Ayuso: todos estamos llamados a ser "artesanos de la paz"
Isabella Piro - Ciudad del Vaticano
El tema de la fraternidad en un contexto bélico como el actual, marcado por la dramática actualidad del conflicto ruso-ucraniano, fue el leitmotiv del discurso del cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso para el Dies academicus de la Facultad de Teología Triveneto. El cardenal debía participar hoy en la inauguración del nuevo año de la institución en Padua, pero tuvo que retirarse por motivos personales. Sin embargo, se leyó su amplia reflexión sobre las religiones al servicio de la fraternidad universal en el contexto europeo, a partir de la encíclica Fratelli tutti del Papa Francisco. En la ceremonia estuvieron presentes, entre otros, el Gran Canciller de la Facultad, el Patriarca de Venecia, Francesco Moraglia, y el Obispo de Padua, Claudio Cipolla. Hoy, más que nunca, es importante promover el diálogo interreligioso, dice el purpurado, desarrollándolo "en la línea de la fraternidad y la amistad social", porque es la única manera de "responder a la llamada del Papa Francisco de ser todos artesanos de la paz".
¿Cuál es entonces el papel de las religiones en este escenario? En primer lugar, explica el texto, tienen la tarea de "conocerse en el diálogo, de enriquecerse mutuamente y de razonar sobre lo que une, y no sobre lo que divide, y sobre la colaboración con vistas al bien de las sociedades en las que vivimos". En esencia, se trata de poner en práctica la enseñanza del Pontífice de "construir puentes y no muros", de mirar al prójimo con misericordia, de tener compasión por los pobres, de trabajar juntos para salvaguardar la Creación. De este modo, podemos contribuir al bien común, luchando contra la injusticia, condenando la violencia y construyendo tanto la convivencia civil como una sociedad inclusiva. "El diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo".
En este contexto, se subraya que "las religiones tienen el derecho y el deber de intervenir en el diálogo social y el debate público" y que, por ello, "es necesario afirmar que la libertad religiosa es un derecho fundamental y que todas las religiones deben poder expresar públicamente su punto de vista sobre las cuestiones sociales". De hecho, los valores de los que da testimonio un creyente, a saber, la rectitud, el amor al bien común, la preocupación por los demás y la misericordia, son elementos compartidos por varias religiones. Precisamente por ello, "en el mundo actual, trágicamente marcado por el olvido de Dios o el abuso de su nombre, las personas pertenecientes a diferentes religiones están llamadas, con un compromiso de solidaridad, a defender y promover la paz y la justicia, la dignidad humana y la protección del medio ambiente", poniendo a disposición de todos "aquellos valores profundos y convicciones comunes sobre el carácter sagrado e inviolable de la vida y de la persona humana".
Todo ello, sin embargo, sólo será posible sobre la base de dos principios fundamentales: el primero es la necesidad de reflexionar sobre la propia identidad, "sin la cual no puede haber un auténtico diálogo interreligioso". El segundo punto está representado por las raíces comunes de la humanidad, porque "Dios es el Creador de todo y de todos, por lo tanto, somos miembros de una única familia y como tal debemos reconocernos", para "pasar de la mera tolerancia a la convivencia fraterna".
En cuanto a Europa, se recordó que tiene una larga tradición de convivencia entre varias religiones y sociedades multiculturales, marcadas por el pluralismo religioso. Hoy en día, el Viejo Continente necesita "un plus de diálogo interreligioso y de colaboración entre los creyentes y las personas de buena voluntad", para que problemas como la cuestión migratoria, la crisis económica, el envejecimiento de la población y la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19 puedan ser abordados de forma fraternal y solidaria. El frecuente levantamiento de muros, así como la aparición de partidos populistas, de hecho, "no son el resultado del desacuerdo entre las diferentes tradiciones religiosas, sino de la falta de fraternidad". Lo que se necesita, por tanto, es "una Europa unida, en paz y solidaria, que no especule con los conflictos sociales y las divisiones políticas, que no practique la incultura del miedo y la xenofobia, sino que construya una cultura de la fraternidad y la solidaridad para un nuevo desarrollo de la promoción humana".
En su discurso, el presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso rindió también homenaje a dos personalidades recientemente fallecidas: el arzobispo Aldo Giordano, nuncio apostólico en la Unión Europea, fallecido de Covid-19 en diciembre de 2021, y David Maria Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, fallecido el pasado 11 de enero. Ambos fueron recordados como "personas de fe, partidarios del diálogo ecuménico e interreligioso, convencidos de la necesidad de construir puentes de fraternidad". A partir de su ejemplo, se comprende la importancia del testimonio religioso "en un contexto secularizado" como el europeo. En efecto, los creyentes "están llamados a contribuir concretamente al bien común, a la auténtica solidaridad, a la superación de las crisis, al diálogo interreligioso, y deben participar en el diálogo público en las sociedades de las que son miembros".
En este contexto se destacaron cuatro retos: el primero es salir de uno mismo para conocer al otro, incluidos los que son diferentes en lengua, cultura, color y religión. "No se trata de imponer sino de proponer, y eso es lo que hacemos con el diálogo interreligioso y el diálogo ecuménico. Demostremos que es posible vivir la diferencia en fraternidad y podremos pasar, poco a poco, del miedo al otro al miedo por el otro", garantizando "una paz sólida y duradera", es la esperanza. El segundo reto es "dar un rostro concreto a la acogida y la solidaridad", viviendo en la práctica el servicio a los más desfavorecidos. Un ejemplo de ello ha sido la experiencia ecuménica lanzada por la Comunidad de Sant'Egidio junto con la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia, a la que recientemente se ha unido la Unión Budista Italiana, en los corredores humanitarios.
El tercer reto es "pasar de la solidaridad a la fraternidad": la primera busca igualar a las personas, salvar las desigualdades, mientras que la segunda "sanciona el derecho a crecer como personas diferentes, combinado con el deber de poner esta diversidad al servicio del bien común". Por último, el cuarto reto es el diálogo entre religiones al servicio de la paz. "Tal vez, por primera vez en la historia, las comunidades religiosas deben considerar la responsabilidad común de la paz entre los pueblos. No en la uniformidad de los credos. Pero en su tensión común de fraternidad".
En este momento histórico, las "armas" que necesita Europa son "la cultura del diálogo y del encuentro", para crear "coaliciones" culturales, educativas, filosóficas y religiosas capaces de "poner de manifiesto que detrás de muchos conflictos suele estar el poder de los grupos económicos" y capaces de "defender a los pueblos de ser utilizados con fines indebidos". Precisamente en esta perspectiva se recuerda la necesidad de formular "una 'teología del diálogo' en la formación de los agentes de pastoral", para construir junto con todas las instancias de la sociedad "una 'cultura del diálogo', en la que todas las personas, sea cual sea la religión a la que pertenezcan, se consideren un sujeto con el que relacionarse y escucharse", fuertes en su propia religión, pero también abiertos a acoger al otro en su "irreductible diversidad". Por tanto, todos están llamados a convertirse en "artesanos de la paz", porque "nadie se salva solo". Y porque, como dijo Vinicius de Moraes, citado por el Papa Francisco en Fratelli tutti, "la vida, amigo mío, es el arte del encuentro".
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