Czerny: el dominio del hombre sobre el hombre crea el infierno
Antonella Palermo - Ciudad del Vaticano
Uno puede morir de esperanza, o en la esperanza. Una sola preposición cambia completamente la perspectiva. Recordando los nombres de los que, de nuevo este año, en el Mediterráneo perdieron sus vidas y sus sueños de libertad a causa de las desigualdades, los conflictos y la indiferencia, la preocupación del cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral se levantó en tono fuerte durante la vigilia de oración que presidió "Morir de esperanza", que tuvo lugar esta noche -organizada por la Comunidad de Sant'Egidio y otras organizaciones- en la basílica romana de Santa María in Trastevere, con motivo del Día Mundial del Refugiado. En su homilía, el cardenal describió, por un lado, el poder del Señor y, por otro, el poder ejercido por el hombre que, si pierde de vista su relación con el Padre, si está "dividido de su creador, ya no se reconoce llamado a custodiar y proteger la fraternidad y la creación".
Sin la relación con Dios, el poder aprisiona
Czerny subraya el riesgo de un poder -tal y como está configurado hoy- "que nos desgasta y agota: lleva a la cima y se opone, separa, oprime, y luego nos hace caer". Y llega a decir que "crea un infierno para quien lo sufre, pero también aísla, vacía, encarcela a quien lo sostiene". Los rasgos humanos desaparecen -cada uno de nosotros es un niño- y aparece la bestia, el monstruo, el demonio". Pero -señala el cardenal- juzgarnos será otro poder, invertido, cuya dinámica destaca: "No domina, sino que desciende, y desde abajo levanta, crea, exalta todo lo que está oculto o todavía pequeño y confuso. Nada es más humano, nada es tan auténticamente vital". Este poder es "una fuerza que no oprime": haberlo conocido en Cristo resucitado -observa- cuestiona el tipo de actitud que mantenemos: ¿lo preferimos a él o a la mentira?
Incluso si se descarta, nada está terminado
"Jesús no es todo y lo contrario de todo, no considera que todo y toda palabra sea buena, sino que tiene una identidad, abre un camino nuevo, hace sitio a las cosas de siempre, pero las hace como nunca las hemos visto": este es otro pasaje significativo de la homilía de Czerny, que recuerda cómo Jesús rechazó el título de rey, impidió que los demonios lo presentaran como el Hijo de Dios. De ahí la invitación a los cristianos a seguir a Cristo asumiendo su propia cruz sin dejar sus responsabilidades a los demás. Aunque los que dominan el mundo nos descarten, o nuestros sueños se hagan añicos, nada está acabado", es su exhortación, "porque en los márgenes sólo somos diferentes en el centro". No es casualidad que el "nuevo mundo" comenzara precisamente en Nazaret, en la periferia, y en el Calvario, fuera de las puertas de la ciudad.
El Señor se alegra de compartir su soberanía
Czerny subraya a continuación que el Señor es el que "hace sitio, se alegra de compartir su soberanía. Su cielo está poblado: no a la manera de una corte, sino como una fraternidad consumada". Este es el modelo a encarnar. No bastan las profesiones de fe hechas con la boca -denuncia-, lo que cuenta son los vínculos nacidos del amor activo y comprometido. "La fraternidad que nos hace reinar, el vínculo por el que el Señor se moverá para hacernos sentar a su lado, crece a través de las obras de misericordia. Estas son las obras de las que cada uno es capaz", continúa mientras observa que seguimos muriendo de esperanza. La vigilia de oración es una oportunidad más para recordar a todas las víctimas de un sentido degenerado del poder. Cada uno tiene un nombre, recordar a estas personas por su nombre es un gesto para darles dignidad. Quienes los niegan, ese nombre, cometen un mal que "cristaliza en estructuras de pecado".
El camino de Cristo nos libera del engaño de la omnipotencia
El diablo sugiere insidiosamente tomar atajos; promete un dominio inmenso e inmediato mientras nos evita tomar el camino y enfrentarnos a nuestros hermanos y hermanas. Evitar caer en esta tentación significa, en cambio, volver a mirar el camino de Cristo que "tiene un alto precio personal, pero genera belleza, alegría, unidad". Czerny concluye: "Liberarnos del engaño de la omnipotencia nos vincula profundamente, libera nuestras cabezas y nuestros corazones, de modo que somos capaces de dejarnos golpear por lo que tenemos delante como una apelación, como un misterio que llama a la puerta".
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