Paglia: El mayor cuidado es permanecer cerca
Christopher Wells - Vatican News
La cuestión no es, en primer lugar, la eutanasia, porque planteada así, la cuestión es "demasiado árida, demasiado fría". El problema, en cambio, "es cómo acompañar, cómo hacer que este tránsito sea lo menos doloroso posible y, al mismo tiempo, menos desesperante".
Monseñor Vincenzo Paglia, en un encuentro con periodistas en la sede de la Pontificia Academia para la Vida, reflexionó ampliamente sobre el tema de la atención al final de la vida. Dentro de unos días partirá hacia Norteamérica, viajando primero a Estados Unidos y después a Toronto (Canadá), invitado por los obispos locales, donde participará en un simposio sobre cuidados paliativos.
Monseñor Paglia afirma que su principal preocupación y compromiso es aportar contexto a un tema que a veces se ve disminuido o rebajado por la legislación. Por el contrario, sostiene, "cada muerte es diferente de las demás y, por tanto, debe ser acompañada de manera personal".
Arzobispo Paglia, ¿cómo se está preparando para este simposio?
La visita a Canadá representa para mí un momento especial precisamente porque, en una cultura como la occidental, el tema de las últimas etapas de la vida debe adquirir una relevancia que hoy todavía no tiene. Se corre el riesgo de producir una legislación que en el fondo quiere excluir el problema a través de leyes que son frías, que tienden a unir casos muy diferentes, leyes que pueden ser algo así como "lavarse las manos". En cambio, creo que es una cuestión que debemos tratar con mucho cuidado. El término "cuidados paliativos" debe explicarse con mucho cuidado. Si pudiera utilizar otra palabra, diría "acompañamiento", que elimina, por ejemplo, el drama de la soledad, que no es un dolor físico, sino una especie de tragedia interior que hay que curar.
¿Curar de qué manera?
Con cercanía, con afecto, con interés, con amor. El tema del dolor físico, pues, puede ser dramático; y hay que combatirlo. Y, en mi opinión, aquí deberíamos instar a los Gobiernos a profundizar también en los aspectos científicos y de investigación de estos tratamientos que acompañan el final de la vida. Deberíamos instar a las Iglesias a redescubrir la importancia del acompañamiento para una efectiva "buena muerte", que para nosotros, los creyentes, es el paso a la vida con Jesús.
También deberíamos ayudar a todas las demás religiones o a los hombres de buena voluntad, porque en ese momento final, cada uno de nosotros necesita sentir físicamente la cercanía. Aquí, en este sentido, me parece importante que la reflexión no sea sólo "eutanasia sí [o] eutanasia no": es demasiado árida, demasiado fría. El problema es cómo acompañar, cómo hacer que esta transición sea lo menos dolorosa posible y, al mismo tiempo, menos desesperante. Por eso tenemos ante nosotros un gran reto en relación con el sentido mismo de la vida.
También hay que trazar un camino que mire al futuro...
Sí, también es un debate importante para las generaciones venideras. Reflexionar sobre el final de la vida significa, en primer lugar, comprenderlo: ¿es realmente el final de la vida? La filosofía cuántica nos dice que no, porque, en todo caso, seguimos siendo energía. La Revelación cristiana nos dice que la muerte es un pasaje, no es el final, podríamos decir el final de esta vida terrena en cierto modo, pero sabemos, por el Credo, que después de la muerte la vida humana continúa, incluso resucitando, y, por desgracia, esta dimensión ya casi no se destaca en las prédicas, cuando más bien deberíamos redescubrirla.
Por eso, creo que esta reflexión en torno a los cuidados paliativos o al final de la vida es una cuestión colosal que concierne a todos los componentes de la sociedad, desde los médicos hasta los científicos y pedagógicos, desde los humanísticos hasta los filosóficos, teológicos y psicológicos.
El Papa Francisco ha dicho que debemos acompañar a las personas al final de la vida, pero no provocar la muerte ni facilitar el suicidio asistido. ¿Cómo es posible?
La Pontificia Academia para la Vida publicó hace unos años un estudio al término de un congreso internacional precisamente sobre este tema, en el que esbozamos diez puntos que describen el sentido de los cuidados paliativos.
La vida es un don y es un don que Dios nos confía. Por tanto, la vida también es nuestra, sí, pero no es solo nuestra. El Señor nos ha dado la vida con un gran don, para que la multipliquemos por nosotros mismos y por los demás. En efecto, si la multiplicamos para los demás, la multiplicaremos también para nosotros mismos. Por eso, también el Papa Francisco nos exhorta a comprender que acompañarnos en este último momento enriquece a todos. Incluso cuando no podemos curar, siempre podemos cuidar, siempre debemos cuidar. E incluso cuando ya no tenemos los medios para bloquear el camino de la muerte, que llega para todos, hay estar presente. Ya no es actuar, sino tomarse de la mano, es estar presente para mostrar que el amor es más fuerte que el dolor de la muerte, que la amistad es más fuerte incluso que la muerte, que quiere romper los lazos. Lo que ocurrió en el Calvario puede ser, en cierto modo, un ejemplo de ello.
¿Cómo es eso?
Que Jesús tuviera a su lado a su madre y a su joven discípulo fue sin duda un consuelo para Él, y esa madre y ese joven discípulo oyeron de boca del que se estaba muriendo: Ella es tu madre y él es tu hijo. Era el amor que continuaba. La Resurrección comienza ahí, porque la muerte que quiso silenciar a Jesús fue, en realidad, una muerte que comenzó a generar una nueva solidaridad, una nueva fraternidad. Al fin y al cabo, la cercanía se experimenta incluso al comienzo de la vida: cuando una madre da a luz a un niño, hay quienes lo acogen, quienes cortan el cordón umbilical, quienes lo cuidan y lo educan juntos. Así, como juntos nacemos, juntos debemos morir.
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