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Francisco: Los migrantes nos piden cultivar el sueño de la fraternidad

Publicamos el prefacio del Papa Francisco al libro del padre Mattia Ferrari titulado "Salvados por los migrantes. Relato de un estilo de vida". En la obra, publicada en los últimos días por "Edizioni Dehoniane Bologna" (EDB), el capellán de "Mediterranea Saving Humans" describe su experiencia en el mar en la labor de rescate de migrantes que huyen de sus países en busca de un futuro mejor.

Papa Francisco

Desde el inicio de mi pontificado he prestado especial atención al drama de los migrantes, uno de los signos de los tiempos de esta época histórica. En mi primer viaje apostólico fui a Lampedusa, lugar simbólico de naufragios y acogida, y allí subrayé el punto central de la cuestión:

“¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros”.

En efecto, el drama de los emigrantes interpela nuestra identidad más profunda: se trata de elegir ser o no verdaderamente hermanos y hermanas. Lo reiteré en el encuentro de obispos y jóvenes mediterráneos celebrado en Marsella el 22 de septiembre de 2023:

“(…) Ante nosotros también se abre una encrucijada: por una parte, la fraternidad, que fecunda de bien la comunidad humana; por otra, la indiferencia, que ensangrienta el Mediterráneo. Nos encontramos frente a una encrucijada de civilización. ¡O la cultura de la humanidad y de la fraternidad, o la cultura de la indiferencia: en la que cada uno se las arregle como pueda!”.

A lo largo de estos años me he encontrado muchas veces con personas migrantes cuyas historias resumían las de tantos: algunos de estos encuentros, como los de Bentolo y Pato, se relatan en este libro. Al encontrarme con ellos, he querido subrayar que son verdaderos hermanos y hermanas y nos ayudan a redescubrir la fraternidad universal. Quien practica la acogida sabe que la amistad con los pobres es salvífica, porque a través de ellos, los amados hermanos de Jesús, tenemos una experiencia especial del amor de Jesús y redescubrimos la belleza de formar parte también de esta gran fraternidad. Lo reiteré al dirigirme directamente a los migrantes:

“Tratados como una carga, un problema, un coste, sois por el contrario un regalo. Sois testigos de cómo nuestro Dios clemente y misericordioso sabe convertir el mal y la injusticia que sufrís en un bien para todos. Porque cada uno de vosotros puede ser un puente que une pueblos distantes, que hace posible el encuentro entre diferentes culturas y religiones, una vía para redescubrir nuestra común humanidad”.


La fraternidad es un grito: las personas migrantes que llaman a nuestras puertas llevan este grito en su interior: piden ser reconocidas como hermanos y hermanas, caminar juntos. El auxilio y la acogida no son sólo gestos humanitarios esenciales, son gestos que dan cuerpo a la fraternidad, que construyen la civilización. Varias veces he expresado públicamente mi gratitud a Mediterranea Saving Humans y a todas las realidades que practican el auxilio y la acogida. Agradezco también a los fieles, a los consagrados y a los obispos que los acompañan de diversas maneras. La Iglesia acompaña este camino, porque es el Evangelio el que lo exige: la Iglesia no tiene alternativa, si no sigue a Jesús, si no ama como Jesús ama, pierde el sentido mismo de su ser. Dar carne a la fraternidad universal es el sueño que Dios nos ha confiado desde el principio de la creación: todo el que participa en esta misión colabora en el sueño de Dios. Una realidad que da carne a la fraternidad de manera especial son los movimientos populares, que también se mencionan en este libro. Conocí los movimientos populares cuando era arzobispo de Buenos Aires: encontré en ellos lo que después llamé la "mística de los movimientos populares", es decir, esa compasión visceral que se hace acción comunitaria y lleva a los pobres a tomarse de la mano, a organizarse, a luchar juntos y a construir juntos otra sociedad. En Buenos Aires, acompañando a los movimientos populares, me di cuenta de que “aunque molesten, aunque algunos ‘pensadores’ no sepan cómo clasificarlos, hay que tener la valentía de reconocer que sin ellos ‘la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino’”.

En los últimos años, he participado en los cuatro encuentros mundiales de movimientos populares y en sus encuentros regionales, y he invitado a la Iglesia a acompañarlos:

“Me alegra tanto ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro”.


El sueño de la fraternidad, que los migrantes nos piden cultivar y que he puesto en el centro de mi pontificado, es el sueño de Dios y la Iglesia lo ha promovido siempre, relanzándolo con fuerza desde el Concilio Vaticano II y el pontificado de san Juan XXIII. Quisiera concluir el prefacio de este libro citando las palabras de su secretario particular, monseñor Loris Capovilla, a quien creé cardenal en 2014 y a quien se menciona en este libro. Cuando cumplió 100 años, el 14 de octubre de 2015, eligió celebrarlo con algunos emigrantes. Abrazando a uno de ellos, Issa, que venía de Mali, musulmán, le dijo estas palabras:

Issa, que Dios te bendiga. [...] Solo hay una familia humana, yo soy ciudadano del mundo, como tú, querido Issa. Sólo que yo he terminado mi carrera y tú la estás empezando. Aporta tu contribución a la civilización del amor, porque no hay otra, no hay civilización de la técnica, del poder o de las armas. Mis hermanos cristianos me son muy queridos, lo sé, pero también lo son todos los hombres y mujeres de este mundo. Me siento feliz de haber vivido en este mundo. En el recuerdo de toda mi vida nunca he visto una persona que me desagrade, una patria que me disguste. Todo lo que existe en la creación es un don de Dios. En cada uno de nosotros hay algo bueno; si cada uno de nosotros es bueno, soy feliz, pero si no es bueno, sigue siendo mi hermano, lo quiero. Lo tomo de la mano y caminamos juntos hacia la civilización del amor. [...] En comunión con los hombres y mujeres de buena voluntad pertenecientes a todas las naciones, me entremezclo como amigo y siento que, efectivamente, con la contribución de miles de mujeres y hombres de todas las razas, caminamos hacia la unidad más plena de la familia humana; un solo Padre, un solo Redentor, una sola Madre santísima, un solo Pastor universal, una sola mirada hacia los cielos eternos.

Llegar a ser capaces de amar así es la oración que dirijo a Jesús por cada persona que vive en este mundo.

Vaticano, 3 de julio de 2024

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22 septiembre 2024, 08:50