Bienal de Arquitectura, de Mendonça: La inundación es otro SOS a las conciencias
Antonella Palermo - Venecia
El agua de la laguna muestra su rostro cerúleo y tranquilo. Los niveles son los que no siembran la alarma, los que no engullen cuerpos y cosas y no abruman los frutos de la tierra. Al contrario, aquí la tierra del jardín de los monjes de la Abadía de San Giorgio Maggiore ha dado generosamente frutos y flores tras meses de celosos cuidados por parte de los arquitectos del estudio Albori que han montado el pabellón del Vaticano en la XVIII Bienal de Venecia, inaugurado en la tarde del 19 de mayo. El lugar del encuentro, de la amistad social.
El huerto como espacio de ecología integral
Un caleidoscopio de colores envuelve el jardín, donde junto a las plantas existentes se han instalado nuevos árboles, plantas medicinales y hortalizas. Hay gallinas, bancos para la contemplación, pajareras, tortugas, césped para los niños. Donde antes había un campo de deportes de la escuela salesiana en el patio, ahora hay un huerto con antiguas y nuevas plantaciones que nos remiten a una encrucijada de geografías y culturas. A partir de la eliminación de una vivienda en Cortina d'Ampezzo, se han creado nuevos artefactos; pérgolas y espacios alternados por zonas con mantillo de paja, todo en equilibrio y listo para la reutilización, para la transformación, para la interacción vivificante con los seres humanos. La escuela primaria A. Manzoni ha ampliado aquí su proyecto "manos en el jardín"; la asociación "Red Carpet for All" (jóvenes adultos con discapacidad) ha seguido experimentando aquí sus actividades; los usuarios de la Casa de Hospitalidad participan aquí en el mantenimiento colectivo, en un uso social de este microcosmos. Porque es la ecología integral de la que habla Francisco en Laudato si' la que estamos llamados a hacer practicable.
Las figuras de Álvaro Siza y el anhelo de fraternidad
Llegamos allí después de haber recorrido la "manga larga" del complejo, el pasillo donde se han dispuesto las fotografías del arquitecto Roberto Cremascoli que documentan las fases más destacadas de la instalación. Y llegamos después de atravesar las salas interiores del edificio donde destacan las figuras de madera de las Azores del veterano portugués Álvaro Siza, una de las firmas más destacadas de la historia de la arquitectura moderna. El olor extasiante de esta madera invade las estancias, una limpieza de formas y un dinamismo minimalista nos dejan boquiabiertos. El gran tema de la acogida y la fraternidad universal se cuenta de una forma que deja hablar a macrovalores que hoy quizá estén en parte enterrados: la misericordia, la escucha, el cuidado. Y aunque no hay curvas sino esquinas en la restitución de este material que ha navegado tanto, nos invade una dulzura que tiene algo de insospechado: parece como volver a la infancia, con esos juguetes articulados que se han hecho de tamaño adulto. Tal vez sea eso lo que necesitamos recuperar: puertas abiertas al abrazo espontáneo, manos tendidas sin fingimiento, tacto sin ambigüedad, permanencia y silencio sin superestructuras.
De Mendonça: el manifiesto político y poético del pabellón
El Cardenal Josè Tolentino de Mendonça, Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, Comisario de la Exposición del Pabellón de la Santa Sede, vuelve aquí a hablar del diálogo entre las artes y la custodia de la Casa Común:
Eminencia, usted subraya el valor político y poético del proyecto presentado en el Pabellón Vaticano. Explíquenos en qué sentido...
Nuestro cuerpo es nuestra primera expresión política. Estos cuerpos diseñados por Álvaro Siza son cuerpos hospitalarios que describen una especie de coreografía de lo que es el encuentro, la curiosidad por el otro, la capacidad de abrazar. Esto es política, porque es pensar en la organización de la polis, de la relación entre los hombres, entre las culturas, entre los pueblos, es pensar en un orden del mundo verdaderamente centrado en el valor de la persona humana y en la dignidad que celebramos en cada saludo. Además, contemplar sus figuras me recordó una frase de la poetisa Cristina Campo que decía: mientras las personas sigan saludándose hay una posibilidad de esperanza. Así, estas personas improvisando un saludo, celebrando la presencia de unos con otros nos hace pensar en la esperanza. En este sentido es un manifiesto político y poético, porque nos hace pensar con otra mirada.
Derribar vallas, en resumen....
Exactamente, para construir puentes, para poder superar las distancias, para establecer una relación, una amistad social, precisamente, como dice el Papa Francisco.
Decía la curadora de esta XVIII Bienal que precisamente en tiempos oscuros y sangrientos, como los que en parte estamos viviendo, la creatividad tiene un terreno fértil. ¿Qué opina al respecto?
La tierra fértil se ve claramente en un jardín. Hace tres meses este jardín estaba abandonado. Plantamos las semillas, costó mucho cuidado, mucho deseo de vida, mucho trabajo, y al final se revela la fertilidad. Un jardín es un acto cultural, un maestro espiritual porque nos enseña mucho sobre la vida interior. Un jardín es un lugar de paz porque nos muestra cómo es posible crecer juntos en la dirección del sol.
¿A lo largo de su vida, hasta qué punto ha estado familiarizado con la arquitectura?
Para mí es una de las disciplinas más importantes porque me ayuda a entender el espacio, que es una dimensión muy importante como visión teológica y espiritual también. Me interesa mucho lo cotidiano, la mística de lo cotidiano, y la arquitectura nos ofrece un sentido muy profundo de la realidad porque nos ayuda a pensar en las condiciones necesarias para habitar lo real. Y en mi camino he tomado a los arquitectos como maestros: ciertamente Álvaro Siza es un maestro muy querido con el que tengo una gran amistad, pero pienso en Zumthor y en muchos otros arquitectos, tanto del pasado como del presente, que también me enseñan mucho desde el punto de vista espiritual.
El tema de la sostenibilidad y la contribución de la arquitectura en la lucha contra el cambio climático es uno de los rasgos distintivos de esta exposición en Venecia, cuya inauguración cae en unos días enlutados por las inundaciones en Emilia Romaña que causaron víctimas y enormes daños. ¿Por qué parece fallar la planificación en este sentido?
En este pabellón de la Santa Sede hemos querido celebrar las dos Encíclicas del Papa Francisco: Fratelli tutti y Laudato si'. Laudato si' es un manifiesto lleno de urgencia que reclama una nueva mirada sobre el mundo, una comprensión de que realmente habitamos una situación de emergencia que ya no se sostiene y para la que debemos introducir una conversión ecológica. Lo vemos en todas estas tragedias, incluidas las de estos días, que son un sos a nuestras conciencias, a nuestras prácticas. Dicen que la conversión ecológica para la Casa Común no es una idea abstracta sino medidas verdaderamente decisivas para el futuro, no para un futuro lejano sino para un futuro que ya es nuestro presente inmediato. La Bienal es siempre una especie de status quaetionis del mundo. Vemos en el trabajo de los creativos, de los arquitectos, una lectura muy concreta de nuestra realidad. Nuestro pabellón está justo en el centro.
Los jóvenes talentos, especialmente del Sur del mundo, tienen y tendrán mucho espacio en esta Bienal. ¿Qué le parece este taller, también de cara a la próxima JMJ que se celebrará en su país?
Es muy bonito que en esta edición de la Bienal hayamos buscado a un arquitecto que en junio cumplirá 90 años. Nuestra idea es un pacto intergeneracional. Los jóvenes necesitan recibir un legado que, en última instancia, es el pensamiento de los grandes maestros. ¿Son ustedes los responsables de reflejar el mundo con nuevas perspectivas y visiones? El Papa Francisco habla mucho de abuelos y nietos. Efectivamente, está la generación de los maestros que tenemos la suerte de tener con nosotros, pero al mismo tiempo entendemos que el mundo está tomado por manos jóvenes que son capaces de soñarlo de nuevo.
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