Hace catorce años, el saludo al amado Juan Pablo II
María Cecilia Mutual - Ciudad del Vaticano
"¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!" Es una de las frases que ha quedado grabada en los corazones de los fieles católicos, desde ese domingo 22 de octubre de 1978, día de inicio del pontificado de Juan Pablo II. Cómo olvidar el grito exhortador del Papa “venido de un país lejano”, como el mismo Papa santo dijo en el día de su elección asomado desde el balcón central de la basílica vaticana, inmediatamente después del “habemus papam”:
“Los eminentísimos cardenales han llamado a un nuevo obispo de Roma, lo han llamado de un país lejano, lejano pero siempre tan cercano por la comunión en la fe y la tradición cristiana”.
Hoy, en el día en que se cumplen 14 años de su muerte, queremos recordarlo con sus palabras en la homilía de inicio de pontificado (22 octubre 1978), en la que elevó su “oración fervorosa, humilde y confiada”:
“¡Oh Cristo! ¡Haz que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu única potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potes¬tad que no conoce ocaso! ¡Haz que yo sea un siervo! Más aún, siervo de tus siervos”.
En esa ocasión resonó fuerte su llamado ante los fieles reunidos en la plaza de san Pedro:
“¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!”.
Ya transparentaban en sus primeras palabras, cual habría sido el objetivo de su pontificado:
“Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!”.
Permitan que Cristo hable al hombre
En la homilía de comienzo de su pontificado, el nuevo Obispo de Roma se refería a la condición vulnerable del ser humano, que con frecuencia “no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación”. De ahí su imploración con “humildad y confianza”:
"¡Permitid que Cristo hable al hombre! ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!"
El Papa en misión
Ese mismo 22 de octubre, San Juan Pablo II recordaba en su homilía que toda la Iglesia celebraba la "Jornada Misionera mundial, es decir, ora, medita, trabaja para que las palabras de vida de Cristo lleguen a todos los hombres y sean escuchadas como mensaje de esperanza, de salvación, de liberación total”.
Y Él, el obispo de Roma traído desde un país lejano, no dudó en su 27 años de pontificado, en partir como “misionero” para que esas palabras de vida de Jesús llegaran realmente “a todos los hombres,” desplazándose a todos los continentes, incluso a países donde los católicos eran sólo una minoría. Hasta el final de sus días, “el Papa viajero” como lo llamaban, quiso llevar a cabo "una auténtica peregrinación al santuario viviente del Pueblo de Dios", como él mismo afirmó en el curso de la audiencia general del 17 de octubre de 1979, recordando el viaje apenas realizado a Irlanda y a Estados Unidos.
Palabras que retomó un año más tarde, hablando a la Curia Romana el sábado 28 de junio de 1980:
"El Vaticano II nos ha enseñado cómo "manifestar" este poder de Dios, con plena comprensión y respeto tanto de cada uno de los hombres, como de cada una de las naciones y pueblos, culturas, lenguas, tradiciones y también de las diferencias religiosas e incluso de la fe y de la no-creencia (tanto en la afirmación como en la negación de Dios). En este contexto adquieren pleno significado todos y cada uno de los viajes-peregrinaciones del Papa, por lo que se refiere ya a lo específico de cada uno de ellos, ya a su conjunto global. Estos viajes son visitas realizadas a cada una de las Iglesias locales, y sirven para demostrar el lugar que éstas tienen en la dimensión universal de la Iglesia, para subrayar la actitud peculiar que tienen en el constituir la universalidad de la Iglesia. Como afirmé otra vez, cada viaje del Papa es "una auténtica peregrinación al santuario viviente del Pueblo de Dios".
Comenzando por América Latina
La mirada del Papa polaco y europeo se dirigió en primer lugar a América Latina, el “continente de la esperanza” así llamado por Pablo VI, definición que Juan Pablo II retomó precisamente en su primer viaje pastoral a República Dominicana, México y Bahamas, del 25 de enero al 1 de febrero de 1979, estando en tierra mexicana. En sus numerosas peregrinaciones al “santuario viviente del Pueblo de Dios” el Papa Wojtyla dedicó especial atención a México, país al cual volvió otras cuatro veces: en 1990, 1993, 1999 y en 2002.
40 años de la primera visita a México
Precisamente en enero de este año, se cumplieron 40 años de la primera visita de San Juan Pablo II a México, primer viaje internacional en el que inauguró los trabajos de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, el 28 de enero de 1979 en Puebla. Un viaje en el que el pontífice visitó además Ciudad de México, Guadalajara, Zapopan, Oaxaca y Monterrey, pronunció 28 discursos y mensajes y presidió eventos masivos a los que asistieron numerosos fieles. En el curso de este viaje, Juan Pablo II se dirigió a las autoridades gubernamentales, al cuerpo diplomático, a participantes en un encuentro ecuménico, a estudiantes, obreros, indígenas, obispos, sacerdotes y seminaristas.
El impulso del Papa santo
En sus dos primeras visitas pastorales a México, el Papa Wojtyla se encontró con un país en el que la relación entre la Iglesia y el Estado mexicano estaba atravesando una fase delicada. Si bien el contexto cambiante del panorama político y social del país tuvo que ver, fue claro el impulso que Juan Pablo II y sus visitas tuvieron en la modificación del marco jurídico que había normado las relaciones entre el Estado y la Iglesia desde la Constitución de 1917, así como en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, en 1992.
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