Sandri: Homilía por el bicentenario de la Independencia de México
Vatican News
El Cardenal Leonardo Sandri, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, Enviado Especial del Santo Padre para las celebraciones del bicentenario de la Independencia de México, pronunció su homilía, ayer, domingo 26 de septiembre, con motivo de las celebraciones del bicentenario de la Independencia de México.
El Purpurado llegó a la Ciudad de México el sábado 25 de septiembre. Allí lo recibió el Nuncio Apostólico, S.E. Mons. Franco Coppola, además de los miembros del Consejero, Monseñor Roberto Lucchini y el Secretario, el Padre Ante Vidovic.
Tras un periodo de descanso en la Nunciatura, el Cardenal Sandri mantuvo una conversación telefónica para saludar al Presidente de la Conferencia Episcopal de México, y después la delegación se dirigió a un momento privado de oración en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Por la mañana del domingo 26 de septiembre, el Cardenal Sandri presidió la solemne celebración capitular, concelebrada por el Nuncio Apostólico y los canónigos del Santuario, y pronunció la Homilía.
Cabe destacar que ayer por la tarde estaba prevista una reunión con el Arzobispo de Ciudad de México, el Cardenal Carlos Aguilar Retes. Mientras las celebraciones y reuniones continuarán hoy y mañana.
Homilía del Cardenal Leonardo Sandri
En su homilía el Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, dirigiéndose a los hermanos y hermanas en el Señor, comenzó recordando que el domingo, Pascua de la semana, “celebramos la Eucaristía, culminación de la vida cristiana” Y dijo que el Señor los reunía para escuchar su Palabra y alimentarse de su Cuerpo y Sangre, mientras la Virgen María, “bajo cuya mirada estamos aquí reunidos”, los invitaba a “no perder la oportunidad de encontrarnos con su Hijo”.
Tras recordar el Evangelio de la semana pasada, el Cardenal Sandri destacó que en esta oportunidad “es claro que Jesús nos ofrece otras dos indicaciones: en primer lugar, la alabanza de quien recibe y acoge la presencia de Cristo en sus enviados a través de la ofrenda de un simple vaso de agua, demuestra que él no se coloca en el centro, le otorga su lugar a otro, dándole algo propio. Por otro lado, nos presenta una llamada a la totalidad, a la radicalidad de nuestra llamada: las manos, los ojos y los pies pueden ser motivo de escándalo, es decir, un tropiezo o un obstáculo cuando, en lugar de ser instrumentos para relacionarnos con los demás y con el mundo haciendo que todo gire alrededor de nosotros mismos. La mano para estrechar, tomar y sostener, apoyar y acompañar, los ojos para admirar y observar a las personas y a las cosas que están fuera de nosotros, los pies para permanecer erguidos y recorrer los caminos de nuestra peregrinación terrena”.
El misterio de María
También afirmó que “si miramos el misterio de María, Virgen y Madre, reconocemos en ella la dimensión del verdadero discípulo”, puesto que “toda su existencia fue en referencia a otro: el Verbo hecho carne por obra del Espíritu Santo en su seno”. De manera que “el único nombre era el de Su Hijo, Jesús, que significa Dios Salva, Emmanuel, el Dios-con-nosotros”. Y añadió que “permaneciendo así, fija en Dios, Nuestra Señora continuó esta misma misión hacia todos los hijos que le confió Jesús en la Cruz”.
La Virgen del Tepeyac
Además, el Purpurado afirmó que “hasta el día de hoy y en esta misma celebración”, María sigue velando por todos. Mientras de las apariciones extraordinarias, sus modalidades y su contenido, explicó que “constituyen una escuela de evangelización para los discípulos de Jesús”.
Las manos de Juan Diego
El Cardenal Sandri aludió asimismo a las manos de Juan Diego que “recogen las flores y las guardan en la tilma”, caminando sin cesar por los senderos de esta zona para llevar el anuncio del prodigio del que fue destinatario.
Tras referirse a la desconfianza e incredulidad inicial del obispo Zumárraga y sus colaboradores, el Enviado Especial del Papa explicó que “el Señor continuó catequizando a sus discípulos, enseñándoles la verdad”, como lo había hecho en el episodio que se describía en el Evangelio del día.
Hacia el final de su homilía el Cardenal Sandri dijo: “Vuelvo aquí, con emoción oh Madre, Virgen de Guadalupe, con corazón de hijo, después de haber sido Nuncio Apostólico en el año 2000 y haber acompañado al Papa San Juan Pablo II quien en 2002 quiso presidir la canonización de san Juan Diego”.
Después de afirmar que “todos necesitamos escucharte decir, oh Madre, en los desiertos y en dolores de la historia, en el mundo desgarrado por la pandemia y marcado por las guerras, la violencia y los abusos: No temas, ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?”, el Purpurado agregó:
Y concluyó manifestando su deseo de que las celebraciones del bicentenario de la independencia de México estén bajo su mirada, “porque como dijo el apóstol Santiago en la segunda lectura, ningún hombre ni nación pisotee los derechos de los demás, especialmente de los pobres y oprimidos”.
Y ninguna nación confunda la idea de una presunta libertad humana como forma para liberarse de la dulce presencia de Dios y de su anuncio en la sociedad, como nos enseñaron san Joselito Sánchez del Río y los mártires cristeros quienes murieron con tu nombre en sus labios, Señora Nuestra de Guadalupe. Ruega a tu Hijo por nosotros y permite que nuestro corazón lleve siempre tu imagen y la de Cristo. Amén. ¡Viva la Virgen de Guadalupe, Viva Cristo Rey y Viva México!
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