Tercera predicación de Cuaresma: Comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo
Renato Martinez - Ciudad del Vaticano
“La Eucaristía que recibe el Obispo o el Papa es exactamente la misma que la Eucaristía que recibe el último de los bautizados. La comunión Eucarística es la proclamación sacramental de que en la Iglesia la koinonia precede y es más importante que la jerarquía”, lo dijo el Cardenal Raniero Cantalamessa, Ofm. Cap., Predicador de la Casa Pontificia, en la Tercera predicación de Cuaresma para el Papa y los miembros de la Curia Romana, la mañana de este viernes, 25 de marzo de 2022, en el Aula Pablo VI del Vaticano.
En la Iglesia la koinonia precede a la jerarquía
Al iniciar su reflexión, el Cardenal Cantalamessa recordó que, en esta catequesis mistagógica sobre la Eucaristía hemos llegado al tercer momento, el de la Comunión. “Dentro de la Misa, la Comunión es el momento que mejor pone de relieve la unidad fundamental de todos los miembros del Pueblo de Dios. Hasta ese momento, prevalece la distinción de los ministerios: en la liturgia de la Palabra, la distinción entre la Iglesia docente y la Iglesia discente; en la consagración, la distinción entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio universal. En la comunión, ninguna distinción. La Eucaristía que recibe el Obispo o el Papa es exactamente la misma que la Eucaristía que recibe el último de los bautizados. La comunión Eucarística es la proclamación sacramental de que en la Iglesia la koinonia precede y es más importante que la jerarquía.
Dimensión vertical y horizontal de la Comunión
Esta Tercera predicación de Cuaresma tuvo como texto de inspiración el pasaje de San Pablo a los Corintios (1 Cor 10,16-17), en el cual la palabra «cuerpo» aparece dos veces en los dos versículos, pero con un significado diferente. En el primer caso («el pan que partimos ¿no es la comunión con el cuerpo de Cristo?»), cuerpo indica el cuerpo real de Cristo, nacido de María, muerto y resucitado; en el segundo caso («somos un solo cuerpo»), el cuerpo indica el cuerpo místico, la Iglesia. No se podía decir de manera más clara y más sintética que la comunión Eucarística es siempre comunión con Dios y comunión con los hermanos; que hay en ella una dimensión, por así decirlo, vertical y una dimensión horizontal.
La comunión Eucarística con Cristo
Al referirse a la primera dimensión de la Comunión, es decir, a la comunión con Dios, el religioso capuchino dijo que, “quien come el cuerpo de Cristo vive «de» él, es decir, a causa de él, en virtud de la vida que proviene de él, y vive «de cara a» él, es decir, para su gloria, su amor, su Reino”. Así como Jesús vive por el Padre y para el Padre, así, al comulgar en el santo misterio de su cuerpo y de su sangre, vivimos de Jesús y para Jesús. En la Eucaristía, por lo tanto, no sólo hay comunión entre Cristo y nosotros, sino también asimilación; la comunión no es sólo la unión de dos cuerpos, de dos mentes, de dos voluntades, sino que es la asimilación del único cuerpo, de la única mente y de la voluntad de Cristo.
Del dar hay que pasar, en la comunión, al recibir
Para explicar este misterio de comunión con Dios, el Predicador de la Casa Pontificia usó la imagen de la boda. “El cuerpo de la novia pertenece al esposo; pero también el cuerpo del esposo pertenece a la esposa. Del dar hay que pasar inmediatamente, en la comunión, al recibir”. ¡Recibir nada menos que la santidad de Cristo! ¿Dónde se llevará a cabo concretamente en la vida del creyente ese «maravilloso intercambio» (admirabile commercium), de la que habla la liturgia, si no se lleva a cabo en el momento de la comunión? Sólo necesitamos recordar una cosa: ¡nosotros pertenecemos a Cristo por derecho, él nos pertenece por gracia! Es un descubrimiento capaz de dar alas a nuestra vida espiritual. Este es el golpe de audacia de la fe y debemos orar a Dios para que no permita que muramos antes de haberlo realizado.
La Eucaristía, comunión con la Trinidad
Reflexionar sobre la Eucaristía, recuerda el Cardenal Cantalamessa, es como ver abiertos de par en par frente a nosotros, a medida que avanzamos, horizontes cada vez más amplios que se abren unos a otros, que se pierden de vista. El horizonte cristológico de la comunión que hemos contemplado hasta ahora se abre a un horizonte trinitario. En otras palabras, a través de la comunión con Cristo entramos en comunión con toda la Trinidad. La razón última de esto es que Padre, Hijo y Espíritu Santo son una naturaleza divina única e inseparable, son «una sola cosa». Lo que se dice acerca del Padre también se aplica al Espíritu Santo. En el sacramento se repite cada vez (quotiescunque) lo que sucedió solo una vez (semel) en la historia. Del mismo modo, en la Eucaristía, en el momento de la consagración es el Espíritu Santo quien nos da a Jesús (¡es por la acción del Espíritu como el pan se transforma en el cuerpo de Cristo!), en el momento de la comunión es Cristo quien, al entrar en nosotros, nos da el Espíritu Santo.
La comunión de uno con el otro
Comentando la segunda dimensión de la comunión, la que se refiere a la comunión con el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el Predicador de la Casa Pontificia afirmó que, la palabra de Cristo viene inmediatamente a nuestro encuentro: «Si, por lo tanto, presentas tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve a ofrecer tu don» (Mt 5,23-24). Si vas a recibir la comunión, pero has ofendido a un hermano y no te has reconciliado, albergas resentimiento, te pareces —decía también san Agustín al pueblo— a una persona que ve llegar a un amigo que no ha visto hace años. Corre a su encuentro, se levanta sobre la punta de los pies para besarlo en la frente... Pero al hacer esto no se da cuenta de que está pisando sus pies con zapatos con púas. Los hermanos y hermanas son los pies de Jesús que todavía camina por la tierra.
Comunión con los pobres
Un aspecto importante de esta dimensión de la comunión con los hermanos es ña que se refiere a los pobres, los afligidos y los marginados. El que dijo del pan: «Esto es mi cuerpo», también lo dijo del pobre. Lo dijo cuando, hablando de lo que hizo por el hambriento, el sediento, el prisionero y el desnudo, declaró solemnemente: «¡A mí me lo hicisteis!». Esto es como decir: «Yo era el hambriento, yo era el sediento, yo era el extranjero, el enfermo, el prisionero» (cf. Mt 25,35ss.). He recordado en otras ocasiones el momento en que esta verdad casi explotó dentro de mí. Estaba en una misión en un país muy pobre. La preocupación por compartir lo que tenemos con los necesitados, cercanos y lejanos, debe ser parte integral de nuestra vida eucarística. Compartir no significa simplemente «dar algo»: pan, ropa, hospitalidad; también significa visitar a alguien: un prisionero, una persona enferma, un anciano solo. No es solo dar el propio dinero, sino también el propio tiempo. El pobre y el que sufre necesitan solidaridad y amor, no menos que pan y ropa, sobre todo en este tiempo de aislamiento impuesto por la pandemia.
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