La voz de las víctimas de abusos
Ewa Kusz
¿Qué cosa dicen, qué cosa esperan de la Iglesia y de las "personas de la Iglesia" quienes han sido heridos en la Iglesia? Es difícil dar una respuesta única, porque cada víctima de abusos es diferente, tiene una historia de vida distinta, tanto antes como después del trauma. Algunos hablan de ello inmediatamente, otros después de unos años o incluso muchos años después. Algunos han conocido a alguien que les ha ayudado en su camino, otros han estado completamente solos con su sufrimiento.
Los heridos hablan: algunos reclaman en voz alta su derecho a hablar, a ser escuchados, otros hablan avergonzados en la tranquilidad de un consultorio psicoterapéutico, o confían sólo en sus seres queridos. Algunos gritan, otros hablan en silencio. El texto que propongo aquí es un intento de recoger las voces de las personas a las que he acompañado y preguntado por sus expectativas sobre la Iglesia.
En primer lugar: reconocer que existen
La primera necesidad de una persona herida es simplemente ser reconocida y acogida en su ser, y que tiene derecho a existir, con todo su sufrimiento, su dolor, sus heridas. El sacerdote, como representante de la Iglesia, presentándose no pocas veces como "representante de Dios", ha visto a sus víctimas como objetos de los que usar y abusar, destruyendo así su dignidad como seres humanos justificando, sin embargo, más de una vez, sus acciones con razones religiosas, o afirmando que era la voluntad de Dios.
La violencia que ejercía así, tanto física como psicológica, golpeaba el fundamento mismo de la existencia de la persona, destruyendo su dignidad de "hijo de Dios", destruyendo la experiencia de Dios-Amor en aquellos de los que abusaba, y destruyendo en ellos la experiencia de la Iglesia como comunidad, pues era allí donde se materializaba la violencia sin que nadie la impidiera ni reaccionara ante ella. Por lo tanto, las víctimas esperan que la Iglesia, en la que se produjeron los abusos, los reconozca no como un pecado cometido por un pecador que debe ser perdonado, sino como un acto criminal del que los perjudicados son víctimas.
Las víctimas de abusos esperan ante todo ser escuchadas, en su dolor, en su rabia, en su impotencia. A veces se avergüenzan y se preguntan constantemente si no tienen la culpa. A veces haciendo acusaciones agresivas. Si deciden venir, esperan ser recibidos con cuidado y preocupación, como personas que hablan de una herida no sólo a ellos mismos sino a toda la comunidad de la Iglesia. No quieren ser tratados como alborotadores que perturban la "santa paz", como intrusos o incluso como quienes actúan contra la Iglesia. Las personas heridas no sólo esperan ser recibidas "correctamente", según todas las reglas formales, ya que cuando vienen, vienen a la Iglesia como Comunidad, y no a una institución eclesiástica que funciona en modo correcto.
Las víctimas quieren tener el derecho de expresar, en la medida de sus posibilidades, su dolor y sufrimiento, a veces ocultos durante años. No quieren instrucciones, quieren ser acogidos.
Las víctimas esperan que se haga justicia: quieren que se les diga claramente quién cometió el abuso y quién fue abusado. Y quieren que lo escuchen también quienes defienden al sacerdote acusado, a su abusador, no pocas veces culpando a las víctimas, porque nadie les dijo la verdad, porque se optó por el silencio, a veces por un sentimiento de impotencia, a veces por un deseo mal entendido de "defender" a la Iglesia, como si la verdad sobre el acto criminal, sobre el daño infligido, debiera minar la "fe de los pequeños". Los perjudicados esperan un castigo justo para quienes han abusado de ellos, para que esto se convierta en una oportunidad para que cambien, para que se conviertan. Las víctimas quieren ser sujetos del proceso canónico en el que se juzga al maltratador. Hoy en día es el sacerdote acusado el que tiene más derechos, que se le niegan a la víctima, y esto le sigue convirtiendo en una persona sin importancia, tratada como si el asunto no le concerniera.
El que ha sido herido en la Iglesia quiere tener el derecho de elegir si quedarse en la Iglesia o abandonarla. Quiere elegir su propio camino. No necesita que le instruyan sobre cómo debe ser su relación con Dios: eso lo hizo el maltratador. La víctima espera que se respeten sus decisiones. Experimentar la aceptación, la comprensión, el respeto y escuchar claramente quién es el agresor y quién es la víctima ayuda a sanar, especialmente cuando el que lo hace es también el superior eclesiástico.
Segundo: respetar el tiempo de "curación"
Los heridos quieren curarse. Para ello, necesitan tiempo y ayuda. No quieren que se les diga o que se les imponga quién debe ayudarles. Quieren elegir por sí mismos. Si necesitan dinero para pagar al terapeuta o al abogado... también quieren tener derecho a ser ayudados de esta manera.
Los que permanecen en la Iglesia se preguntan si encontrarán allí sacerdotes dispuestos a acompañarles también en el camino de la curación espiritual, y si las personas que encuentran no podrán volver a hacerles daño. Quizás ya no abusando sexualmente de ellos, sino imponiendo su propia espiritualidad, su propia religiosidad, enviándolos a un exorcista u ¿obligándolos a perdonar? No quieren que otro sacerdote les imponga cosas, porque eso es lo que han vivido del abusador, que con todo lo que hacía y decía les había implantado una imagen distorsionada de Dios, de la espiritualidad, de la religión y de la Iglesia. No quieren que otros lo repitan con el pretexto de hacer el bien y ayudarles. Necesitan tiempo para curar sus heridas.
Las víctimas necesitan a otra persona que les ayude a experimentar relaciones que no hagan daño. El sacerdote que abusó de ellos se aprovechó de su confianza, de su vulnerabilidad, de su apertura al otro. Ahora tratan a este "otro" con desconfianza. La Iglesia ha sido el lugar donde se les ha infligido el mal, por lo que ahora se preguntan si también puede ofrecerles un espacio para sanar. Si hay un lugar para ellos en la Iglesia. Y son especialmente sensibles a una actitud insincera, desconfiada, o incluso a la incertidumbre sobre qué hacer con ellos, cómo tratarlos, qué lugar darles en la Iglesia para que no se conviertan en un "escándalo" para los demás. Quieren una Iglesia que sea madre, y no sólo maestra. Quieren una Iglesia en la que tengan derecho a estar y curarse en sus ritmos.
Los heridos esperan que la comunidad de la que el abusador era párroco también sea ayudada, ya que también es una "víctima" herida por el acto criminal cometido por ese sacerdote.
Las víctimas heridas en la Iglesia, en proceso de curación, no quieren tener que contar otra vez el mal que han sufrido para "dar testimonio", porque esto, para ellos, es como volver al "infierno". Hay un momento, a menudo después de largos años, en el que sienten la necesidad de "desahogarse" y contarlo todo, pero luego llega otro momento en el que no quieren volver a hacerlo, precisamente para sanar. No para olvidar, porque es imposible olvidar, sino para seguir adelante y no quedarse quieto.
Tercero: aprender de sus experiencias
Las víctimas que están en una fase de progreso son personas que ya han recorrido un largo camino hacia la recuperación y son capaces de mirar su propia experiencia desde una cierta distancia. Saben identificar los errores y debilidades que hacen que los sacerdotes abusen de los menores y de las personas vulnerables aún hoy. Pueden señalar las lagunas en la formación sacerdotal, en las relaciones entre sacerdotes, que les llevan a buscar "pareja" entre los menores. Pueden decirnos qué es lo que, en la cultura de la Iglesia y en su dimensión estructural, fomenta el abuso de los demás. Pueden sugerir las mejores formas de ayudar a las víctimas e identificar los errores que la Iglesia sigue cometiendo al ayudarlas. Por último, pueden decirnos cómo podemos ayudar a construir juntos una Iglesia más "humana" y no sólo institucional. Pueden proponer cómo, en la Iglesia, se puede hablar a los heridos de Dios que ha sido testigo del trauma que vivieron. Lo que conocen es el fruto de su experiencia: la experiencia del mal que han sufrido, pero también de un largo camino de curación. Por tanto, pueden indicarnos el camino que lleva a la curación, porque ya lo han recorrido, y ahora saben todo lo que antes ignoraban.
Como Iglesia, ¿los escucharemos?
He tratado de plasmar lo que me han confiado como expectativa personas que han sido heridas en la Iglesia y que ahora están pasando por diversas etapas de "curación". Cada una de ellas me ha indicado más de un aspecto que consideraba importante. Probablemente, hablando con otras personas, la lista podría ser aún más larga. Acompañando desde hace años, a víctimas, ya sea de sacerdotes o de otras personas, he llegado a la convicción de que -para que sus voces sean efectivamente "escuchadas"- es necesaria una profunda transformación de la Iglesia, que no pocas veces toma la forma de una institución religiosa funcional en la actualidad. Sin embargo, en una Iglesia que sólo se vive como "institución", probablemente se podrán recibir adecuadamente las denuncias de abusos sexuales, y habrá buenos códigos de conducta hacia los menores, pero no se podrá responder plenamente al clamor de las víctimas, ni habrá una verdadera preocupación por que nadie sea dañado de ninguna manera, no sólo por los clérigos. Renunciando a una cierta cultura del "poder", a una cultura de la gestión formalmente correcta, debemos mostrar una imagen de Dios que es Amor, que es ternura, y de una Iglesia que acoge y abraza. Deberíamos preguntarnos si la voz de los que han sido heridos, abandonados, etc., no es una voz profética que puede ayudarnos en nuestra conversión.
Biografía: La Dra. Ewa Kusz trabaja como psicoterapeuta en una consulta de psicología y es miembro de la Asociación de Psiquiatras Polacos, y fue presidenta de la rama de Katowice de la Asociación de Psiquiatras Católicos. Fue auditora en las XII y XIII Sesiones Plenarias del Sínodo de los Obispos en Roma. En 2012, participó en el Simposio del Vaticano "Hacia la curación y la renovación" para representantes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo sobre el tema de los abusos sexuales a menores. Fue cofundadora del Centro de Protección de la Infancia en la Academia Ignaciana de Cracovia, donde ha sido subdirectora a cargo de los programas de estudio desde 2014. Fue miembro del comité que organizó la primera conferencia internacional en Polonia dedicada al tema de los abusos sexuales a menores en la Iglesia Católica (2014).
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