Sandri, concluido el viaje a Siria: aún se necesitan nuevos samaritanos
Benedetta Capelli - Ciudad del Vaticano
La cercanía del Papa a la "amada y martirizada" Siria fue la estrella que guió el viaje del cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. A su regreso ayer al Vaticano, el cardenal trajo consigo la desesperación de un país agobiado por un conflicto de décadas, pero también muchos gérmenes de esperanza como la gran labor de las asociaciones caritativas vinculadas a la Iglesia, el compromiso con los jóvenes para darles una perspectiva, el diálogo entre las distintas confesiones y el redescubrimiento de la verdadera fe cristiana porque, como afirmó un consagrado encontrado en Alepo, "la guerra nos ha convertido de alguna manera".
Durante la visita del cardenal Sandri, que comenzó el 25 de octubre, se visitaron varias ciudades de Siria: de Damasco a Tarours, de Homs a Alepo con momentos importantes como la visita a la tumba del jesuita holandés Frans Van Der Lugt, asesinado en 2014, o la parada en el monasterio de Mar Mousa, la "casa" del padre Paolo Dall'Oglio, desaparecido en Raqqa en julio de 2013.
La encomendación de Siria
El último día, el 2 de noviembre, durante la Conmemoración de los Fieles Difuntos, el cardenal recordó desde Alepo "a todas las víctimas de la guerra en Siria y a los benefactores que han hecho posible derramar una gota de bálsamo de consuelo y curación, tanto interior como exterior, sobre el pueblo herido". El cardenal Sandri fue acogido calurosamente por los huéspedes del hogar de ancianos y discapacitados de las hermanas Madre Teresa donde recibió como regalo, durante su visita a la comunidad católica armenia, "un crucifijo hecho con la madera de la bóveda de la iglesia que se había derrumbado durante los bombardeos, con la esperanza de que la madera se convierta en el tronco de Jesé, del que brotará la semilla de la esperanza y la nueva vida para Siria". A continuación, en la catedral caldea, la oración común con monseñor Antoine Audo, obispo de Alepo y presidente de Cáritas Siria, para confiar Siria al Señor.
Recordando al Padre Paolo Dall'Oglio
Tras abandonar Alepo, la delegación vaticana se trasladó a Deir Mar Mousa, el monasterio fundado por el padre Paolo Dall'Oglio, una comunidad que sigue viva tras su secuestro. Aquí, durante la oración, en italiano y árabe, el pensamiento se dirigió al jesuita desaparecido en 2014, encomendándole al Señor, "dondequiera que esté, en el cielo o en la tierra". Esta etapa fue también una oportunidad para que "la lámpara alimentada por la experiencia espiritual de los monjes y monjas de Mar Mousa siga brillando".
Dentro de los signos de devastación
La siguiente parada fue Tabroud y Maloula, sede del monasterio greco-ortodoxo de Santa Tecla, un pequeño pueblo totalmente cristiano donde aún se habla arameo, la lengua de Jesús, martirizado por la ocupación de las milicias radicales islámicas en años pasados y sucesivamente liberado. Un viaje dentro de la devastación y la importante reconstrucción de iconos y mobiliario. Incluso en la parroquia melquita de San Jorge se vieron los signos de la destrucción, hay una especie de galería "museo" de todos los iconos con cicatrices, profanados con actos sacrílegos, rotos y ruinas varias: puestos allí con el deseo de repararlos, pero también como "catequesis" para no incitar al odio o a la venganza. Por último, el traslado al antiguo monasterio de los Santos Sergio y Baco, que fue parcialmente destruido. El regreso a Damasco marcó el final del viaje, que comenzó con la invitación a ir "por el camino recto", como el Señor le dice a Ananías para que busque al nuevo discípulo y apóstol Saulo, que se convirtió en Pablo. "Un camino que los acontecimientos del pasado reciente de Siria han desfigurado, ya no recto, sino marcado por las cruces de los discípulos de Jesús y sus hermanos de humanidad". Para el cardenal Sandri, "todavía hay necesidad de nuevos samaritanos que se acerquen, derramando sobre las heridas de los corazones y de los cuerpos el aceite de la consolación y el vino de una nueva alegría", también está la certeza de un amanecer después de "una noche oscura pero salpicada de las muchas antorchas de la caridad que ya anuncia la certeza de que el Señor está ahí y no duerme en la barca ante el grito de los discípulos".
Un pueblo que tiene derecho a vivir
El día anterior, 1 de noviembre, el cardenal se reunió con todas las organizaciones que trabajan en Alepo. Lo que más le llamó la atención fue la situación de los jóvenes, con "un fuerte aumento del consumo de drogas y alcohol, la extensión de la prostitución, todos los indicios de crecer sin esperanza, confiando en fuegos fatuos o buscando recursos económicos, tirando la vida por la borda". Sandri pudo comprobar la gran labor que realizan los Salesianos en el Oratorio, que ofrece actividades que apoyan el desarrollo de muchos jóvenes. También fue importante el encuentro con los religiosos, a quienes el prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales agradeció en nombre del Papa. "Estamos en el centro de la catástrofe humana y humanitaria de Siria, pero ustedes han permanecido fieles con su testimonio en los distintos ámbitos, un ejemplo para toda la Iglesia católica que se arrodilla ante ustedes". En su abrazo a las organizaciones caritativas locales, el cardenal Sandri indicó dos puntos: evangelizar en la caridad, sin hacer proselitismo, y saber que somos "administradores de un bien que no es nuestro", invitando así a la claridad en la formulación de los proyectos y a la transparencia en la contabilidad.
El testimonio de una religiosa del Hospital St. Louis fue conmovedor, al relatar la caída de bombas, los disparos, las amenazas a los médicos. "La larga guerra ha marcado nuestras vidas. La gracia de Dios", explicó, "ha transformado nuestro sufrimiento en una oportunidad de crecimiento humano y espiritual. Ha fortalecido nuestra fe y nuestros lazos en la comunidad. Hemos sentido el sufrimiento de la gente y hemos aprendido a vivir de lo esencial. Hemos experimentado que la Providencia nunca abandona, y lo hemos sentido en los momentos más críticos. Nuestro hospital permaneció abierto día y noche para recibir a los heridos sin distinción de frente o religión". De ahí el llamamiento a la acción porque vivimos "en una condición límite: ¡ni guerra ni paz!" y para sacudir la conciencia de las autoridades del país y no sólo. Un pueblo no puede ser castigado", concluyó, "tenemos derecho a vivir.
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