Encuentro Protección de Menores: cuatro días que dejarán huella
Andrea Tornielli
El encuentro sobre la protección de los menores que se celebra en el Vaticano está destinado a dejar su huella. Incluso antes de que se examinen a fondo las indicaciones concretas necesarias sobre lo que se debe hacer frente al flagelo de los abusos, será la conciencia en toda la Iglesia de las consecuencias dramáticas e indelebles causadas a los menores que los han padecido lo que dejará su impronta.
Las voces de los niños, niñas y jóvenes que son víctimas indefensas de estos horrendos actos de violencia no dejarán de escucharse. Su grito está destinado a romper la barrera del silencio que durante demasiado tiempo ha impedido la comprensión.
El primer objetivo, tras el testimonio personal de los dos últimos Papas, que sistemáticamente se encontraron con los supervivientes, los escucharon, lloraron y rezaron con ellos, es por tanto la conciencia de que el abuso de menores por parte de clérigos y religiosos es un acto abominable. Un acto que traspasa para siempre las almas de los niños confiados por sus padres a los sacerdotes para educarlos en la fe. No se trata principalmente de una cuestión de leyes y normas, ni de objeciones burocráticas o incluso de estadísticas. Se trata de escuchar a las víctimas, de intentar compartir su doloroso drama, de hacer suyas sus heridas devastadoras. Es un cambio de mentalidad que se requiere, para que nadie pretenda nunca más no ver, encubrir, minimizar.
Por primera vez, el tema se tratará en clave global, según las diferentes experiencias y culturas. El primer día el tema principal será la responsabilidad de los obispos en su tarea pastoral, espiritual y jurídica. El segundo día se tratará sobre todo de la "rendición de cuentas", discutiendo las soluciones que deben adoptarse de acuerdo con el Derecho Canónico para evaluar los casos en los que los pastores han fracasado en su tarea y han actuado con negligencia. Finalmente, el tercer día se dedicará al compromiso de transparencia, en los procedimientos internos de la Iglesia, hacia las autoridades civiles, pero sobre todo hacia el pueblo de Dios, cuya contribución a la seguridad de los lugares frecuentados por los menores es indispensable. La conclusión de los trabajos, el domingo, después de la Misa celebrada en la Sala Regia, es confiada al Papa Francisco.
Lo que se celebra en el Vaticano es sobre todo un acontecimiento eclesial, un diálogo entre pastores en comunión con el Sucesor de Pedro. Por eso la oración, acompañada de la escucha de las víctimas, marcará cada cita. Los tres primeros días de trabajo culminarán en la liturgia penitencial precisamente porque, ante el abismo del pecado y de un pecado tan grave y abominable, los creyentes están llamados a pedir humildemente perdón por la herida infligida al cuerpo eclesial y su posibilidad de testimonio evangélico.
Este nuevo paso es para la Iglesia el último en el orden del tiempo de una larga serie que comenzó hace poco menos de veinte años con la introducción de leyes cada vez más estrictas y eficaces para combatir el flagelo del abuso. Procedimientos que han permitido reducir drásticamente el número de casos, como demuestran todos los informes publicados recientemente: las quejas que surgen se refieren, de hecho, en su gran mayoría, a casos que datan de hace muchos años y que se produjeron antes de la entrada en vigor de las nuevas normas.
Con el encuentro que se abre en el Vaticano, la Iglesia no sólo señala el camino a sus propias jerarquías y comunidades, sino que también ofrece un testimonio doloroso y un compromiso preciso con toda la sociedad. Porque la protección de los menores es una cuestión que concierne a todos, como lo demuestran las impresionantes cifras de menores maltratados en el mundo.
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