Dios (cfr v. 46). Sobre la cruz aparece además el motivo de la condena, «Este es Jesús: el Rey de los judíos» (v. 37). Es una burla: Él, que había huido cuando trataban de hacerle rey (cfr Jn 6,15), es condenado por haberse hecho rey; incluso no habiendo cometido crímenes, es colocado entre dos criminales y se prefiere al violento Barrabás (cfr Mt 27,15-21). Jesús de hecho está herido en el cuerpo y en el alma. ¿De qué forma ayuda esto a nuestra esperanza?", dijo el Santo Padre, reflexionando sobre esos momentos de dolor de Jesús.
También nosotros estamos heridos: ¿quién no lo está en la vida? ¿Quién no lleva las cicatrices de elecciones pasadas, de incomprensiones, de dolores que permanecen dentro y es difícil superar? ¿Pero también de daños sufridos, de palabras cortantes, de juicios inclementes? Dios no esconde a nuestros ojos las heridas que le han traspasado el cuerpo y el alma, sigue el Papa. Las muestra para hacernos ver que en Pascua se puede abrir un pasaje nuevo: hacer de las propias heridas foros de luz.
"Como Jesús que en la cruz no recrimina, sino que ama. Ama y perdona a quien lo hiere (cfr Lc 23,34). Así convierte el mal en bien, así transforma el dolor en amor".
Qué hacer con nuestras heridas
El punto no es estar heridos poco o mucho por la vida, sino qué hacer con estas heridas, dijo el papa en su catequesis, tenemos la elección de dejar que las heridas se infecten de rencor y tristeza o unirlas con las de Jesús, para que también nuestras llagas se vuelvan luminosas.
"Sí, nuestras heridas pueden convertirse en fuentes de esperanza cuando, en lugar de compadecernos de nosotros mismos, enjugamos las lágrimas de los demás; cuando, en vez de guardar rencor por lo que nos quitan, cuidamos lo que les falta a los demás; cuando, en lugar de hurgar en nosotros mismos, nos inclinamos hacia los que sufren; cuando, en vez de tener sed de amor por nosotros, saciamos a los que nos necesitan. Porque sólo si dejamos de pensar en nosotros mismos, nos encontramos. Y haciendo esto - dice la Escritura - nuestra herida cicatriza rápidamente (cfr Is 58, 8), y la esperanza florece de nuevo".
Por último, Francisco aconsejó que en estos días santos nos acerquemos al Crucificado. "Pongámonos delante de Él, despojado, para decir la verdad sobre nosotros mismos, quitando lo superfluo. Mirémosle herido, y pongamos nuestras heridas en las suyas. Dejemos que Jesús regenere en nosotros la esperanza".
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