La Solemnidad de Todos los Santos
Maria Milvia Morciano-Patricia Ynestroza - Ciudad del Vaticano
Así como con los ángeles, con su número incalculable, los santos nos hacen pensar en una inmensa multitud, que nadie puede contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas (cf. Ap 7:9).
¿Quiénes son los santos?
Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto. (Mt 5, 48). Los santos no son héroes, sino gente común que, en su debilidad, imitan a Jesús al dar sus vidas, por la gracia de Dios. Es el amor el que tiene el poder de transformar a cualquier hombre y hacerlo santo.
El escritor católico francés Ernest Hello, que vivió en el siglo XIX, escribe: "Hubo muchos entre ellos que recibieron un nombre oficial singular: se llamaban Santos. Los Santos. Permítame detenerme en esta palabra: los Santos. Olviden a los hombres, para recordar sólo al hombre. Piensen en ustedes mismos. Miren en su abismo. Piensen en lo que debe pasar para que un hombre sea un santo. Sin embargo, ha sucedido" (Fisionomie di Santi, Fògola, Torino 1977).
Armonía asombrosa
Ernest Hello continúa: "El mundo sobrenatural, como el mundo natural, contiene unidad en la variedad y este es el significado de la palabra Universo. Los elegidos [los Santos] varían entre ellos en inteligencia, actitud, vocación. Tienen diferentes dones y diferentes gracias. Sin embargo, una similitud invisible se encuentra en el fondo de la gran diversidad. Todos llevan el mismo signo: el signo del mismo Dios. Sus vidas, todas prodigiosamente diferentes entre sí, contienen la misma enseñanza en idiomas muy diferentes. En su variedad nunca son contradictorios. Todos están vinculados a la historia, mezclados con sus innumerables complicaciones; sin embargo, la pureza de la enseñanza que nos traen está absolutamente intacta... Todos tienen la misma fe; todos cantan el mismo Credo. ¿No les parece esta unanimidad sorprendente?".
La llamada a la santidad
El Papa Francisco explica muy bien cuál es el camino a la santidad y lo repite a menudo: "...todos estamos llamados a la santidad. Los Santos y Santas de todos los tiempos, que hoy celebramos juntos, no son simplemente símbolos, seres humanos lejanos e inalcanzables. Por el contrario, son personas que han vivido con los pies en la tierra; han experimentado el trabajo diario de la existencia con sus éxitos y fracasos, encontrando en el Señor la fuerza para levantarse siempre y continuar en el camino. A partir de esto podemos entender que la santidad es una meta que no puede ser alcanzada por las propias fuerzas, sino que es el fruto de la gracia de Dios y nuestra libre respuesta a ella. Así pues, la santidad es un don y una llamada... es una vocación común a todos los cristianos, a los discípulos de Cristo; es el camino de la plenitud que todo cristiano está llamado a seguir en la fe, avanzando hacia la meta final: la comunión definitiva con Dios en la vida eterna. La santidad se convierte así en una respuesta al don de Dios, porque se manifiesta como una asunción de responsabilidad. En esta perspectiva, es importante comprometerse diariamente a la santificación en las condiciones, deberes y circunstancias de nuestra vida, buscando vivir todo con amor, con caridad" (Ángelus, 1 de noviembre de 2019).
No sólo los santos del calendario
Francisco continúa: "También los santos: respiran como todos, el aire contaminado por el mal que hay en el mundo, pero en el camino no pierden nunca de vista el camino de Jesús, el indicado en las Bienaventuranzas, que son como el mapa de la vida cristiana. Hoy es la fiesta de los que han alcanzado la meta indicada en este mapa. No sólo los santos del calendario, sino muchos hermanos y hermanas "de al lado", a los que quizás hayamos encontrado y conocido. Hoy es una fiesta familiar, de mucha gente sencilla y oculta que en realidad ayuda a Dios a sacar adelante al mundo”. (Angelus, 1 de noviembre de 2017)
¿Cómo se convierte uno en santo?
La exhortación apostólica Gaudete et exsultate trata de la llamada a la santidad: el Papa Francisco busca "encarnarla en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades". Porque el Señor nos ha elegido a cada uno de nosotros para ser santos e inmaculados ante Él en la caridad (Ef 1:4)". (GE 2).
Convertirse en santos es posible siguiendo la gran regla que Jesús nos dejó y que encontramos en el Evangelio de Mateo. El Papa Francisco escribe: "Si buscamos esa santidad que es agradable a los ojos de Dios, en este texto encontramos precisamente una regla de comportamiento por la cual seremos juzgados: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme (Mt 25, 35-36)... Ser santo no significa, por tanto, acristalar los ojos en un supuesto éxtasis. San Juan Pablo II dijo que "si nos alejamos verdaderamente de la contemplación de Cristo, debemos ser capaces de verlo especialmente en los rostros de aquellos con los que él mismo quiso identificarse". El texto de Mateo 25, 35-36 "no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que arroja un rayo de luz sobre el misterio de Cristo". En esta llamada a reconocerlo en los pobres y en el sufrimiento se revela el corazón mismo de Cristo, sus sentimientos y sus opciones más profundas, a las que todo santo trata de conformarse" (GE 95-96).
El cielo y la tierra, dos dimensiones de la Iglesia
Benedicto XVI observó: "Esta fiesta nos hace reflexionar sobre el doble horizonte de la humanidad, que expresamos simbólicamente con las palabras "tierra" y "cielo": la tierra representa el viaje histórico, el cielo la eternidad, la plenitud de la vida en Dios. Y así esta fiesta nos hace pensar en la Iglesia en su doble dimensión: la Iglesia en camino en el tiempo y la que celebra la fiesta sin fin, la Jerusalén celestial. Estas dos dimensiones están unidas por la realidad de la "comunión de los santos": una realidad que comienza aquí en la tierra y llega a su cumplimiento en el Cielo" (Ángelus, 1 de noviembre de 2012).
El Panteón, la primera basílica dedicada a Todos los Santos
Las referencias a la fiesta, pero limitadas a los mártires, ya se pueden encontrar en el siglo IV en los Padres de la Iglesia, como en Juan Crisóstomo y Efrén el Sirio. La fecha también cae en un día diferente, el 13 de mayo, cuando, entre 609 y 610, a instancias del Papa Bonifacio IV, el antiguo templo dedicado a todos los dioses, el Panteón, se transformó en una basílica consagrada a la Virgen y a todos los mártires, la Dedicatio Sanctae Mariae ad Martyres.
En el siglo VIII, con Gregorio III, la fecha del aniversario se trasladó al 1 de noviembre, aniversario de la consagración de las reliquias "de los santos apóstoles y de todos los santos, mártires y confesores, y de todos los justos hechos perfectos que descansan en paz en todo el mundo" en una capilla de San Pedro en el Vaticano. La fecha se fija así en el presente, convirtiéndose de precepto con el rey Luis el Pío en 835, a instancias del Papa Gregorio IV.
El vínculo entre la Fiesta de los Santos y la Conmemoración de los Muertos
No parece casual que la fiesta de Todos los Santos preceda un día a la fiesta de los muertos y la razón es explicada por el Papa Benedicto emérito: "Por esta razón es muy significativo y apropiado que después de la fiesta de Todos los Santos, la Liturgia nos haga celebrar mañana la Conmemoración de todos los fieles que han muerto. La "comunión de los santos", que profesamos en el Credo, es una realidad que se construye aquí abajo, pero que se manifestará plenamente cuando veamos a Dios "tal como es". (1Jv 3.2). Es la realidad de una familia unida por profundos lazos de solidaridad espiritual, que une a los fieles fallecidos con los peregrinos del mundo. Un vínculo misterioso pero real, alimentado por la oración y la participación en el sacramento de la Eucaristía. En el Cuerpo Místico de Cristo las almas de los fieles se encuentran superando la barrera de la muerte, rezan unos por otros, realizan en la caridad un intercambio íntimo de dones" (Ángelus 1 de noviembre de 2005).
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